sábado, 17 de febrero de 2024

CARTA A MARIANA, CON RECUERDOS PERRUNOS

Querida Mariana: fui a pagar el agua. Como siempre lo hacemos en casa, pagamos por adelantado. El recibo especificó mes por mes, de enero hasta diciembre 2024. Como nosotros, hay muchos ciudadanos responsables que pagan el servicio. Ahora esperamos que la autoridad sea también consciente y mande agua a todas las casas. Hay historias donde el agua no llega, no llega durante meses. ¿Cómo es posible? También hay historias del otro lado, de personas que no pagan el agua. ¿Cómo es posible? La convivencia sería más afectuosa si las dos partes cumplieran con lo que les corresponde, los usuarios a pagar y las autoridades a mandar el agua. El tercer elemento que no debemos olvidar es el buen uso del agua, del cuidado. En todo el mundo hay escasez de agua. Bueno, parece que en países altamente desarrollados ya filtran el agua del mar y la convierten en agua potable. Bueno, pero acá ni tenemos mar, ni somos de primer mundo. Dirás entonces qué tiene que ver el agua con la imagen que te anexo. Ah, resulta que a media cuadra de las oficinas del agua encontré esta imagen sobre una pared. ¿Ya miraste qué bella imagen? Es la de un chuchito que, en su memoria, está plasmado sobre un pedazo de muro. Hablé de países primermundistas y países tercermundistas. No sé cómo sea lo de los chuchos callejeros en lugares como Dinamarca (que puso de moda el presidente de la república), no lo sé, pero sí sé lo que pasa con los chuchos callejeros en nuestro país y, sobre todo, en nuestra ciudad. Los chuchos callejeros son una prioridad de salud, aunque no lo es. En el pueblo hay muchas personas que cuidan y protegen a los chuchos callejeros, pero son tantos que no alcanzan las voluntades. Los chuchos son chuchos para aparearse, lo que trae como consecuencia más chuchitos, chuchitos que pasan a formar parte del ejército de callejeros. Si no fuera por la maestra Geny Alfonzo el problema sería mayúsculo. La maestra Geny, por amor a los animales y a la sociedad comiteca, desde hace mucho tiempo se impuso la tarea de concientizar a la sociedad para que esterilicen a los animalitos, tanto chuchos como gatos. Poco a poco, la sociedad es más consciente y acude a esterilizar sus mascotas. Ya es un gran paso, pero los de calle siguen haciendo su vida desenfrenada. Lo que hace la maestra Geny es lo que no que hace la autoridad. La autoridad, cuando menos, debería reconocer a la maestra nombrándola como hija predilecta del pueblo, porque la labor que realiza, sin interés mezquino, es de reconocerse. Las autoridades nadan de a muertito. No sé cómo sea el protocolo, pero en películas he visto que salen brigadas a levantar perros, los maltratan, los meten en camionetas que son como celdas y luego los llevan a albergues donde son enjaulados y los sacrifican. Esto he visto en películas, no sé cómo es el protocolo acá en Comitán. Acaba de pasar el día del amor, hay casos de amorosos que obsequian mascotas. Los expertos han dicho que no es un buen detalle, porque, en ocasiones (lo mismo sucede en navidad) los dueños no son amantes de los animalitos y terminan botándolos en la calle. No hay estadística confiable de la cantidad de perros callejeros, pero vos sabés que son miles. Y estos pobres animales (que dirían lo mismo que muchas personas: no pidieron nacer) pasan a formar parte del grupo de callejeros que sufren las inclemencias del tiempo y que no encuentran la comida con facilidad. Vos sabés que otro problema social es el de la basura. La autoridad ha convencido a la sociedad que el culpable de que en las esquinas se haga el tiradero es el ciudadano, cuando el verdadero culpable es el prestador del servicio. En sociedades avanzadas (ahí vas otra vez, Molinari) la recolección de basura se hace en forma puntual. Los ciudadanos separan los desechos y los colocan en contenedores y ya el prestador del servicio se encarga de levantarlos y llevarlos a los lugares donde son procesados. ¿Acá? Ay, señor, el ciudadano debe esperar que pase el campanero. Pucha. En ocasiones, los camiones que levantan la basura tardan horas en pasar, así el ciudadano no puede salir de su casa, porque debe esperar a que el servicio pase. Qué bobera. Esto ocasiona que en las esquinas haya tiradero, porque los chuchos callejeros (¿y luego?, tienen hambre) buscan desperdicios para llenar sus pancitas. Un ayuntamiento pasa y viene otro y los problemas continúan, ahora se agravan. Ay, señor. Los ciudadanos, entonces, se conduelen de los callejeros. He visto que mucha gente amorosa coloca contenedores con agua y con croquetas, para que los chuchos del barrio, cuando menos, tengan algo para mitigar su sed y hambre. Que los dioses de la naturaleza bendigan siempre a esta gente solidaria, afectuosa, humanista. El otro día vi que en el bulevar alguien coloca una caja de cartón con dos o tres trapos para que el callejero tenga dónde pasar la noche. Uf, pensé dónde duermen todos los callejeros, cómo pasan la noche cuando hay tormenta. Bendito Dios. Pobres animales. Por esto, lo ideal sería que se esterilizaran todos los chuchos de la calle, para que hagan sus travesuras, sin riesgo. Cuando los animales están esterilizados dejan de traer problemas al mundo. ¿Cómo le hacen en países del primer mundo? Hay tanta gente lista en nuestros países tercermundistas que deberían buscar soluciones puntuales. Fui a pagar el agua y cuando caminé por la avenida me topé con esta pintura en un muro. Ahí está, para siempre, el recuerdo de un perrito callejero. Su carita demuestra lo que fue: un perrito bien manso, que era de raza tachilgüileada, algo de chow chow con policía de la secreta. La pintura está en la entrada del local que se llama “Mariana creativa”, Mariana, la propietaria, me contó que el tal “Baloo” era callejero (bueno, en realidad era avenidero), se paseaba por toda la banqueta y como era “buena gente” todo mundo le daba agua o alimento. Se volvió un perrito querido por todo el barrio. Un buen día, Mariana ya no lo vio, comenzó a preguntar con los vecinos y nadie supo darle razón, hasta que se enteró que un automovilista lo había golpeado y, por las heridas, murió. Lo extrañó mucho. Conforme fue preguntando escuchó que las demás personas lo llamaban con otros nombres, la mayoría le decía Baloo, pero otros lo llamaron Wero, Guardián, Goofy, Scooby, Mi amor, Señor oso, Bubbaloo y un larguísimo etcétera. Pucha, Baloo tuvo muchos nombres, por desgracia sólo una vida. Diríamos que no tuvo una vida de perro, porque fue amado, él se dio a querer. La mayoría de chuchos son bien querendones. El cantante Joan Manuel Serrat ha contado que es un momento sublime cuando, después de una gira de varios meses, vuelve a casa y al abrir la puerta recibe el apapacho revoltoso, alegre, de sus chuchos que mueven la cola como si fuera veleta. El acto de Mariana habla de una extrema generosidad. Ella, hija del artista plástico Leopoldo Alfonzo Meza, pintó la carita del chucho para que los vecinos no lo olviden. Nosotros, los ocasionales peatones pasamos por ahí y al ver su carita nos sentimos emocionados, ahí está él, en medio de florecitas, su recuerdo permanece. Claro, miles de vidas de chuchos callejeros no son recordadas en forma tan sublime. Pero este Baloo comiteco sí es recordado. Los bobos del Censo llegaron a colocar la etiqueta al lado de sus nombres. Bobos. Bien pudieron colocar la etiqueta en otro lugar, ah, pero no, también quisieron pasar a la posteridad. Sólo que estos pasan como bobos. En cambio, el chuchito Baloo pasa a ser una imagen agradable, y el acto de tu tocaya se recuerda como un prodigio. Esta imagen habla de un pueblo afectuoso, de un pueblo que sigue pregonando lo que todo mundo dice: somos más los buenos que los malos. Acá hay una historia amable. En medio de un mundo tan jodido, tan falto de valores, es bueno toparse con historias amorosas. Posdata: hubo un chuchito que se llamó Baloo, todas las mañanas caminaba por la avenida donde está la oficina del agua y los vecinos lo reconocían y le daban croquetas, y él les movía la colita. ¡Tzatz Comitán!