martes, 13 de febrero de 2024

TESTIMONIO

SI SIENTES QUE TE PICA LA COLITA Si sientes que te pica la colita, toma Vermox, decía el anuncio. Desperté a las cuatro de la madrugada, como siempre, y sentí una cierta picazón en la garganta. No me bañaré, dije. Oré, leí, no hice mi taichí de viejito de todas las mañanas, corté la fruta, calenté el desayuno, tomé mis sagrados alimentos, me lavé los dientes (es un decir, lavé las placas que sustituyen mis dientes), mientras mi Paty hacía lo suyo. Al término del ritual, ella y yo trepamos al tsurito para ir al trabajo. En la escuela, mi Paty dijo que no se sentía bien, me pidió que fuera a la farmacia y comprara un termómetro y una cajita de Paracetamol. Al volver, mi Paty dijo: regresemos a la casa. Ella es muy fuerte, no se enferma por cualquier cosa, así que supuse que sí se sentía mal. Mandó un mensaje a nuestro jefe y volvimos a casa. Yo seguía con el ligero, ligerísimo, ardor de garganta. Si sentía que picaba la garganta, qué debía hacer, qué tomar. Busqué en mi mente una relación de anuncios televisivos para ardor de garganta. Nada asomó. Al llegar a casa, mi Paty y yo avisamos a mi mamá que nos sentíamos mal, que permaneceríamos en casa. Contrario al tiempo de pandemia, donde por precaución estuvimos aislados, pero caminábamos por los demás espacios, ahora permanecimos ambos en la recámara. Nuestros espacios se redujeron. Extrañé el pequeñísimo patio con las flores que siembra mi mamá y mi Paty, dejamos el cielo afuera y nos instalamos debajo del plafón color crema. Mi esposa y yo sabíamos que estábamos enfermos, ambos dijimos que teníamos gripe, pero ésta se intensificaba, la mucosidad cada vez iba en aumento y de pronto un foco rojo se prendió, sentí que ardía, mi cara se sonrojó a lo bobo, ambos teníamos calentura, el termómetro indicó más de treinta y ocho grados. ¿Cómo Paty supo que debíamos tener un termómetro y paracetamol? Usamos ambos chunches. Nos quedamos viendo y nos preguntamos si en realidad era una simple gripe. Por como se comportaba la enfermedad, que cada vez iba en aumento, pensamos que tal vez, sí, teníamos temor de decirlo, nos habíamos contagiado del temible COVID. SIEMPRE POSITIVO La tía Inés siempre recomendaba a toda la sobrinada: sean positivos, siempre, nunca negativos. Cuando estuve en el laboratorio, sentado en una silla metálica, fría, con hoyitos, como colador, en espera de pasar al gabinete para que me hicieran la prueba de COVID me sentí como chica de diecisiete años que pide a Dios que su prueba de embarazo salga negativa. Armando me atendió, dijo que me sentara, que tendría una cierta molestia al meter el hisopo en la nariz, en treinta minutos estaría el resultado, podía esperar en el vestíbulo o regresar. Decidí regresar, trepé al tsurito y fui al parque de San Sebastián, me estacioné y vi cómo se movía el mundo, lo vi a través del cristal que mantuve cerrado. El movimiento era el usual, sólo yo (pensé) hacía algo inusual, esperaba el resultado de algo que no estaba contemplado en mi futuro deseado. ¿Cómo nos contagiamos? Nosotros hemos sido de los pocos habitantes del pueblo que no dejamos el cubrebocas y procuramos mantener distancia y seguir los protocolos que indicaron las autoridades al inicio de pandemia, porque estamos seguros de lo que el mundo dice: el bicho llegó para quedarse; además, los noticiarios de los últimos días insistían en decir que había un rebrote de la enfermedad, que en algunos estados de la república había clínicas hasta el tope de enfermos. En noviembre, la UNAM predijo que habría un incremento de casos, recomendó el uso de cubrebocas. ¡Nadie hizo caso! A inicios de 2024 la OMS dijo lo mismo. ¡Nadie hizo caso! Chequé el celular, vi que ya habían pasado los treinta minutos y llevé el auto a paso de condenado. Dio positivo, me dijo Armando, que su médico le dé un tratamiento. Tomé el sobre y salí, con el mismo desencanto de la chica que esperaba un resultado negativo. ¡Así que siempre positivo, tía Inés! Pues ¡no! Hay veces que lo positivo de nada sirve, aunque, ya con el resultado en la mano pensé que sí, que debía ver el lado positivo a todo, me encomendé a Dios, pedí que Él siguiera siendo el que siempre ha sido, el que, en Puebla, me dio pruebas de su generosidad. En Puebla me dio una enfermedad de esas que convierten la vida en tragedia, cuando me enteré, salí al patio (que estaba entre la casa y el local donde prestábamos servicio de Internet, fotocopiado y videojuegos), alcé la vista y le dije: Señor, me pongo en tus manos, vos sos el principal sanador del universo, no iré a ninguna institución a vivir los horrores de los pasillos llenos de otros enfermos, de gritos, de lamentos. Y regresé al local, mi Paty me dijo que sacara copia a un libro y me lo entregó, era un manual de sanación. Sonreí, agradecí a Dios, pucha, dije, te acabo de pedir clemencia y ya me lo mandaste. Le saqué dos copias al libro, uno para el cliente y otro para mí. Ahora pensé lo mismo, vi al cielo y dije: estoy en tus manos. Mandé un mensaje a Paty, tenemos COVID. No fui a casa, fui a ver a mi médico y éste me preguntó si nos habíamos puesto vacunas, sí, dije, dos, Pfizer. Con eso, dijo, y con esto, y me dio medicinas para tomar, y recomendó mucha tranquilidad y mucho reposo. Tomé esas dos sustancias del aire y dije que sí, que estaríamos tranquilos y reposaríamos. MAMÁ, SOY PAQUITO ¿Y tu mamá?, preguntó mi Paty. Habíamos mantenido distancia. Gracias a Dios, ella no manifestó ningún problema de salud. Ella, ángel de la guarda, se dedicó a prepararnos tés y la comida, a cuidarnos. Nosotros siempre permanecimos en la recámara, pero la casa es pequeña. Nada, le dije a mi Paty cuando preguntó acerca de mi mamá, lo mismo, dije, estamos con Dios. Abrí la puerta, saqué la cabeza (con cubreboca) y vi que mi mamá, como todas las tardes, sintonizaba la misa en la televisión. Está con Dios, pensé, y ahí la dejé. Pensé en todas las veces que ella ha estado ahí, sin quejarse, dando todo con una gran alegría, con gran generosidad. Por favor, Dios mío, que no se contagie, pedí. ¿Quién quiere estar enfermo? Cuando inició la pandemia, mi Paty y yo decidimos permanecer en casa, para protegernos, pero, sobre todo, para proteger a mi mamá. Recuerdo que mi amiga Elsa me contó que su mamá estaba muy preocupada, no quería enfermarse de COVID, a cada rato escuchaba noticias alarmantes del barrio, de la calle, muchos vecinos estaban muriendo. Nosotros nos quedamos en casa. Mi amiga Lulú, ya cuando la pandemia había cedido tantito, me enviaba mensajes diciendo: amiguito, salí ya, de otra cosa morirás. Mi amigo el doctor Hugo me dijo: no, Molis, de nada sirve que te escondás, el bicho te hallará, todo mundo nos contagiaremos, unos sobreviviremos, otros no. Él es sobreviviente, se contagió y, Dios mío, hasta el hospital fue a dar. Pero ahí está, acá estamos. Mamá, soy Alexito, ya no haré travesuras, me portaré bien, pero no te enfermés. Y mi mamá nos ha cuidado. Gracias a Dios, hasta el momento, es un trasatlántico indemne, flota pescada de la mano de Dios. Ojalá así siga. Nosotros ya también salimos. Dios nos trató bien. No tuvimos mayor padecimiento, mucha mucosidad, temperaturas altas que fueron cediendo, mal dormir las primeras noches. Una noche hallé que mi playera y el saco del pijama estaban mojadísimos, como si estuvieran recién lavados. Me cambié. Después de ocho días, donde la enfermedad fue cediendo, regresé al laboratorio. Estaba seguro del resultado. ¡No! Armando me dio los resultados y dijo que seguía dando positivo. Con el sobre en mi mano elevé la vista y le dije a la tía Inés que ya, que, cuando menos en esta vez, yo diera negativo. ¡Qué bicho tan necio! CASI MILAGROSA Cuando todavía no sabíamos que era COVID, cuando pensábamos que era una gripe cabrona, le pedí a Paty Cajcam que, por favor, nos consiguiera hoja santa (momón). Ella y su familia, cuando se contagiaron de COVID, hace mucho tiempo, tomaron muchos tés de momón, la hierba es casi milagrosa. Fue al mercado primero de mayo y no encontró, me dijo que iría a su casa a traer. No, le dije, podemos conseguir acá, con amigos, entonces, inspiración divina, marqué el número de mi amigo el doctor Alfonzo. No, Álex, no tengo, pero mi vecina tiene una mata con hojas primorosas, ahora voy a pedirle y con gusto. Le avisé a la Cajcam y ella fue a casa del doctor y luego trajo las hojas a casa, más limones, partidos a la mitad, más un poco de té de limón, jengibre y miel. Ah, qué sabroso, bien caliente. Ahí, donde comenzó mi dolencia, con el ligero ardor de la garganta, la hierba santa posaba sus manitas y me acariciaba. Al día siguiente, la Cajcam nos trajo más hierba santa y una despensa con frutas, porque no podíamos salir. Así, encerrados mi Paty y yo, fuimos viendo el poder de todas las manos del universo que nos protegieron, poco a poco cedió la temperatura, poco a poco la mucosidad dejó de fluir con sus ríos intensos de lava, poco a poco, todo poco a poco. Carlos me había concedido el honor de dedicarme un suplemento cultural en Tuxtla. Mandá ilustraciones y textos, me dijo, así que dediqué buen tiempo a elegir ilustraciones y elegir textos, a corregirlos, hasta que mandé. Héctor me dijo que quería una ilustración mía como portada para uno de sus libros. Ah, qué honor, así que hice el boceto y luego la Cajcam trajo la tableta y trabajé la ilustración. Javier me había dado su primer libro, inédito, para que le diera una revisada. Lo hice con gusto. Javier ha escrito un gran libro. Estuve muy entretenido. Nunca faltó la sensación del trabajo. No dejé de escribirte las cartas que siempre escribo. ¡Cuántas manos reunidas en torno a mi fogón! Porque saben, igual que yo, que el trabajo desecha todos los vientos malévolos. Siempre lo he comprobado. En Puebla, en mi proceso de sanación (que aún continúa, por eso dejé de fumar, de beber trago, de comer en forma indiscriminada y muchas cosas más) la pintura de cajitas fue proverbial. Desde temprano me ponía a pintar, sólo suspendía a las horas de alimentos, terminaba hasta que la luz natural se despedía. ¿Quién piensa en enfermedades cuando la vida se muestra plena a través de los animalitos que pinto? El momón es casi milagroso, tiene esencias que la vida posee, pepena gajos de sol, gajos de tierra y los transforma en ungüento que le hace bien al cuerpo y al espíritu. En el Internet hay una historia del nombre, se llama hoja santa, porque la virgen puso a secar los pañales de Jesús en una de las plantas; es decir, los orines del niño Dios mojaron las hojas maravillosas. ¡Bienvenida el agua de la vida! Pero mi doctor preguntó si nos habíamos vacunado. Sí, entiendo que si el COVID no nos atacó con todos sus colmillos es porque nos vacunamos. Mientras el cabecita de algodón nos sugería estampitas y “detentes”, y el Gatel brincaba la tranca del burro, uno de los principales colaboradores de la 4T, el inteligente Marcelo, había logrado que llegaran vacunas pronto. Estas vacunas lograron detener la mancha negra. Nos dio COVID. Uf. Gracias a Dios, nos trató en forma leve. Estoy seguro que sin secuelas. Nos hemos cuidado, lo seguiremos haciendo. Es difícil sobrevivir en un mundo donde nadie hace caso a las recomendaciones sanitarias, donde nadie usa ya cubrebocas, donde cualquiera estornuda sin la mínima cortesía, donde todo mundo escupe, gargajea, tose, eructa. Pero Dios ha sido generoso, sé que lo seguirá siendo. Los contagios están a la orden del día, un amigo me mandó un mensaje diciendo: di positivo a COVID, le dije que nosotros también. Uf. A cuidarse, hasta donde sea posible. Mientras el mundo llenaba los estadios, los centros nocturnos, las plazas, mi amigo y nosotros permanecíamos en casa, cuidándonos, cuidando a los otros. Por fortuna, ya cesó esta tormenta. Ojalá ahora vientos plácidos, amorosos.