miércoles, 7 de febrero de 2024

CARTA A MARIANA, CON ROJOS Y NEGROS

Querida Mariana: una famosa novelita de Stendhal se llama “Rojo y negro”, famosa por buena. En eso pensé cuando leí que Helena Rojo había muerto, su apellido se manchó con el manto negro. ¿Tenés idea del número de señoras que ven telenovelas? Son millones. Por todos lados veo los televisores y las señoras viendo la telenovela de la tarde: en el mercado, en la tienda de estambres, donde preparan jugos, donde bordan mantitas, donde juegan barajas, donde toman café con las comadres. En la Ciudad de México, en los años setenta, viví un rato en el departamento de mi tía Josefa, ella, religiosamente, trabajaba toda la mañana y después de la comida se sentaba en el sofá y veía las telenovelas. Ahora que falleció Helena Rojo, con hache, como dicta la literatura clásica griega, faltaba más, millones de señoras telenoveleras supieron de quién se trataba, porque en los últimos tiempos la gran Helena apareció en muchas historias de la televisión, pero no siempre fue así. Los cinéfilos de los años sesenta y de los años setenta conocimos a la gran Helena muy joven, muy bella, muy histriónica, muy actriz de cine, de cine, de pantalla grande, nada de pantalla chica, grande, porque, la verdad, es que era una gran actriz. Preguntame cuál es la película que recuerdo de ella, la primera que vi en el Cine Comitán, con una orden de taquitos dorados y un vaso encerado con Pepsi Cola (en ese tiempo aún tenía la Cola la Pepsi), preguntame. Se llamaba (o se llama) El Payo, un hombre contra el mundo. Bueno, bueno, ya te dije que no me avergüenzan mis orígenes cinéfilos, los comitecos tragábamos todo lo que proyectaba Saborío; no me avergüenzo del Cine Mexicano, pero, por supuesto, fue en 1974 cuando, en la Ciudad de México, conocí el cine de arte que compensó la balanza. Vos sos muy joven, no tenés idea de quién era el Payo. Te cuento. La historia es simpática, porque es de los casos de historias que dieron el brinco del cómic al cine, como Chanoc, como Kalimán. El Payo fue un personaje de revista de monitos (las comprábamos en la Proveedora Cultural, de don Rami Ruiz, viejazo maravilloso). ¿Quién era El Payo? Como lo dice el título de la película donde trabajó Helena era “un hombre contra el mundo”, un tipo ranchero, musculoso, con sombrero de ala ancha, anchísima. De niño no la tuvo fácil, el patrón de la hacienda donde trabaja su papá abusa de su mamá y luego, ya mozuelo (dirían los españoles), el hacendado abusa de la novia del famoso Payo. ¡Ay, qué destino! Pero un día escapa de la hacienda y del destino, el azar le pone en sus manos una fortuna y con ello El Payo decide hacer obras en beneficio de los otros. La revista tenía elementos para seducir a los lectores y muchos nos aficionamos a leer sus aventuras, donde (era previsible) había chicas, borracheras, balazos, el mundo pues con todas sus triquiñuelas. El Payo, mirá qué interesante, forma una comunidad donde hay el ideal de que todos sus habitantes son felices, la gente trabaja sin ser explotada. No era una mala idea, era una utopía, pero los lectores la celebrábamos. Vos sabés que el término payo se usa como sinónimo de aldeano, ignorante, tiene un signo peyorativo, pues así se llamó este personaje de cómic y en los años setenta, al ver el éxito de la revista, los productores cinematográficos pensaron que hacer una película con el personaje sería un trancazo, contrataron a un actor de moda, Jorge Rivero (fortachón, bien parecido) y a una chica linda, nuestra Helena. Y, sentado en una butaca roja, la pura tablita de triplay, yo, cinéfilo de hueso colorado, vi la película de la Rojo, sí, todo fue el rojo de Stendhal. En la cinta se hizo el contraste entre la vida rural y lo urbano, por ahí aparece un grupo de motociclistas, con chamarras negras, y un auto descapotable, una simpática carcachita, nada carcacha, y aparece la dúctil Alejandra (actriz que un día estuvo en Comitán filmando la famosísima fotonovela, ¿Alejandra qué?, ay, se me escapó su nombre), quien, al ver al Payo, dice que es un aborigen, y uno de los motociclistas le llama “El sombrerotes”. Bueno, la historia es predecible. Helena, si permitís el término, hace un papel de “paya”, con trencitas y cierta entonación de muchacha rural. Era muy fácil enamorarse de Helena, de carita lavada, de rostro de virgencita inmaculada. Posdata: se murió la gran Helena, la payita. ¡Tzatz Comitán!