sábado, 3 de febrero de 2024
CARTA A MARIANA, CON UNA CINTA DE MARAVILLA
Querida Mariana: la maravilla es una maravilla. Ya lo dijo Joan Manuel Serrat con su música y letra del poeta uruguayo Benedetti: “qué maravilla, la maravilla”.
Dirás que no es una gran cosa el jueguito de palabras. En efecto. La esperanza siembra esperanza, la alegría provoca alegría.
Cuando los términos cambian su vocación se vuelven prodigiosos.
Vos sabés que mi abuela materna se llama Esperanza, cuando, siendo niño, en el sitio, apareció un saltamontes verde, con sus patas delgadísimas, trepado sobre una hoja de la planta de chayote, y mi abuela dijo que ahí estaba ella, me sorprendí, y me maravillé cuando ella dijo que ese bichito también se llamaba esperanza. Ah, qué maravilla.
Lo mismo sucedió cuando otro mediodía, en el mismo sitio, mientras yo jugaba carritos en un caminito de arena que había hecho, mi mamá, en voz alta, complacida, dijo que sus alegrías venían bien bonitas. Dejé los carritos y fui hasta donde estaba ella con una palita. Pedí que me explicara, señaló un macoyito de flores rojas, que mostraban su cara al sol con total descaro, dijo que esas florecitas se llamaban alegrías. Oh, qué maravilla.
Y la maravilla es también una plantita que da unas campanitas bien bonitas. Quien tiene un oído exquisito puede escuchar cómo cantan esas campanitas cuando las mueve el viento.
Pero, y eso es la maravilla de la maravilla, mucha gente le da uso medicinal.
Muchas personas mayores saben que la mayoría de medicinas de patente basan sus principios sanadores en diversas plantas. Por eso, muchos ambientalistas lamentan la depredación de las selvas y bosques, porque, aseguran, ahí desaparecen plantas que pueden ayudar a sanar enfermedades que hoy son incurables.
¿Cuántas veces tu abuelita ha preparado un té para curarte alguna dolencia del pecho? El agua tibia, el reposo y el té hacen su magia y, ¡oh, maravilla!, días después la molestia cede y volvés a estar al ciento por ciento.
¿Para qué sirve la maravilla? Bueno, no soy curandero, pero la tía María dice que tiene propiedades antiinflamatorias. ¿Mirás?
¡No!, decía el tío Artemio, la maravilla es una maravilla para cosas de cama. Él aseguraba que un té de maravilla le daba potencia sexual, así, todas las mañanas, en lugar de tomar café con pan, como la mayoría de casa, él le pedía a Amparito que le preparara un tecito de maravilla. Yo lo veía desde una esquina de la cocina, él se acercaba al fogón y, libidinoso, le preguntaba a Amparito si quería comprobar la efectividad de la infusión. Oh, no se alebreste, decía ella, riendo, tomando a broma lo que el tío decía. Cuando daba el primer hervor, Amparito retiraba el vaso de peltre, colaba el agua y ofrecía una taza al tío que, al dar el primer trago, inflaba su pecho, cerraba los ojos y decía: ¡ah, qué maravilla la maravilla!, sin saber que Benedetti y Serrat se le habían adelantado. La tía María, esposa del tío Artemio, decía que tal vez con otras, porque con ella nada de nada, la maravilla era que el aparatito todavía le funcionara para hacer pis y todo mundo reía.
¿Por qué amanecí tan espíritu eucaliptus? Es que ayer pensé que deberíamos ofrecer un collar con flores de maravilla a todos ustedes, porque lo que hacen es una maravilla.
¿A qué me refiero? A vivir. La más grande maravilla de la vida es ¡la vida!
Esto que parece, asimismo, un juego de palabras es la síntesis de lo que día a día les ocurre a todos ustedes, que son unos grandes valientes. Jorge dice que a él no le preguntaron si quería vivir, cuando vino a tener conciencia de sí ya estaba corriendo en los corredores de su casa. Y ahora, dice, no queda más que vivir con dignidad, con atrevimiento. Cuando pronuncia la última palabra pienso que sí, que el mayor atrevimiento en la vida ¡es vivir!
La primera vez que vi un grupo de bambúes, vi sus varas tan delgadas, fragmentadas, las pensé frágiles, así veo a los seres humanos, con espíritu de bambú, fragmentado; pero Adrián, que vivía en el rancho y sabía mucho de vainas naturales me dijo que yo tenía una impresión equivocada, y como si fuese un ingeniero agrónomo titulado en la UNAM, con sus diez años de edad, me dio una cátedra acerca de la dureza del bambú. En lugar de recular pensé que mi comparación era exacta: los seres humanos dan la apariencia de fragilidad, pero sus espíritus son tan grandes que logran transitar con dignidad la carretera polvosa de la vida.
Digo esto, porque vos sabés a todo lo que estamos expuestos. Sobrevivimos. Uf. Qué labor tan difícil. La gente se asombra ante fotografías donde se ve a una alpinista en la cima del Everest, pero si mirás con detenimiento la foto del día a día de la gente común verás que conquista altas montañas hora tras hora.
El otro día vi una cinta nominada para el Óscar, la vi en Netflix. La película se llama “Nyad”, cuenta la historia real de una nadadora que, con más de sesenta años de edad, nada de la orilla de Cuba hasta la orilla de La Florida, en Estados Unidos de Norteamérica. La vieja no se raja, logra su objetivo hasta el quinto intento. Tiene que vencer a los tiburones y a las medusas. Pucha, no sólo le bastó vencer la distancia a nado (más de ciento setenta kilómetros, casi casi de Comitán a Tuxtla) sino que tuvo que vencer los peligros naturales, las corrientes que no tienen palabra de honor. Esa tarde lloré con su historia, me enterneció ver la tozudez de esa vieja, que nunca se rindió; esa tarde pensé que a ella había que ponerle un collar con flores de maravilla, para que todo mundo, al saber su historia, dijera ¡ah, qué maravilla! Sí, la vieja hizo una acción maravillosa, pero nada lejana a lo que ustedes vencen cada día.
Si pensáramos todos los retos que debemos vencer a diario no saldríamos de casa, nos paralizaríamos.
Un simple piquete de zancudo nos jode la vida, provoca zika, dengue, chikungunya. Un simple zancudo provoca severas molestias, incluso, en casos extremos, provoca la muerte. En otras regiones del mundo los zancudos provocan malaria y fiebre amarilla. ¿Cuántos zancudos viven en el mundo? Ay, padre. Si somos ocho mil millones de seres humanos, sin ser experto, puedo asegurar que hay más zancudos en el mundo, millones y millones de zancudos forman un ejército tan letal como si lanzaran bombas atómicas. Algunos amigos comitecos recibieron la época de frío con algarabía, porque los zancudos desaparecieron. Ay, qué limitada la visión. ¿No se dieron cuenta que el frío aumentó los contagios de gripe, de tos, de bronquitis, de neumonía, de influenza y del pinche covid (que ahora su variante se llama Pirola)?
En casa, sin ser deportistas, compramos unas raquetas que actúan con energía eléctrica y atrapan a los zancudos; en la oficina tengo un repelente natural, ahí me ves todas las mañanas activando el spray para que el olor que detiene a los zancudos se esparza, sobre todo, en la parte inferior de la mesa de trabajo. No trabajo con tranquilidad, pienso que los científicos deberían inventar un aro magnético que impidiera acercarse a los bichos malignos, que emitiera ondas eléctricas que los hiciera polvo.
Sólo he hablado de zancudos. Un día, en una reunión con amigos, Linda dijo que los comitecos teníamos la bendición de no morir por una mordida de tiburón, ella vive (o vivía en ese momento) en un lugar de una playa oaxaqueña. ¡No!, dijo Pedro, los comitecos morimos de una mordida de araña, de alacrán, de nauyaca, incluso, aseguró, de mordidas de cientos de abejas asesinas.
Ya te conté que la abuela del gran escritor Amos Oz salía al patio de su casa y gritaba: ¡El Levante está lleno de microbios!, sólo enunciaba una gran verdad, el mundo está lleno de microbios, de virus, de bichos malignos.
¿Vivir es fácil? No, por supuesto que no, es todo un reto diario. Somos frágiles. Amanda dice que si vivimos es gracias a la mano generosa de Dios. ¿Qué sostiene a los ateos? El férreo espíritu de bambú.
Todo mundo recuerda con emoción su paso por la escuela primaria. ¿Yo? Pues ahí, dos que tres. Un cabrón me quitaba mi gasto todos los días; otro me propinó una patada en mi espinilla con una bota picuda, era ranchero el cabrón; otro me empujaba cada vez que me topaba con él, en cuanto lo veía en el patio me escondía, vivía con temor.
Posdata: una corona de maravilla para ustedes, porque son valientes, son temerarios, viven en un tiempo donde los virus sociales han proliferado.
¡Tzatz Comitán!