martes, 20 de febrero de 2024

CARTA A MARIANA, CON EL VERBO DESEMPOLVAR

Querida Mariana: entiendo que desempolvar es verbo. Yo desempolvo, vos desempolvás, ellos… y así. Es una palabra que a mí me seduce, es extraña, como palabra estalactita, que cuelga en lugares húmedos. En término estricto entiendo que desempolvar es quitar el polvo. Pero, por extensión se aplica a recuperar algo, puede ser un recuerdo. Los historiadores y quienes se dedican a investigar son desempolvadores profesionales. He visto fotografías donde están arqueólogos limpiando una estela, hacen uso de una escobetita, hacen el trabajo en forma lenta, saben que hay polvo reciente y polvo milenario y éste es señal para el conocimiento. Me sorprende más la palabra cuando leo un cuento o una novela de un escritor o escritora española y en un diálogo un guarro dice que la noche anterior se echó un polvo. ¿Se echó un polvo? ¿Quién es el bobo que se echa polvo, queriendo ser como momia de Guanajuato? ¡No! En España, la palabra polvo la emplean como sinónimo de echar cotz, echarse un polvo es hacer jueguitos de cama. ¡Dios mío! Qué bueno que la tía Ignacia (tía Nacha, pucha) nunca se enteró de este juego verbal castellano, porque ella, todas las tardes, cuando iba a salir de casa decía: “ahorita vengo, voy a echarme mis polvos", así, en plural. Claro, la tía usaba la expresión para decir que iría a polvearse la carita. Cuando tomaba su bolso y suéter para salir, nosotros la veíamos con la carita de tapa de pan francés, bien blanca. La mejor clase de física la recibí una tarde que estaba con mi prima Emmita en su recámara. El ventanal estaba cerrado, pero por una hendija se colaba un rayo de luz. Ella señaló y me dijo que viera, que eso era como el universo y sí, en la línea de luz se veía un polvito que viajaba por el aire, cientos de motitas se desplazaban como patinadores. ¿Esas chispas doradas eran el polvo? ¿De dónde salían? Andá a saber, pero entendí que el aire, tan puro, tan vivificante, siempre lleva sustancias polvorientas de un lado para otro. ¿De dónde sale el polvo? No sé. Imagino que el viento pasa por las colinas y levanta miríadas de tierra, pequeños gránulos y éstos viajan hasta llegar a todos lados y, cansados, reposan sobre cualquier objeto que encuentran a su paso, sobre los radios, las pantallas, los celulares, las mesas, los panes, las frutas. El polvo es jodón. Anda por todo el mundo y se cuantifica en millones de toneladas. Hay que agradecer a la naturaleza que el polvo no sea como el zancudo, la raza humana ya se hubiera extinguido. No obstante, el polvo sí perjudica la salud. Ponete a desempolvar sin un trapo húmedo o sin cubrirte la boca y la nariz y vas a terminar con gripe y tos. El polvo es jodoncito. En la casa de huéspedes de Doña Rome, en la Ciudad de México, recuerdo a Jorge, quien siempre ha sido muy pulcro, con un pañuelo amarrado a su nariz, haciendo limpieza en su cuarto, según yo era el único que lo hacía, todos los demás esperábamos que las personas de servicio pasaran con la escoba una vez a la semana, Jorge no lo permitía, él, todos los días, barría el cuarto y lo trapeaba. Jorge estaba acostumbrado a vivir en un ambiente sano. El polvo no tiene dientes, pero corroe todos los objetos donde se posa. En una película vi la escena genial donde una señora de la alta sociedad pasa dos dedos sobre una cómoda, los levanta al mismo tiempo que sus cejas y grita exigiendo a la servidumbre que dejen la superficie barnizada “como lago de Suiza”, y dos mujeres, con cofias, corren, humedecen los paños en aceites especiales y comienzan a tallar las superficies como si limpiaran el rostro de Cristo. Siempre que como algo pienso en el polvo, los nutriólogos recomiendan mucho cuidado al comer comida callejera, todo está expuesto a esa mancha invisible pero pertinaz. Sólo el genio español convirtió lo oscuro en luminoso. En España, los chicos y chicas aman echarse polvos. Posdata: la palabra siempre ha llamado mi atención: desempolvar. Es labor imposible. Además, dijeran los españoles: “Polvo dado, ni Dios lo quita”. ¡Tzatz Comitán!