lunes, 17 de diciembre de 2007

Carencias

Tal vez hace falta pensar en grande. Muchas personas han comentado el desacierto de que las esculturas estorben el espacio del parque central; pero, asimismo, muchas otras han señalado el acierto de celebrar en Comitán el encuentro de escultores. Tal vez algunos niños ya recibieron la semilla de la escultura; tal vez ya estén jugando a ser escultores; tal vez, algún día, sean grandes escultores.
Tal vez hace falta pensar en grande. ¿Hay un grupo de música clásica que alimente el espíritu de los comitecos? ¿Hay un taller de grabado que aliente los sueños de los niños, potenciales artistas?
Sé que las carencias de los pueblos son muchas. En Comitán se habla de carencias en el sistema de la red de agua potable y en el bacheo de las calles, además de muchas carencias más. Pero, alguien debe pensar en los baches del espíritu. ¿Cómo se llena ese vacío que existe en el alma de los niños y jóvenes comitecos? ¿Qué luz están bebiendo? ¿Con qué trigo se están alimentando?
Tal vez hace falta pensar en grande. Espero que Eduardo Ramírez Aguilar tenga la capacidad para sembrar algo de arte en el campo comiteco.
Es penoso constatar que las autoridades locales sólo piensan en grande cuando se trata de corrupción y de componendas que son para beneficio exclusivo de sus parcelas personales.
Tal vez hace falta mirar el cielo y pensar que "otro modo de ser" es posible.

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (28)
Abrí la caja de mi mamá y tomé lo que cogieron mis dedos índice y pulgar y puse un poco de ceniza en cada uno de los sobres. Cerré la caja de nuevo y la metí en la bolsa de basura. Iba a colocar los sobres en el estante de las cosas naturales cuando recordé la nota escrita por Verónica. ¿Tenía algún caso seguir aumentando el Inventario Divino? Hice pedazos los tres sobres y los metí en el cesto que estaba al lado de mi escritorio. Puse mi pie izquierdo adentro del cesto y aplasté la basura. ¿También el Inventario era polvo y en polvo debía convertirse? Una nube de frustración pareció instalarse en el centro de la sala y comenzó a ahogarme. Toda mi vida, desde los ocho años, había estado seguro de mi vocación. Nunca me cuestioné la validez de integrar el Inventario. Ahora todo era confuso. Desde que comencé mi relación con Verónica esperaba con ansia su llegada al departamento. Ahora, por primera vez, tenía una sensación extraña. Tenía miedo de enfrentarla (así lo pensé, como un enfrentamiento, y como en todo enfrentamiento alguien saldría herido). Faltaba poco para que Verónica metiera la llave, abriera la puerta y dejara el bolso y el impermeable (había comenzado a llover). ¿Qué le diría cuando preguntara acerca de mi decisión de continuar con el Inventario o de continuar mi relación con ella?
Habían bastado unas hojas de una libreta de apuntes para terminar con mi certeza.

(Continuará)