jueves, 20 de diciembre de 2007

Dios también resuelve crucigramas (30)

¡Era Verónica! No dijo nada. Caminó, metió sus brazos por detrás y me abrazó. Vimos cómo arreciaba el aguacero.

Saqué el "diablito", lo cargué con mi maleta y cuatro cajas de cartón llenas con el Inventario. Caminé hacia la playa, ¡sentí el mar! Algo me decía que pasaría mucho tiempo para que yo estuviera de nuevo frente al mar. Tal vez nunca más volvería a a verlo. Nadie sabe en qué suelo caerá el otro pie. Cerré los ojos y respiré hondo. El mar me trajo un aroma muy distante, era como un olor de madera antigua, pensé que ese olor era como una estrella que me traía su brillo después de recorrer millones de años luz. ¡Millones de años luz! El hombre había tenido capacidad para dar una dimensión a esas distancias porque, al final, debía ponerle medida a todo, al tiempo, al cansancio y al paso del viento. El viento jugaba conmigo, se enredaba en mi piel y en mi cabello. Sentí una mano sobre el hombro. ¡Era Azucena! Era como el primer día. Hacía tanto tiempo. No me dijo nada, yo tampoco dije nada. Como si alguien nos hubiese dado una orden no hicimos más que ver el mar, sólo el mar.

(Continuará)