jueves, 6 de diciembre de 2007

Con perdón de don Gabo (1)

Gabriel García Márquez me aburre. No recuerdo cuándo, pero en Comitán leí por primera vez "Cien años de Soledad". Esa vez abrí el libro y ¡me maravillé! ¡Qué escritor tan prodigioso!, pensé. Como siempre que esto me sucede, el libro lo llevé de una parte a otra, sin despegarme un ratito de él. Lo leí a la hora de entreclase, a la hora de comer, a la hora de ir al baño, antes de dormir y a la hora de despertar. De pronto, algo extraño sucedió. Algo como un agotamiento de lector me invadió y comencé a leer menos, hasta que un día ¡ya no leí nada! Dejé el libro sobre el buró y así permaneció por varios días. Antes de acostarme veía el libro y me recriminaba, me decía que era un tonto por dejar de lado a tan maravilloso escritor, pero mi "agotamiento" ganaba, ¡y ganó!, y ganó de manera inusual. En lugar de quemar el libro para que no estuviera molestando mi conciencia, lo agarré, retomé la lectura en donde la había dejado, y comencé a leer de prisa, a saltarme párrafos completos, ¡páginas completas! Lo que quería era terminar el libro a como diera lugar. Por fin, una noche, llegué a la última página. Al otro día puse el libro en el librero y di por terminada esa aventura literaria. Así como un viajero siente pesadumbre cuando realiza un viaje frustrado, así me sentía yo: el mundo de "Cien Años de Soledad" había sido como cien años de aburrición.
Claro, a don Gabriel García Márquez no le preocupa para nada si digo que me aburre. Los millones de fieles lectores de su obra tampoco pierden el sueño. Don Gabriel ha vendido millones de libros, ha ganado el Nobel de Literatura y anda totalmente despreocupado de lo que opina un lector que parece nadar contracorriente.

(Continuará)

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (19)
Ella se soltó de mi mano, corrió hacia la mesa de centro, abrió su bolso y me mostró dsde ahí la pluma de un pájaro.
-Es mi primera contribución -dijo-. ¡Es la pluma de un colibrí! Luego te platico cómo la conseguí. ¡Bárbaro, es tardísimo! Me mata doña Kena, me mata -. Abrió la puerta y dijo "chao". Yo fui hasta la mesa de centro, tomé la pluma de colibrí y la metí en un sobre y anoté: "Primera contribución de Verónica".

En el Inventario Divino reuní palabras. Las escribía en papeles sueltos y estos los guardaba en una caja que le había robado a mi mamá. Ella la empleaba para guardar sus hilos y agujas. Comencé a anotarlas porque eran palabras que nunca había oído. La primera vez que oí una palabra que jamás se había pronunciado en los corredores de mi casa fue una vez que un bebedor giró el dedo y yo corrí a preparar la siguiente ronda. Metí la mano en la hielera y saqué dos botellas. Tenía dos días que Juan no llegaba con el hielo. Destapé las botellas, las coloqué en la charola y fui hasta la mesa en donde estaban los bebedores. Uno de ellos tenía anillos en cada uno de los dedos de sus manos. Cambié las botellas vacías por las llenas y me retiré, estaba ya por donde la rocola cuando oí que el bebedor gritó:
-¡Me cago en la verga! Estas cervezas están como chascas, ¡todas tibias!
Su compañero rió y le dijo que más tibia estaba su hermana y que bien que se la llevaban al río. Esto último lo oí a medias porque estaba impresionado con la palabra que había dicho el de los anillos.

(Continuará)