sábado, 1 de diciembre de 2007

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (15)

Después de trapear el salón y limpiar las mesas, yo también sacaba una silla y la colocaba en el pórtico. La colocaba formando un ángulo recto, así, mientras ellos veían el mar, yo los veía a ellos. El mar los embrujaba porque permanecían horas y horas en silencio. La lejanía hacía el prodigio, porque en lo que la mirada iba hasta el horizonte y regresaba ya la tarde se había consumido. Es lo bueno de dejar correr la mirada sobre esas sábanas inmensas que no tienen pliegues de montañas.
Una tarde, muchos meses después de "la desgracia", descubrí que la mirada de don Artemio no estaba perdida en el mar, sino en el oleaje desordenado de la cabellera de Azucena; otra tarde, fueron los ojos de Azucena los que tropezaron sobre las manos de don Artemio. Por eso fue natural que otra tarde ambas miradas se enredaran. Esa tarde fue como si Dios, después de años de jugar a las escondidas con ellos, decidiera manifestárseles, y, como sucede con las gotas de lluvia, había sido al mismo tiempo y en el mismo espacio. Desde ese instante sus miradas tomaron un brillo como de ánfora griega. Don Artemio sacaba y metía las dos sillas, y Azucena ponía los frijoles sobre su regazo y separaba los buenos de los malos y era ella, ¡ella!, quien los cocinaba.
Una mañana, don Artemio subió a la camioneta, se despidió con la mano afuera de la ventanilla y dijo que iba al centro. Apoyados en el barandal del pórtico vimos a la camioneta perderse en medio de una nube de polvo. Cuando la nube desapareció dejamos de ver el camino. Azucena me pasó el brazo por el hombro y caminamos por la playa, como si fuéramos dos muchachos. Yo tenía diecinueve años y ella era once años más grande que cuando la conocí. El agua del mar y la arena húmeda se confundieron en nuestros pies. Ella, como creo que ya dije, era mujer de pocas palabras, pero esa mañana me confió varios secretos. Cuando llegamos a la palapa, se recargó sobre un tronco y, con la mirada perdida en el vuelo de una gaviota, dijo:
- La vela que trajiste ya prendió también mi cera. Gracias.
Se puso de rodillas y me besó las manos. Yo no la evité. Dejé que su árbol tirara todas las hojas secas. Cuando dejó de llorar, alzó su cara y repitió su agradecimiento. Me hinqué frente a ella y con mis manos limpié su cara hasta que ésta asumió la gracia del viento. Nos sentamos sobre la arena y ahí nos quedamos recordando los años anteriores, recordando mi timidez e impetuosidad del primer día. Cuando en la playa mi papá subió al carro y yo quedé como hoyo de cangrejo a media playa, Azucena no dejó que me atrapara la nostalgia, me metió al salón y me colocó en el centro: vi las mesas y sillas rodeadas de penumbra, los dos ventanales que dejaban pasar la luz y el aire, la hielera llena de agua con aserrín, la rocola y el mingitorio que era un canal de cemento lleno con mitades de limones exprimidos. Esa mañana sentí -y desde entonces no me ha abandonado- el vaho con sabor a sal, culebra que cambia la piel del cuerpo del hombre y la convierte en trapo húmedo que envuelve los huesos. Don Artemio me llevó al fondo, ahí, detrás de una pila de cajas con botellas vacías, estaba un camastro recién tendido con una sábana floreada.
-Acá vas a dormir, ¿está bien? Es la cama de la señorita Azucena, ¿ya la conociste? Ya buscarán cómo acomodarse, ¿está bien? ¿Cómo dices que te llamas, indizuelo?
Sentí que el alud de sus palabras me enviaba al fondo de un pozo. ¿Cuál de todas sus preguntas debía responder? Dejé mi maleta en el suelo y, después de varios segundos, dije:
-Me llamo Jesús, y soy un Buscador de Dios.
Fue entonces don Artemio quien cayó al pozo, y me vio como si yo fuera un reloj de arena descompuesto (¿nunca han pensado qué pasa con el tiempo cuando alguien olvida darle vuelta al reloj de arena?). Pero, el desconcierto inicial no duró, a los dos segundos don Artemio soltó una carcajada que fue como si tuviera guajolotes adentro de su panza.
-¡Tenía razón tu papá! Como dijeran los argentinos: "Sos todo un caso". Bueno, ¡a trabajar! Acomoda las mesas y trapea el piso, ¿está bien?

(Continuará)