domingo, 16 de diciembre de 2007

Dios también resuelve crucigramas (27)

Puse la caja sobre la mesa de centro y con un exacto corté la cinta adhesiva. Encontré dos pequeñas cajas de madera barnizada y una nota. Mi tía Eufrosina me daba el pésame y, a la vez, informaba que en las cajas iban las cenizas de mis papás. Mis papás habían muerto, junto con el tío Eutiquio, en un accidente en la carretera de San Cristóbal a Tuxtla. El auto se incendió al caer al precipicio. Los cuerpos quedaron calcinados, por lo que mi tía decidió incinerarlos. Una caja tenía el nombre de doña Deifilia y la otra caja el nombre de don Ausencio. Al final de la nota mi tía me confiaba su sospecha de que en la funeraria hubieran metido los cuerpos los cuerpos al mismo tiempo por lo que pensaba que en las cajas venía revuelto el polvo de los tres. La noticia de la muerte de mis papás no me dijo nada. Cuando subí al carro con don Ausencio y dejamos a doña Deifilia limpiándose la cara con el chal tampoco había sentido nada. Si ahora lloraba tal vez era porque había estado cortando cebolla. Ese polvo no olía a nada, fue preciso que le cayeran algunas gotas para que comenzara a despedir el olor a tierra mojada. En ese polvo estaba, sin duda, la huella. Metí mis dedos y vi cómo el polvo perdió su forma, era tan fácil cambiarla. Saqué los dedos y todo volvío a quedar como en el principio. Así queda la vida despúes de la muerte. Fui al escritorio y saqué tres sobres de la gaveta. Uno para mi mamá, otro para mi papá y uno más para el tío Eutiquio.

(Continuará)