domingo, 9 de diciembre de 2007

Con perdón de don Gabo (2)

El libro quedó arrumbado sobre el librero de madera. Un día, un afecto me dijo que leyéramos una novela, ya habíamos leído muchos cuentos (de Faulkner, de Monterroso, de Cortázar, de Bárbara Jacobs, de varios autores chiapanecos y del propio García Márquez). Entonces sugerí "Cien años de soledad". Regresé al librero de mi casa de Comitán y desempolvé mi ejemplar que había olvidado hacía ya varios años.
Para no provocar el mismo resultado diré ahora que sucedió lo mismo que la primera vez. Mi afecto y yo nos deslumbramos al principio, esperábamos con ansias el momento para continuar con la lectura, pero después de un tiempo noté que ella también se aburría (no sé si yo la contagié de mi actitud o, como sucede con el insomnio en la propia novela, algo como una niebla de hastío cubrió nuestra emoción y ya no nos abandonó). Un día no soportamos más y olvidamos a García Márquez y nos pusimos a leer La Iliada (ah, ¡qué diferencia, qué disfrute!). Olvidé de tal manera a "Cien Años de Soledad" que, varios años después, cuando busqué mi ejemplar ya no lo hallé. Tal vez lo presté y nunca me lo regresaron. Tal vez.
Cuando Gabriel García Márquez publicó sus "Doce cuentos peregrinos" dudé en comprar el libro, pero como soy un gran aficionado a leer cuentos ¡lo compré! ¡No me arrepentí, hallé en sus cuentos el mismo deslumbre que descubrí en el principio de "Cien Años de Soledad".
Hace como quince días (ya acá en Puebla) fui a visitar a mi compa Pepe. Dos cosas me deslumbraron: la primera es el "árbol" de nochebuena que tiene a la entrada de su sala: ¡espléndido sol fragmentado!; y la segunda fue un ejemplar de la primera edición de "Cien Años de Soledad", en cuya portada tiene un diseño de Vicente Rojo (es un ejemplar ya de colección). Mi compa tiene el libro forrado con plástico, a fin de que no se deteriore. Dentro de la plática le señalé el libro y se lo pedí prestado, pensé que él iba a mostrar cierta reticencia, pero ¡no!, se levantó, tomó el ejemplar del librero y me lo dio.
Mientras iba en el camión de regreso a casa pensé que, tal vez, después de tantos años, ya con más experiencia literaria, ahora sí "entendería" a don Gabo.

(Continuará)

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (21)
-¡Ora Chucho! ¿Qué hiciste? -me dijo don Artemio. Yo estaba hincado frente al camastro y él estaba del otro lado de la pila de cajas. Volví a oír su voz por encima de la pila: "Afuera te espera una señora. Apúrate, no la hagas esperar, ¿está bien?"
Dejé el martillo sobre el camastro, guardé los clavos y salí a ver quién me buscaba.
Era una mujer joven pero parecía mayor porque de su cuello y brazos le salían unos rollos de grasa que rebasaban el vestido. Cuando me vio trató de subir los tres escalones del pórtico, pero se arrepintió y me dijo:
-Si me hicieras la caridad, mejor bajá vos.
Al bajar vi que era chaparrita, tal vez por eso su gordura era más notoria.
-¿Cuánto cobrás por milagro? -dijo, sacó un pañuelo y se limpió la cara.
Me contó que todo el mundo del pueblo decía que era un milagro que Azucena fuera pareja de don Artemio y que yo era quien había hecho "el milagrito".

(Continuará)