sábado, 22 de diciembre de 2007

Dios también resuelve crucigramas (31)

-Así que te vas -dijo don Artemio quien no vio el mar sino el "diablito" lleno de cajas-. No vayas a escribir porque bien sabes que acá la gente no es muy leída ni escribida. Cuando te acuerdes de nosotros ¡ven a vernos! ¿Está bien?
-Sí, don Artemio -dije. Azucena me enterró las uñas. Cuando dije que sí, había sonado como una promesa, pero se sabe que en las despedidas siempre aparecen promesas que se convierten en agua apenas suben a los barcos.
Más de doce años había permanecido en "La sin par". Lo más relevante al estar fuera de mi casa había sido descubir la huella de Dios en las palabras. El salón era otro mar enfrente del mar. En la noche, cuando metía el trapeador en la cubeta de agua limpia, podía palpar la resaca que habían dejado los bebedores. La palabra tenía el prodigio de continuar ahí sin que algo físico revelara su presencia. Era cuestión de fe. Yo sentía latir las palabras, eran como una parvada de pájaros en busca de árboles para pasar la noche.

(Continuará)