martes, 4 de diciembre de 2007

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (18)

- ¿Qué tienes escondido acá? -preguntó Verónica y acercó la caja a su oído y la movió con ambas manos.
Esa caja contenía uñas y cabellos humanos.
No esperó a que yo respondiera, dejó la caja en su lugar y caminó hasta el balcón. En el trayecto levantó su copa de vino.
-¡Chale! Está de pelos tu universo. ¿Qué tal si te ayudo a completar la colección?
Lo dijo sin verme, su mirada estaba perdida en el edificio de enfrente. Ella aún no sabía que mi inventario no era una simple colección; y yo aún no sabía que una noche, mucho tiempo después, ella llevaría una foto en donde un niño tirado en una calle de París me pediría auxilio.
Tomé mi copa y fui hasta el balcón. La noche era fresca. Verónica vio hacia abajo (mi departamento estaba en el tercer piso) y dijo:
-¡Hijos, da mareos! ¿Nunca has soñado que estás en un lugar altísimo y de pronto, empiezas a caer y caer y caer y no paras. Menos mal que siempre cuando están más horribles los sueños, suena el despertador.
Verónica me vio, tal vez porque yo no decía nada. Vi en sus ojos la misma luz que había visto en los ojos de Azucena cuando don Artemio la invitó a bailar. La luz que tenía Verónica era apenas como brillo de faro muy lejano, pero ya era un buen principio.
-Sí, Verónica, está bien - le dije y puse mi mano sobre la de ella que estaba sobre el barandal.
-¿Qué cosa es lo que está bien, güey? -preguntó ella y reímos.
-Perdón, digo que sí me gustaría que me ayudaras a completar la colección.

(Continuará)