martes, 25 de diciembre de 2007

La luz de las siete con cuarenta y seis

Lo primero que hago es mirar por la ventana. La calle está desierta. Algunos pájaros cruzan el cielo. En la calle no pasa ni un carro, ni una persona. Por lo regular, a esta hora, y en días regulares, la calle tiene el alboroto de decenas de carros y de decenas de personas. Ahora la calle está vacía (apenas, en este momento, pasa un camión urbano).
Los que saben dicen que en esta temporada también este chunche está vacío. La gente no entra al internet. ¿De veras esto es cierto? No lo creo, sé que, igual que yo, millones de personas, a esta hora (ya son las siete con cuarenta y nueve), están checando su correo o mirando alguna página que pueda decirles cómo amaneció el mundo.
Pero no hay novedad, el mundo amaneció igual que los últimos cincuenta veinticincos de diciembre: con las calles llenas de silencio, de un polvo que camina descalzo.
Tal vez algún bolo llena alguna calle; tal vez le llegó el momento de volver a casa.
El veintinco de diciembre es buen día para volver a casa, a la casa interior, la más auténtica, la única que no se agrieta con los tosidos de algún temblor.
Tal vez (ahora que ya son las siete con cincuenta y cuatro) es hora para prender la flama del corazón.
Total, parece que no hay otra cosa más importante qué hacer. La calle está vacía, no pasa ni un carro, ni una persona. Sólo un pájaro (ignorante de que hoy es veinticinco), vuela como todos los días, porque los pájaros son sabios, por eso son dueños de todas las casas y de todos los cielos.

Dios también resuelve crucigramas (32)
Más que en el diccionario, más que en todos los libros del mundo, la palabra estaba en el ping-pong que jugaban los bebedores. En el salón todo era vértigo, aún en el cansancio de la tarde y en la inconsciencia de la borrachera. El salón era un templo y los bebedores eran creyentes que entonaban rezos individuales.
Mi estancia en "La sin par" me había enseñado que Dios, en efecto, era una presencia invisible en el fondo de las botellas, y que los bebedores lo absorbían en cada trago. Conforme la borrachera entraba en sus cuerpos, los bebedores encontraban nuevas maneras de entrelazar palabras y surgían diálogos deslumbrantes. Por eso los bebedores reían y se daban golpes afectuosos o llenos de coraje. ¡Era la manera de festejar el nacimiento de nuevas ensartas para los rosarios!

(Continuará)