martes, 18 de diciembre de 2007

¡Tipasasazo!

Ramiro Suárez Argüello es mi amigo. Lo conocí cuando fuimos compañeros de banca en la secundaria del Mariano N. Ruiz. A veces iba a su casa a jugar, hallaba a su mamá regando las flores del jardín de la entrada, y hallaba a su papá dando de comer a los gallos de pelea en el patio trasero. Don Armando regaba los granos como quien riega luz y los gallos se peleaban (por algo eran de pelea) el maná que caía, no del cielo sino de las manos de don Armando. A veces don Armando nos platicaba alguna anécdota y su boca se llenaba de algo como un buche de agua limpia cuando algún personaje era importante y entonces, para darle énfasis, para que nosotros -apenas tiucas destempladas-, reconociéramos la importancia de tal personaje, él bajaba y levantaba la mano con emoción y decía con una voz fuerte y clara: "¡Era un tipasasazo!". Y entonces aprendí que los tipasasazos eran hombres como Cervantes, como Mozart, pero también tipasasazos eran los humildes del barrio que eran buenos para ejercer su oficio. Supe entonces que en Comitán, como en todos los pueblos del mundo, hay tipasasazos en cualquier esquina. Y una buena ruta para la vida es hallar las huellas de estos hombres y caminar senderos semejantes.
Y tal vez, gracias a don Armando, una tarde de esas regresé a mi casa con una piedra brillante en la bolsa del pantalón. Cuando entré a mi casa y hallé a mi papá, sentado ante la mesa del comedor, separando y contando unos hilos dorados lo vi diferente. Preparaba bolsitas con cien hilos dorados que luego vendían en la tienda de estambres que tenía mi mamá. Esa tarde vi a mi papá, con su camisa arremangada, haciendo un oficio muy sencillo como si éste fuera el más importante del mundo. Tal vez fue esa tarde, o muchas tardes despúes, cuando entendí que mi papá era ¡un tipasasazo!
Comitán está lleno de esos tipos maravillosos. Mañana, Dios mediante, contaré algo de don Ramiro Ruiz (tío Rami), dueño de la Proveedora Cultural, quien, igual que don Armando, igual que don Augusto, igual que cientos de hombres más, era un tipasasazo.

Dios también resuelve crucigramas (29)
Ahora pensaba que tal vez, Verónica tenía razón. Mi Inventario Divino era un álbum con figuras repetidas, ¿qué no acaso ya el inventario era el Universo? Y luego estaba lo otro, el Inventario se había convertido en una obsesión insana. Poseía cabellos, uñas y pestañas. ¿Cuándo -preguntaba Verónica- comenzaría a guardar huesos, pedazos de piel y órganos humanos?
Salí al balcón y dejé que la lluvia me mojara. Hay un instinto en todo hombre: al pedir ayuda divina mira hacia arriba. No elevé la mirada, por el contrario, la dejé clavada en el suelo y le pedí a Dios que me ayudara. El callejón estaba desierto, sólo las gárgolas parecían tener vida. En la ventana del edificio de enfrente, seguía prendido el televisor, pero nadie lo miraba. Por primera vez extrañé el mar, extrañé esa lejanía en donde la vista no encuentra más tope que el cielo. En el mar no es preciso alzar la vista para ver el cielo, el cielo está siempre a la altura de los ojos.
Oí una llave en la cerradura.

(Continuará)