domingo, 2 de diciembre de 2007

El tío Jul de Tavito

¿El hombre trasciende a través de su obra?
Tío Jul nunca imaginó que su restaurante iba a ser tan famoso. Nunca imaginó, al preparar esos chamorros que en Comitán llamamos huesos, que su pequeño río iba a llegar un día al mar.
Nunca, jamás, pensó que un modesto empleado iba a inmortalizarlo. Tavito, el singular mesero, el de la carita siempre arrugada, el del corazón siempre planchado, se volvió más famoso que su patrón y su fama lo trasciende y hace que tío Jul también sea eterno.
Sugiero que, en la fachada del restaurante, se coloque una placa que hable de este personaje, único en el universo. Sugiero que la caricatura que le hizo Raúl Espinosa se grabe en una placa metálica y se coloque en la pared donde, todas las tardes, Tavito se sentaba a fumar, mirando pasar los pontenciales clientes, mirando pasar el río de la vida que siempre va a dar al mar.

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (16)
Desde esa noche, Azucena me hizo un huequito en su cama y me atendió como si yo fuera su hijo; yo, por mi parte, siempre la vi como la flor blanca que ofrecen los devotos en los altares.
Cuando abandonamos la palapa y volvimos al local, encontramos a don Artemio acostado sobre una cama nueva. Había colocado la cama justo en el centro del salón para que fuera lo primero que Azucena viera nomás entrara. Cuando la vio Azucena se acercó y pasó su mano sobre cada una de las molduras doradas de la cabecera y, por último, con cierta timidez, se sentó sobre el colchón.
-¡Esta es tu nueva cama! ¿Está bien? -le preguntó don Artemio, al tiempo que se sentaba a su lado.
Desde entonces, siempre que pienso en ellos, los veo así: sentados uno junto al otro, ya viendo el mar, ya viendo los fantasmas del salón, o viendo los sueños que pasan por la ventana.
-¡Ora, Chucho, muévete! -me dijo y cargamos la cama nueva hasta llevarla al lado de la suya. Sacó una regla y, entre cama y cama, dejó el espacio justo para que la regla cupiera. -¿Así está bien? -le preguntó a Azucena y cuando ella dijo que sí, don Artemio se limpió la frente con su paliacate, metió una moneda en la rocola, puso en escuadra el brazo izquierdo e invitó a bailar a Azucena. Los timbales, el piano y las trompetas de la Sonora Santanera se apoderaron de sus cuerpos. Bailaron de un extremo a otro del salón y terminaron exhaustos, como despojos de naufragio.

(Continuará)