martes, 19 de octubre de 2021

CARTA A MARIANA, CON DELIRIOS

Querida Mariana: a veces deliro. Vos sos el árbol donde prendo mis nidos. Ni modos. Eso te toca por ser mi amiga, mi encuache. Contaré algo que es cierto. El otro día, la actriz Angélica Aragón platicó que su papá Ferrusquilla compuso muchas canciones que fueron exitosísimas. Dos ejemplos: El tiempo que te quede libre (interpretada por Luis Miguel, María Dolores Pradera, Tania Libertad, Los Panchos), y La ley del monte (la que dice “Grabé en la penca de un maguey tu nombre”, interpretada por Antonio Aguilar y los famosos Fernández: Pedro, Vicente y Alejandro). Cuando oí lo de Grabé en la penca de un maguey tu nombre, pensé que en Comitán, sin duda, un enamorado hizo eso en los grandes magueyales que existían en el pueblo, de donde sacaban el aguamiel para hacer el pulque y luego el famosísimo comiteco. Esto que cuento es una posibilidad real, mi delirio comenzó cuando escuché que Angélica contó que entre todas las canciones famosísimas de su papá, hay una (perdón, no recuerdo el nombre) que es como himno para un pueblo. Acá volví a pensar en nuestra ciudad, en la canción “Comitán”, que escribió el tapachulteco Roberto Cordero Citalán, y que los comitecos consideramos un himno. Angélica contó una historia sublime, bien bonita. Dice que alguien le platicó que en ese pueblo, a las seis de la tarde, ponían la canción en un altavoz para que se escuchara en todas partes. Angélica fue una vez y comprobó ese prodigio, se sentó en una banca del parque y, a las seis en punto, escuchó que de la gran bocina aparecían, como palomas, las notas musicales que compuso su papá, que era tan bueno para componer canciones que las hacía con la misma facilidad con que tío Emilio repartía programas de cine. Acá fue donde comencé a delirar, porque pensé otra vez en Comitán y pensé algo que amigos mayores, de gran memoria, me han asegurado que nunca sucedió. Pensé (según yo recordé) que hubo un tiempo que el reloj del palacio municipal daba la hora tocando la canción que ya dije, la de don Roberto Cordero. Ahora mismo sigo escuchando las campanadas con la melodía: Ta ta tan, ta ta tan tan tan tan tan. ¡No! Me han dicho todos. Estás loco. No, loco no estoy. Sí reconozco que deliro de vez en vez. Hay una gran diferencia entre el delirio y la locura. La locura es un trastorno mental; en cambio, el delirio es una realidad alterada. Claro, también es un trastorno mental, pero, digo yo, es pasajero. Ahora ya lo escribí, y al rato, como siempre me sucede, lo olvidaré. Sólo insistiré tantito. Perdón. Según yo, una tarde, igual que lo hizo Angélica, me senté en una banca del parque central y cuando la manecilla del minutero tocó el doce, mientras la otra manecilla chocó con el seis, las campanas del reloj comenzaron a tocar ta ta tan, ta ta tan tan tan tan tan y mi cabeza tradujo: Comitán, Comitán de las flores… Mi mamá, botándose de la risa, dijo que no recuerda ese suceso y agregó: “si nunca servía el reloj”. Y tiene razón, ese famoso reloj, con delicado engranaje, estaba parado durante mucho tiempo o tenía equivocada la hora, por lo que no servía para lo que sirven los relojes. Era un reloj delirante, porque causaba confusión. Pero Arturo, que tiene más o menos mi edad (64 años), dijo que esto lo imaginé, porque en alguna ocasión escuchó que un presidente municipal tuvo el proyecto en mente, pero no recuerda que se haya realizado. ¿Entonces? ¿Todo es producto de mi imaginación? Cuando menos, lo que dijo Arturo me dio cierto sosiego. Hubo alguien que pensó hacer eso que yo doy por hecho. Posdata: el delirio es como mosca, movés las manos en intento de que se vaya y regresa y sigue molestando. Yo, te lo juro, vuelvo a recordar la tarde en que me senté en la banca del parque, miré el vuelo de pájaros en busca del resguardo nocturno y escuché la canción Comitán, con el toque de las campanas del reloj municipal. ¡Ya! Todos tienen razón, es producto de mi imaginación. Bueno, el que no tiene razón es el que insiste que es una locura lo que digo. No, no estoy loco. Deliro, de vez en vez, pero sólo poquito. A final de cuentas, digo, los escritores tenemos al delirio como uno de los cercanos asesores. Comitán, Comitán de las flores, a las seis de la tarde. ¡Genial!