jueves, 28 de octubre de 2021

CON LUZ INFINITA

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son actrices en obras de teatro, y mujeres que son el escenario. La mujer escenario está acostumbrada a los reflectores, pero la penumbra no le es ajena; es decir, es una mujer que sintetiza la vida. Se sabe que la vida es un péndulo que toca la luz y, segundos después, toca la oscuridad. Los sabios dicen que el secreto de la vida es hacer trampa con el péndulo, colocarle un alambrito que impida que llegue a la zona oscura y se regrese en el atardecer del instante para estar siempre en zona iluminada. Trampitas recomiendan los sabios, pero la mujer escenario no necesita de artilugios, su esencia natural permite que su halo siempre tenga brillos. La mujer escenario también está dividida en dos clases: la que busca ser el principal motivo de la vida; y la que sin buscarlo vive en la zona donde la luz es esencia permanente e infinita. Ejemplos de la primera clase son Lucía Méndez, La Chica Dorada, Shakira y todas las actrices de telenovelas; aunque no hayan nacido con el don de la iluminación se van colando hasta llegar a peldaños donde pasaron Thalía y Salma Hayek; ejemplos de la segunda clase son todas aquellas que nunca soñaron con pasarelas, pero su obra es tan llena de destellos que el mundo las reconoce y, de igual manera que las primeras, se convierten en ejemplos de vida y muchas niñas sueñan ser como ellas. Ahí están Marie Curie, Rosario Castellanos, Elena Garro, Cristina Rivera Garza, Elena Poniatowska, Josefina García y Sor Juana Inés de La Cruz. ¿Sor Juana? ¿La Curie? Pero, cualquiera diría que ellas permanecieron encerradas en el claustro o en el laboratorio. Como ellas, existen millones de mujeres que realizan actividades, en apariencia, alejadas de los reflectores, sin embargo, llega un instante donde el mundo voltea a verlas y, por la luz que emana de ellas, se convierten en punto principal, en camellón donde las olas del mar se inclinan ante ellas, con la misma rotundez y sensualidad de la postración de la palmera. La mujer escenario es del Club de la nube prodigiosa: el hombre debe elevar la mirada para verla; en ello radica su grandeza, siempre está en la altura y da lecciones de vida, le dice al hombre que nunca camine con la vista gacha, que siempre levante la mirada, que no se quede en la medianía del horizonte, que, como dicen los clásicos, siempre apunte en lo más alto. No anda con altavoz gritando sus logros, le basta sonreír para dejar que el mundo reconozca la mirada sublime que posee. Basta leer una biografía de ellas, las mujeres escenario, para descubrir la arena que forma sus veredas. Ahí está, como ejemplo, Valentina Tereshkova, cosmonauta soviética, quien fue la primera mujer en el mundo que viajó al espacio. Ella, en ese instante (1963), fue la mujer que estuvo más cerca del reflector más intenso de nuestra galaxia: el sol. Ella, dice el libro de Historia, tuvo un nombre clave: Chaika, que, en ruso, significa gaviota. ¡Sí! La mujer escenario tiene los pies en la tierra, en un auditorio, pero su mente y espíritu vuelan como gaviotas, porque son hijas del aire y nietas del viento. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como una blusa rasgada, y mujeres que no usan blusa ni sostén.