viernes, 8 de octubre de 2021

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE SOY DE LA UAM, DE LA UNAM, DE LA UVM Y DE LA UNACH

Querida Mariana: antes lo decía de broma. Hoy lo digo en serio, muy en serio: no sólo tengo una alma mater, tengo cuatro, ¡cuatro! Estudié en la UAM (unidad Iztapalapa), en la UNAM (cuatro años), en la UVM (tres semestres) y en la UNACH (cuatro años). Lo decía en broma. Ahora lo digo en serio: sólo me faltó estudiar en la Universidad Femenina. Pepené hilos de luz en cuatro universidades. Haciendo cuentas, estuve más de diez años y medio en diversas aulas universitarias. No es cosa sencilla. En la UAM estudié un cuatrimestre de Ingeniería; en la UNAM estudié ocho semestres de Ingeniería en electrónica; en la UVM, tres semestres de arquitectura; y en la UNACH ocho semestres de Lengua y Literatura Hispanoamericana, carrera en la que, por fin, ¡uf!, obtuve el título profesional. Ahora que escribí la palabra carrera, que se aplica a las profesiones, puedo decir que fui persistente, no me rajé. La mayoría de mis amigos se titularon después de estudiar ocho semestres. ¡Yo no! Destiné casi veinte semestres (diez años) en aulas universitarias. Anduve bamboleando de uno a otro carril. Al final (como diría mi amigo Paco: qué va del pulso al culo), comencé ingeniería, pasé por arquitectura y concluí en literatura. Ahora, después de tanto tiempo me siento satisfecho por ese periplo. Digo que fue emocionante pasar por tantas aulas y con materias tan diversas. Cuando pienso que en la UNAM cursé algo que se llama Fundamentos de Control, entiendo cómo logré controlar mi ánimo para soportar quedarme a mitad del puente durante tantas veces. Al principio lamenté reprobar todas las materias de ingeniería, en la UAM; lo mismo sucedió cuando, después de cuatro años en la UNAM acudí a la ventanilla y me di de baja (aún recuerdo que la secretaria, linda, me dijo que lo pensara bien, que si me daba de baja ya jamás podría tener oportunidad de ingresar a la máxima casa de estudios del país. Me dolió abandonar las aulas de la UVM, unidad San Rafael, porque, a diferencia de los resultados obtenidos en la UNAM y en la UAM, tenía materias aprobatorias en la carrera de arquitectura, me encantaban las materias de proyectos, de diseño y dibujo. Hoy entiendo que todo fue un camino sensacional, en cada pupitre hubo un escalón de ascenso. Jamás descendí. Es cierto, en algunos peldaños me quedé sin dar el paso al siguiente durante un buen tiempo. Me quedé viendo cómo los demás compañeros ascendían por la escalinata, algunos me tendían la mano para ayudarme a subir y otros, los más realistas, movían la mano y me decían adiós. No me rajé. Cuando me detuve en el escalón de la UAM di un brinco sensacional a la UNAM y cuando me di cuenta que no subiría más en ese escalón coloqué un andamio y pasé a la escalera de la UVM, y cuando todo señalaba que ahí me quedaría, hice un puente colgante y me inscribí en la UNACH, la universidad pública de mi estado, y ahí ya no solté el pasamanos, me ayudé a colocar mi pie izquierdo en la huella superior y luego el pie derecho en el peldaño de más arriba y subí hasta llegar a la meta anhelada. Soy de esos hombres que, para llegar al cielo, necesitan de una escalera grande y otra chiquita. No todo mundo se atreve a subir por una escalera plegable de tal estructura, porque, desde lejos, se ve frágil, hechiza. Sí, está llena de añadidos, pero requiere cierta pericia para hacer los amarres convenientes. No todo mundo se atreve. ¡No! Quienes usan sólo una escalera y ascienden sin problema, se burlan de quienes pasan de una escalera a otra sin lograr el objetivo. El primer día que estuve en el patio central de la Universidad Autónoma Metropolitana tenía la edad de diecisiete años con cinco meses; cuando me presenté a recibir mi carta de pasante en la Universidad Autónoma de Chiapas tenía la edad de treinta y nueve años y siete meses. ¿El título? ¡Ah, el título profesional se llevó otro tiempito! Debía hacer el servicio social y preparar mi tesis. Para no fallar a mi carácter, cursé todas las materias en 1996 y recibí mi título en enero de 2014. Si hago la cuenta rapidito digo que entré a la universidad cuando tenía diecisiete años con cinco meses y salí cuando tenía 56 años y nueve meses. Estuve en el peldaño de estudiante universitario durante cuarenta años. Posdata: me siento orgulloso de lo que acabo de platicarte. Mis papás (como todos los papás) esperaban que yo hiciera una carrera como los demás muchachos. Cuando vieron que mi destino lo formulaba en forma atrevida e irregular no me soltaron de la mano, jamás me dejaron en el vacío, siempre supe que ahí estaban ellos tejiendo la red de protección por si me caía. ¡No me caí! Nunca me di por vencido. Cualquiera diría que soy de esos compas que afirman: tarde, pero seguro, o de quienes advierten que la vida no es carrera de velocidad sino de resistencia. La mayoría de amigos tuvieron un Alma Mater. Yo tuve cuatro madres nutricias. Cada una de ellas me recibió generosa y me dio sus pechos para que mamara a gusto. Lo hice. Lo disfruté. Hoy doy gracias a Dios por esa bendición, por ese privilegio que viven pocos, muy pocos. Soy lo que soy, gracias a las cuatro madres que nutrieron mi intelecto.