viernes, 15 de octubre de 2021

DONDE LA TIERRA ALCANZA PARA MÁS

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como tierra para jardín privado, y mujeres que son como almácigos para los sueños. La mujer almácigo para sueños es como hilo para bordar flores. Alucinante es la palabra que sacude todas las mañanas, la que cuelga en el tendedero, la que dibuja sobre el aire. Alucinante es la forma de su ventana, la de su buró, la de su cama. Hay veces que camina por la ciudad sin que alguien advierta su presencia, camina como si levitara, como si fuera un espíritu, como si, al regar las semillas de su genio, el aire levantara hojas secas del sendero. Cuando se pone los audífonos y escucha música en su iPad el tiempo se detiene y se vuelve un campo donde las mariposas suspenden su vuelo y las hormigas dejan de cargar hojas verdes y se convierten en monjes lamas. Cuando abre el clóset y busca qué blusa ponerse elige el color que más combina con el libro de su deseo; cuando se sienta ante una mesa del restaurante pide una bebida que combine con el espejo de su ideal; y cuando juega barajas con su amante deja que la reina de corazones rojos sea apenas un barquito de papel. La mujer almácigo para los sueños se coloca los lentes para el sol para no herir a éste con la luminosidad de su mirada; deja que su cabello caiga sobre sus hombros como cascada de edificios de cristal, porque las ciudades que más disfruta visitar son aquellas que obligan a elevar la mirada para ver la grandeza del genio humano. Le disgusta el paisaje de desierto, el que sólo permite los topes construidos con cactus; ama el rascacielos, las terrazas, los pent-houses. Esto es así porque reconoce que su árbol genealógico está formado con mujeres que siempre tuvieron alas, que aceptaron su vocación de vuelo, de ser colibrí en la burbuja del aire. Le fascina bautizar los objetos que le pertenecen, cada una de las cosas que la rodean y que le sirven en su día a día tienen nombres propios, con ello adquieren vida propia, se vuelven agua pura para saciar la sed de la nostalgia. La primera almohada que tuvo la nombró Lago azul; su primer radio se llamó Reflejo memorable; el cielo donde se convirtió en flor iluminada; y la ventana donde recibió una serenata se llamó Pez sin alas. No lo cuenta, pero ella, en su Diario, escribe los recuerdos con sus amantes alterando los nombres propios, así, sólo alguien con espíritu de Sherlock Holmes logrará descubrir la identidad verdadera. ¿Es cierto que estuvo una noche en el restaurante Maxim’s acompañada de Cuervo prodigioso? ¿Quién es Botero? ¿Quién Modigliani? ¿Quién Picasso? ¡No, no son famosos pintores! La mujer almácigo para sueños llama así a las nubes más afectuosas, a las que le sirven para matizar los azules cielos. Ella sabe que los sueños más sublimes se siembran cuando hay luna llena. Con pasión abre los surcos en medio de su cuerpo y, al lado de las orquídeas y de las bromelias, siembra las semillas que están regadas con el agua de sus amados. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como espejos quebrados, y mujeres que son como techos de casas a punto de derrumbe.