martes, 26 de octubre de 2021

CARTA A MARIANA, CON OLEAJES DE MACONDO

Querida Mariana: el fantasma de Gabriel García Márquez se paseó ayer en la casa, lo hizo tomado de la mano de mi mamá. El Gabo platicaba que muchas anécdotas que usó en sus libros las pepenó en la parcela de su abuelo. Su abuelo le contaba historias fascinantes y el Gabo, escritor igualmente fascinante, nos las regaló. No soy el Gabo, pero quiero regalarte un retazo de lo que mi mamá me contó ayer, un recuerdo del Huixtla de los años treinta. Ella, vos lo sabés, nació en 1930 en aquella ciudad de la costa chiapaneca. ¿Cómo era el Huixtla de su infancia? Recuerda que sus calles eran muy limpias y estaban muy iluminadas. Cuando mi mamá llegó a Comitán en los años cincuenta comparó la energía eléctrica, venía de la Ciudad de México, pensó que la luz de Comitán era muy pishcul, nada que ver con la de la capital de la república, ni con la de su pueblo natal. Mi mamá no sabe decir por qué en su Huixtla de los años treinta había mejor luz que en el Comitán de los años cincuenta; dice que, alumna de primaria, el maestro llevó al grupo a visitar la planta de luz, caminaron por veredas estrechas, al borde del abismo, hasta llegar al lugar donde había una serie de tubos enormes. Ese es su recuerdo de la planta. Tal vez, digo yo, la fuerza con que caía el agua sobre la turbina era intensa, con una intensidad superior a la que se daba en las plantas comitecas, generadoras de energía eléctrica. Mi mamá recuerda que en varias esquinas del pueblo había los llamados Serenos, vigilantes que tenían un silbato que soplaban cada hora para indicar que todo estaba tranquilo. Mi abuela Esperanza acostumbraba ir, en compañía de una prima, a misa de seis. Una mañana, mi abuela escuchó que tocaban la puerta, preguntó quién y escuchó la voz de la prima, quien la urgía a levantarse para ir a misa. Mi abuela salió y juntas caminaron con rumbo al templo, al llegar a la esquina, el Sereno les preguntó qué hacían a esa hora, tenían alguna urgencia. No, dijeron ellas, vamos a misa. El Sereno se quitó la gorra, se limpió el sudor y soltó la carcajada, dijo que las acompañaría a su casa, que eran las dos de la madrugada. Hasta acá, el recuerdo de mi mamá tuvo tintes normales, donde brincó el fantasma de Gabo fue cuando me contó que su abuela; es decir, mi bisabuela Casimira (la maravillosa Nana Mía, quien fue una gran lectora) daba cuartos en renta en su casa que estaba cerca de la estación del tren. En esa vecindad habitaron personajes fabulosos. Si Gabo viviera los usaría como personajes de sus textos de lo real maravilloso. En un cuarto vivía una mujer juchiteca, que se dedicaba a hacer totopos. Una vez, Nana Mía salió al patio, a la mitad halló que la mujer se bañaba, al lado de una sábana tenía una olla con agua al tiempo. La sábana le cubría de la cintura para arriba únicamente. Mi bisabuela le dijo que se le veía toda la parte de abajo, la jucha siguió enjabonándose la cabellera negra y dijo: “Sí, ña, abajo todas tenemos lo mismo, lo que vale es que no sepan quién soy”. En otro cuarto vivía la niña Elvira, una mujer que siempre vestía un sombrero de ala larga, con una pluma, que adivinaba el porvenir. Mi mamá dice que niña Elvira viajaba a las comunidades cercanas; cuando estaba en Huixtla le decía que le leería su destino, pero mi mamá nunca se dejó. Ella le gritaba: “aunque no querás te voy a adivinar tu futuro”, mi mamá salía corriendo, mientras la niña Elvira tiraba los naipes sobre la mesa. La niña Elvira era lo que ahora se llamaría bipolar, a veces era muy agradable y a veces estaba con humor de mil demonios. Mi abuela recomendaba a sus hijos: “Hoy no saluden a la niña Elvira, amaneció con la cachucha de lado”. En un tercer cuarto vivía una pareja mayor. Ella hacía artesanías y él las vendía en las calles. Cuando había función de cine, él regresaba al cuarto y le decía a su mujer que iría a la función, en ese tiempo la proyección iniciaba tarde y concluía a las once de la noche. Después de tomar un café, el hombre le recomendaba a su mujer lo de siempre: “No te duermas, regreso a contarte las películas”. Mi mamá dice que a medianoche se escuchaban los gritos del hombre cuando contaba, con detalles, la trama de la cinta que había visto; una noche mi abuela Esperanza se levantó de la cama, tocó en la puerta del hombre y le exigió al hombre que los dejara dormir, que dejara de gritar. “No, Perita, no se enoje, es que la película de hoy tuvo muchos balazos y los tengo que soltar acá para que mi Reina viva lo que yo vivo”. Posdata: qué vecindad tan llena de vida, qué recuerdos tan prodigiosos.