sábado, 16 de octubre de 2021

CARTA A MARIANA, CON GRISES Y VERDES

Querida Mariana: Romeo dice que nos echamos a perder cuando comenzamos a preferir el gris y dejamos el verde. Lo dice porque hay muchos espacios encementados, y el cemento es gris. Cuando miramos un espacio gris sabemos que ahí hubo un espacio verde. Bueno, hablo de Comitán, porque en Kuwait, donde hay edificios hubo desierto. En el pueblo hemos ganado edificios habitables, pero perdimos los tradicionales sitios, los traspatios. Entiendo que la necesidad de vivienda hizo que los hermosos lugares llenos de árboles de jocote, de durazno, de lima, de naranja agria, de aguacate se convirtieran en la casita para el hijo que se casó y no tenía dónde vivir. Los sitios se volvieron vecindades. El verde se hizo gris. ¡Ni modos! Los tiempos cambian. Ahora, con el tema del calentamiento global, reconocemos la importancia de los espacios verdes. Vos mirás que cuando llueve, muchas zonas de Comitán se inundan. Antes, cuentan los mayores, no era así. ¡Pues no! Antes, el agua de lluvia se filtraba, había muchos espacios verdes que “chupaban” el agua. ¿Ahora? Ahora el agua corre y corre por las amplias avenidas encementadas. Rodrigo, que es medio payaso, dice que por eso está bien que haya muchos baches en las calles, porque son como respiraderos para la Madre Tierra. Te he contado que cuando estudié en la UNAM, en los años setenta, me la pasaba mucho tiempo en la Biblioteca Central, recuerdo, con emoción, que caminaba por la plaza que tenía una cuadrícula bella, andadores encementados y cuadrados verdes, con el césped bien recortado. Como fui un niño cuidadito, mi mamá siempre estaba pendiente que no caminara con pies descalzos, pero juro que cuando caminaba para ir a la biblioteca de la UNAM tenía deseo de descalzarme y, en lugar de caminar por los andadores donde caminaba medio mundo, caminar sobre el césped. Ahora que lo escribo imagino la diferencia de texturas. Imaginalo. Imaginá que caminás descalza sobre un andador de cemento y un andador con césped. Pucha, imaginá que lo hacés a las doce del día, con el cemento ardiendo por tanto sol; en cambio, el césped es fresco. Estuve a punto de hacerlo, de rebelarme a los dictados de mi amada madre. Total, ella no me estaba viendo, pero nunca lo hice. Sólo lo imaginé. En mi pensamiento llevaba los zapatos y calcetines en las manos y brincaba como niño de un cuadro verde a otro, como en el maravilloso juego de Rayuela, que acá en Comitán se llama Avioncito y en Monterrey se llama Bebeleche. Vos sabés que Ciudad Universitaria de la UNAM fue nombrada como Patrimonio Cultural de la Humanidad. ¡Pucha, nadita! Nombramiento bien sustentado, porque el conjunto arquitectónico es de gran belleza. Ahora que lo pienso digo que tal vez tenga el justo medio entre el verde de los jardines y el gris de los edificios (necesarios para los salones, auditorios, laboratorios, andadores, canchas de básquetbol, y, por supuesto, bibliotecas). Los grandes urbanistas contemporáneos estudian mucho este justo medio. Los espacios vitales deben incluir módulos habitacionales (gris) al lado de espacios llenos de árboles (verde). Recuerdo que la explanada de la Biblioteca Central tenía esa cuadrícula maravillosa, andadores grises y cuadros verdes. Para ir a mi facultad, bajaba y caminaba por la plaza que se conoce con el nombre de “Las islas” y funciona como un amplísimo andador para llegar a Medicina, Química, Arquitectura, Filosofía, Derecho y demás facultades. Siempre lo vi como el patio central de la gigantesca casa, me encantaba porque está rodeado de árboles y no tiene una sola línea de cemento. Siempre veía a jardineros de la universidad cuidando el césped. Tal vez se llama Las islas porque grupos de árboles forman islotes de sombra, o tal vez porque había círculos donde el césped se secaba. ¿Cómo vamos con el fomento del verde en nuestra ciudad? Bueno, si vemos una fotografía de mediados del siglo XX hallamos que había más verde, porque, ya lo dijimos, había más casas con sitios. Antes de la pandemia caminaba por el rumbo de la Cruz Grande y encontraba algunas casas con muretes de piedra y sitios llenos de árboles. Los tiempos de inseguridad pública han modificado nuestros comportamientos, antes, todas las casas permanecían con las puertas abiertas, todo mundo era respetuoso. Hoy en día la delincuencia obliga a tener las puertas cerradas. ¿Pequeños muretes divisorios? No, ahora hay que construir bardas altas, algunas incluso con gusanos metálicos para evitar que alguien desee brincarlas. Esto hace que la mirada ya no se tope con espacios verdes sino con muros grises. Dirás que es una bobera lo que diré, pero esto ha modificado nuestro carácter. Ya nos explicaron los expertos que somos lo que oímos, lo que tocamos, ¡lo que vemos! Ahora, nuestra mirada ha perdido la posibilidad de viajar como mariposa en medio de árboles y de plantas; ahora choca con paredes. Bueno, mirá lo que ha sucedido con las tienditas de la esquina, antes, las puertas tenían un barandalito de madera, ahora tienen rejas de fierro. Si ahora te pregunto a qué imagen te remite una reja de fierro sé cuál es tu respuesta. Sí, es una pena, pero como dijo un amigo el otro día en redes sociales: es lo que hay, es lo que nos tocó. Por esto, doy gracias a Dios que en casa, mi mamá y mi Paty cultivan un jardincito que llena de verde mi mirada. En estos tiempos de pandemia, para pintar, dibujar, leer y escribir, he improvisado mi estudio en la sala. Al lado del ventanal coloqué dos mesitas y ahí trabajo, esto permite que cada dos o tres minutos deje de ver mi objeto de trabajo y mire el jardín. Soy como el clásico vigía, porque cuando aparece el colibrí aviso, mis dos mujeres dejan de hacer lo que hacen y, en ocasiones, alcanzan a ver ese prodigio. Pienso que esta bendición se da porque hay plantas verdes y flores rojas, azules y blancas en casa. ¿Qué pasa con estas aves donde sólo encuentran gris? También se oscurece su vista. Si hiciéramos una encuesta rápida verías que una mayoría elige el color verde por encima del gris. Hay muchas personas que prefieren el gris, pero hay más que eligen el verde. El gran poeta Lorca nos heredó unos versos sensacionales: “Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas…” ¡Qué sonoridad, qué luminosidad! Gris que te quiero gris. Gris viento. Grises ramas. Como que no va, como que pierde espíritu. Bueno, parece que Romeo tiene razón, nos echamos a perder cuando comenzamos a preferir el gris por encima del verde. Digo que mi recuerdo antes de entrar a la Biblioteca Central era sentir que el gris era necesario para caminar, pero para mirar, para sentir, los diseñadores habían colocado cuadros con césped, que eran (son) muy agradables a la vista y al espíritu. Basta imaginar espacios verdes para sentir texturas frescas, iluminadas. En las escuelas se enseña que la bandera mexicana tiene tres colores y cada uno de estos tiene un símbolo. ¿Qué simboliza el verde? ¡La esperanza! Es la puerta de la vida. Posdata: recuerdo que en los años setenta del siglo XX había un campito agradable al lado del Puente Hidalgo. Doña Lolita Albores cuenta que al regresar de la visita al panteón, en Día de Muertos, muchas familias usaban ese campito para tender el mantel de cuadros rojos y blancos en el piso y comer la gallina con huevos duros, salsa molcajeteada, con tortillas hechas en comal. Ese campito se volvió calle y ahora circulan cientos de vehículos todos los días. Bueno, basta decir que todas las colonias que están en el lado poniente del bulevar fueron extensos campos sembrados con maguey. Los expertos nos explican que los magueyes son grandes generadores de oxígeno. La necesidad obligó a que poco a poco los dueños de esos magueyales vendieran y quienes compraron construyeron casas donde, ni modos, trataron de aprovechar al máximo el espacio para levantar habitaciones, bodegas, talleres, estudios, recámaras. Pocos, muy pocos, pensaron que del total del terreno un porcentaje debe destinarse para áreas verdes, tal como lo hicieron los diseñadores de Ciudad Universitaria de la UNAM. Posdata: a mí me encanta tu casa, porque tiene un jardín generoso. Ya no tiene el traspatio, pero la cochera tiene gran similitud con la explanada de la Biblioteca Central. Tu papá no hizo una plancha de cemento, apenas mandó a encementar la rodada de los autos y todo lo demás es verde, con dos jardincitos al lado de las paredes laterales, con arbolitos y muchas flores. El corazón de la casa no tiene el color del corazón de los seres humanos, el corazón de la casa es verde. Cuando este color se vuelve gris, aparece la niebla oscura. El colibrí ya no llega. Con la ausencia de mariposas, abejas y colibríes, el corazón del hombre se vuelve gris, se endurece.