sábado, 27 de mayo de 2023

CARTA A MARIANA, CON FOGONES Y HORNOS

Querida Mariana: la tía Romelia decía que su esposo era el techo del hogar y ella el horno. Nunca le pregunté, pero me carcomía la duda: ¿quién era el piso? El suelo es un elemento indispensable en la casa, esencial, pero no es lo más agradable, porque la basura va a dar al piso, todo mundo camina sobre él o lanza escupitajos. Ayer estuve en la oficina de Arenilla y tomé la foto que anexo. Miré muchos techos, pensé en el tío Rubén (esposo de la tía Romelia) y jugué a determinar el tipo de techo que fue. De inmediato dije que había sido un hermoso techo de tejas en tonalidades ocres, hechas y quemadas en hornos de Yalchivol, pero luego dudé, porque él no tuvo la fragilidad del barro cocido, jamás hubiera permitido que el agua de lluvia se colara, nunca habría dejado que algún albañil se encaramara para trastejar, para cambiar sus tejas quebradas. Así que deseché la imagen y, como si estuviera frente a una pantalla exhibiendo una peliculita, vi imágenes de techos realizados en diferentes materiales: techos de palma, de láminas de asbesto, de zinc, de cartón, de concreto, de madera. El techo de la casa de los tíos tenía un esqueleto con vigas de madera y un copete armado con tejas de barro; cada año llegaba un grupo de albañiles a trastejar; es decir, a cambiar las tejas quebradas. Hasta la fecha, no sé vos, nunca he logrado descubrir porqué se quiebran las tejas. No se quebraba el suelo a pesar de que tíos gordinflones caminaban sobre él, a pesar de que en las noches hacían travesuras de cama con sus robustas mujeres, pero el techo, ay, Dios mío, cada año tenía un quebradero de tejas que parecía que el rebumbio del cotz a ras de piso provocaba un eco brutal. ¿Quién rompía las tejas? Romina dice que al estar a la intemperie se ven expuestas a la fuerza de la naturaleza: el sol, la lluvia, el granizo, más la visita constante de gatos arrechos y tacuatzes alebrestados. En mi casa de infancia el techo era de láminas de zinc, cuando llovía aparecía un rugido tremendo, como de millones de gallinas picoteando las láminas, pero jamás vi que llegara un grupo de albañiles a cambiar láminas agrietadas o quebradas. Todavía ahora cuando voy a dejar mi tsurito en el estacionamiento que hay en el sitio donde fue mi casa veo el techo y compruebo que las láminas ahí siguen, todas oxidadas y medio arrugadas, pero ahí están cumpliendo su función de cubrir las recámaras. ¿Quiere esto decir que nuestros mayores se equivocaron en el método de construcción y resulta que las láminas son un mejor material? ¿En qué momento las bellísimas tejas de barro perdieron su preeminencia? Actualmente, la mayoría de techos residenciales están construidos con cemento. Si el propietario tiene la precaución de impermeabilizarlo, el techo encementado impide las goteras, que tanto joden el interior de las casas. Tal vez por eso, ahora, pocas personas construyen los techos de sus casas con teja, la mayoría le mete plancha de cemento. No logro determinar qué clase de techo fue el tío Rubén, porque era un hombre estricto, de carácter recio, pero con toda la sobrinada fue lo que la tía Elena decía: un pan de dulce regado con gelatina de fresa; es decir, no pudo ser un techo de cemento, pero tampoco fue un techo de láminas de zinc con esas estructuras metálicas tan sin gracia, tan de piernas de pituti. He visto techos de cemento que soportan inmensas torres llenas de antenas que, desde abajo, se miran como pesadísimos racimos de metal. Entiendo que la tía Romelia decía que el tío era como el techo de la casa en plan de elogio, porque, salvo en una maravillosa novela del genial escritor serbio Goran Petrovic, novela que se llama “Bajo el techo que se desmorona“, donde la casa que habitan los protagonistas no tiene más techo que el cielo, las demás casas del mundo tienen techos. Desde los orígenes, los seres humanos buscaron “un techo para guarecerse”, por eso se metieron en cuevas, donde se protegían del sol inclemente y de la lluvia amenazante. Mi casa, la tuya y la de los demás compas, tienen techo. Recordás la canción que dice: “Qué triste se oye la lluvia / en los techos de cartón. / Qué triste vive mi gente / en los techos de cartón…” Sí, la verdad es que los techos de cartón protegen hasta que asoma una granizada o una culebra de viento. Basta un minuto para que esas casas se queden sin techo. Por eso digo que el tío Rubén no era techo de cartón, porque siempre lo vimos como una maravillosa ceiba. Pero tampoco lo veo como techo de cemento, porque esa dureza no iba bien con su carácter de hombre bueno. ¿Cuál es el mejor techo, el más recomendable? ¿La teja, la palma? La novela de Goran es un prodigio literario, pero, para fines prácticos, no debe ser muy eficaz habitar una casa sin techo, sin más techo que el cielo soberbio. No me estás preguntando, pero como mi mamita siempre me cuidó mucho de chiquitío (lo sigue haciendo) no podría dormir bajo un techo endeble, no me gustaría dormir todas las noches bajo un techo de cartón, bueno ¡ni de palma!, porque, precisamente, en Las Palmas, región maravillosa de la costa chiapaneca, en una de esas casitas con techos de palma miré, ¡qué terrible!, caminar un par de ratas enormes sobre los travesaños de madera. La tía Romelia no tuvo mayor problema en definirse, ella dijo que era el horno del hogar y acá no hay pierde, el horno tradicional, en todo el mundo, también en Comitán, está hecho con materiales de la tierra, con ladrillos y argamasa; y son calentados con leña. ¡Pucha, son la quinta esencia! En mi casa de infancia hubo uno de estos hornos, me encantaba acercarme para recibir el calorcito, mientras preparaban pan. Sí, la tía se definió bien, era una mujer cálida, amorosa, ¡era un enormísimo y grato horno! ¿Quién quiere ser un horno de esos metálicos que hoy abundan en las pequeñas pizzerías? Los grandes creadores de pizzas tienen hornos auténticos en los patios de sus locales. Mi amigo Ángelo tiene uno de estos hornos en su pizzería, lo mismo sucede en la pizzería que está en la subida de San Sebastián, cuando camino por ahí veo que en el zaguán está el rimero de leña que indica que ahí preparan la pizza a la leña, que, seamos honestos, produce un sabor más rico. Nunca he estado en la tierra de mis ancestros (Italia) pero he visto en películas los hornos maravillosos de aquella tierra, donde nació esa maravilla culinaria. En el Rey del Cochito también preparan los cochitos en ese tipo de horno, por eso la carne que ahí venden tiene un sabor exquisito. Y ya ni hablemos del pan comiteco preparado en los hornos tradicionales. Con lo que decía la tía, aprendí a reconocer que todos los elementos de una casa son indispensables. Pensá en una casa que no tenga piso. No hay. Sólo en las caricaturas de Los Supersónicos hay residencias que están construidas sobre una columna, pero, de todos modos, la columna siempre está hincada en el suelo. Cada parte de la casa es esencial. Me encantan las casas con jardines y sitios, llenos de flores y árboles, frutales o de ornato. Tal vez la tía no sólo era el horno de su hogar, también era el jardín y, sí, también era el oratorio, porque ella fue el lugar de oración de todos los primos. Cuando alguien tenía una pena no la contaba con los papás, porque siempre fueron muy regañones, corría al regazo de la tía, quien, sentada en un sofá ya medio parchado, abrazaba al sobrino, lo escuchaba y, como por arte de magia, se hacía una luz que eliminaba las oscuridades. Cada parte de la casa es indispensable. Si ahora alguien me dijera que soy como el baño del hogar no me sentiría ofendido, reconocería que me están otorgando un lugar esencial. Los baños son parte importante de una residencia. Verito cuenta que cuando la invitan a ir a un rancho lo primero que pregunta es si hay un baño decente, si la respuesta es positiva va, de lo contrario agradece la invitación y se queda en su casita donde sí hay baños decentes. Rosaura me sorprendió el otro día al decirme que ama a su baño, porque ahí puede sin problema hacer pis, hacer del dos, bañarse, apapachar su cuerpo y, sobre todo, verse al espejo. No hay día de Dios, me dijo, que no me vea al espejo. Cuando termina de bañarse con agua calientita, se para frente al espejo y pasa su mano para eliminar el vapor, dice que le encanta el momento en que su rostro comienza a aparecer en medio de la bruma. Cada mañana se ve linda, se dice que está linda, lo hace en el baño, ahí se siente en un espacio muy íntimo. Me confesó que, incluso, los aromas del baño no le disgustan, le hablan de que ahí hay presencia humana, divina. Posdata: el tío era el techo del hogar y la tía el horno. ¡Qué bonito! ¡Tzatz Comitán!