jueves, 18 de mayo de 2023

CARTA A MARIANA, CON LUZ

Querida Mariana: en la biblioteca del Colegio Mariano N. Ruiz hallé un ejemplar de la revista “Flamma”, así, con doble eme. Entiendo que está escrito en latín, porque dicha revista fue un medio de comunicación del Seminario Conciliar de San Cristóbal de Las Casas. ¿Sabés quién era el director de Flamma, revista mensual? Nada más y nada menos que Heberto Morales Constantino, quien años después llegó a ser Rector de la Universidad Autónoma de Chiapas y años más tarde recibió el Premio Chiapas. El Premio Chiapas lo recibió en el Auditorio Belisario Domínguez, en nuestra ciudad. El mensaje que brindó al agradecer la distinción fue una pieza literaria de excelencia, porque el doctor Heberto es, asimismo, un destacado escritor. Tiene novelas que enriquecen el acervo literario de Chiapas, por ahí está ese libro maravilloso que se llama “Jovel, serenata a la gente menuda”. No cabe duda que la vocación llama. Desde joven ya estaba marcado el destino de escritor. Y digo esto, porque también hallé que dentro del Consejo de Redacción de Flamma aparece el nombre de Alfredo Álvarez, ¡nuestro paisano!, quien también estudió un rato en el Seminario. Ahora, el maestro Alfredo radica en Teotihuacán y desde allá envía sus libros a Comitán, libros de poesía y ensayos. La vocación llama, es ¡una flama! El ejemplar que está en la biblioteca del colegio pertenece al querido maestro Jorge Gordillo Mandujano, quien, ¡faltaba más!, también estudió un tiempo en el Seminario y es un destacado maestro del idioma español y redacta piezas soberbias. La revista existente en la biblioteca fue publicada en agosto de 1962 y corresponde al número 7. ¿Mirás cuánto tiempo? Esto habla de la grandeza de los textos escritos, después de sesenta años, ahí están los sueños de esos jóvenes seminaristas. Algunos concluyeron sus estudios pastorales y se convirtieron en sacerdotes, otros decidieron irse por la orillita y sembraron semillas de luz en otras parcelas, en parcelas más terrenales. Es importante hacer notar un artículo que escribió el célebre Monseñor Eduardo Flores Ruiz, quien fue reconocido por su acuciosa labor de investigación de hechos históricos. En este número de Flamma anota lo siguiente: “Nuestra revista, deseosa de hacer honor a su nombre, que significa luz y calor, se propone reproducir en serie no interrumpida, los documentos todavía existentes en el Archivo Eclesiástico, que hemos ido espigando en largos años de investigación, paleografiando cedularios, manuscritos, pergaminos, bulas, cédulas reales, libros, circulares, volantes, manifiestos, etc.” ¡Ah, qué hombre más ejemplar! Con esto nos damos idea de la pulcritud de sus investigaciones y de sus aportes al conocimiento de nuestra historia. Me encanta eso de que “espigó” información. Retrata en forma puntual una labor atenta y profesional. El lector encuentra en este número ensayos, cuentos, reflexiones y poemas. ¿Sabés quién es el autor del poema que aparece en Flamma? Nuestro querido Monseñor Raúl Mandujano García, comiteco del mero barrio de San Sebastián. Monseñor Raúl llegó a ser Rector del Seminario e impartió cátedra en nuestro Colegio Mariano N. Ruiz (institución que fundó su hermano, Monseñor Carlos J. Mandujano García). Dichosos los alumnos que recibieron sus lecciones de español, era un experto en el idioma. Posdata: debo decir que he conocido a muchas personas que en algún momento de su vida estudiaron en el Seminario y que, por alguna razón, no llegaron a ser sacerdotes. Acá he mencionado a Monseñor Flores y a los monseñores Mandujano García quienes sí concluyeron sus estudios y dedicaron su vida al sacerdocio, pero también he mencionado nombres ilustres de personas que abandonaron la carrera eclesiástica. Todos, todos son personas con grandes conocimientos humanísticos, todos, ¡todos!, son hombres talentosos, con capacidades intelectuales sobresalientes. Pienso que el estudio disciplinado en el Seminario les permitió pepenar pequeñas piedritas de oro que sirvieron para iluminar por siempre su vida, son hombres que recibieron la bendición de la “flamma”. ¡Tzatz Comitán!