miércoles, 10 de mayo de 2023

CARTA A MARIANA, CON GAJOS DE VIDA

Querida Mariana: ¡así se hace patria! La otra tarde estuve en la cancha que está al final de la bajada de doña Mariana, en el barrio de San Sebastián. Ah, maravilloso lugar que nos cobijó a los estudiantes de mi generación de secundaria del Colegio Mariano N. Ruiz. Me dio gusto ver que es un espacio donde la vida se da en plenitud, pucha, es como una colmena llena de abejitas produciendo la miel más sana. Cuando mis compañeros y yo estudiamos en el colegio la cancha era conocida como “Cancha del padre”, porque el padre Carlos mandó a colocar la barda y las tribunas (entiendo que la estructura de cemento que ahora existe es la misma que mandó a construir el padre). La cancha sólo era usada por los alumnos del colegio. Años más tarde, el grupo de vecinos del barrio reclamó su derecho de piso y la cancha se volvió pública. Ahora, qué bendición, una escuela de básquetbol, con entrenadores expertos, da clases a cientos de muchachos, ¡cientos!, querida Mariana. Platiqué con un padre de familia que lleva a dos de sus hijitas a clases de básquetbol y me dijo que sus niñas le pidieron, con insistencia, que las inscribiera a la escuela y que están muy contentas. Dijo que él también está muy satisfecho, porque sus hijas no sólo se divierten y practican el básquetbol con profesionales, sino que también se han vuelto más responsables y puntuales; y hay más porque la condición es que le echen ganas al estudio y ahora con ganas están estudiando. Todo ha sido ganancia. Los cuerpos adquieren motricidad y flexibilidad. Vos sabés que nunca he sido practicante del deporte. En las mañanas hago mi taichí de viejito, para que no se me entiesen los músculos, pero soy un gran admirador de los deportistas. Sentí un gran gusto cuando escuché noticias de los cuatro paisanos que viajaron a Boston para participar en el famosísimo maratón que allá se realiza. Pucha, nadita, el maratón donde ha corrido el escritor japonés Murakami, quien un día de estos verá conseguido el sueño de ser Premio Nobel de Literatura, no tanto por sus méritos literarios, sino porque es un gran vendedor de libros, tiene millones de seguidores en todo el mundo. Pues los nombres de nuestros paisanos: José De Celis, el admirado Fernando Limón, Mildret Melgar Roblero y la comitequísima Karina Albores, bisnieta de mi querida tía Juanita Bermúdez, ya aparecen al lado de miles y miles de deportistas de todo el mundo, junto al de Murakami. De igual manera, muchos basquetbolistas de la escuela de la cancha de San Sebastián están comenzando a inscribir sus nombres en los cuadros de honor del deporte chiapaneco, los más aventajados, los más dotados, comienzan a brillar. Pero no todo mundo puede estar en el podio de honor, ni es el objetivo de la vida. No todo mundo sube al Everest, muchos trepan al Cerro de la Ametralladora y cuando alcanzan la cima ven el valle prodigioso de Comitán y alzan los brazos, en señal de importante logro. Así, de los cientos de deportistas que acuden a la escuela de básquetbol muchos alcanzarán la gloria de ser campeones, los otros obtendrán el reconocimiento supremo de haberse divertido, de haber aprendido bases esenciales para ser buenos ciudadanos. Todo en un ambiente de camaradería maravilloso. Sí, a mis sesenta y seis años, volví a verme de catorce, corriendo en la cancha, volviendo a vivir la emoción del día de inauguración de la cancha con el enfrentamiento de la selección de La Mariano N. Ruiz y de la selección de La Preparatoria, tiempo en que los preparatorianos eran como el ejército francés en la batalla de Puebla, comandados por el riguroso maestro Roberto Bonifaz, eran imbatibles, pero ese día inolvidable, los Marianitos fueron como el ejército dirigido por Ignacio Zaragoza, y al final del encuentro, la selección de la Mariano N. Ruiz se llevó el trofeo (todavía existe en la vitrina del colegio). Posdata: estuve en la cancha y vi un espacio lleno de vida, los papás platican, ven las evoluciones que hacen sus hijos en las canchas, bajo la dirección de maestros capacitados. Es un espacio lleno de vida. Una instructora colocó una línea de veinte jugadores a mitad de la cancha y les indicó que botaran el balón hasta el extremo y cuando dio la orden vi a los muchachos concentrados, rebotando el balón, felices, llenos de vida. Cerré tantito los ojos y escuché ese granizal sobre el piso, un granizal que no mata flores, sino, al contrario, es como abono para el crecimiento espiritual y físico de los muchachos. Di gracias por esa lluvia de luz, donde los papás y los hijos están con las almas en sintonía. ¡Tzatz Comitán!