sábado, 6 de mayo de 2023

CARTA A MARIANA, CON GAJOS

Querida Mariana: ayer tomé del librero un ejemplar de “Diez ramas de un árbol”, libro que publicó el Consejo Municipal de la Crónica de Comitán de Domínguez, Chiapas, bajo el patrocinio del Ayuntamiento Municipal 2011 – 2012, siendo presidente mi amigo el contador José Antonio Aguilar Meza. En dicho libro hay crónicas de Óscar Bonifaz Caballero, de José Gustavo Trujillo Tovar (cronista vitalicio de Comitán), de Roque Gil Marín Vasallo, de Juan Roberto Becerril Macal (el famoso Güero Becerril), de Óscar Efraín Albores Cancino (quien es integrante de la Red Latinoamericana de Cronistas, ¡nadita!), de María Antonia Carboney de Zebadúa, de mi querido maestro Temo Alcázar, de Ricardo de Jesús Aguilar Gómez, de Rosa Hortensia Aguilar Trujillo y de María Trinidad Pulido Solís. El maestro Óscar me contó que el título del libro lo dictó él: diez ramas de un árbol. ¡Bonito título! Refiere a la gran ceiba comiteca y a unos de sus gajos luminosos. En el libro hallé la crónica “Breve historia del cementerio municipal de Comitán, Chiapas, México”, de María Trinidad. Mi oficina, en la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, está en un pequeño anexo a la Sala de Arte Carlos J. Mandujano García (fundador del colegio Mariano); en dicha sala todas las mañanas veo una placa en cristal que se colocó ahí el 1 de junio de 2018 y reconoce la labor que la historiadora y cronista María Trinidad hizo a favor de nuestra sociedad. Ella fue muy dedicadita en su labor de investigadora y nos legó obras importantes. La placa que está en la Sala de Arte Carlos J. Mandujano García dice lo siguiente: “Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar y Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, en reconocimiento a la C. Lic. María Trinidad Pulido Solís, por su destacada labor en investigación y difusión de la historia regional”, a continuación, fecha y lugar, el nombre del Rector de la Universidad, Maestro José Hugo Campos Guillén, y el nombre del Director de la Casa Museo, licenciado Humberto Pedrero Yáñez. Pues resulta que en la crónica de María Trinidad me enteré de algo que no estaba en mi repisa, ella narra que al introducirse el catolicismo en esta región y por el dogma de la resurrección comenzaron a enterrar a los muertos en los templos, “que era el lugar más adecuado para purificar el alma”. La historiadora dice que esta práctica se mantuvo durante la Colonia y parte del siglo XIX, salvo en tiempo de pestes y epidemias, porque la emergencia sanitaria obligaba a incinerar los cuerpos. ¿Mirás qué datos tan interesantes? Sí, yo recuerdo que el lateral derecho del altar del templo de La Trinitaria (municipio que hoy vive una época de esplendor) hay una placa que dice que ahí está enterrado el cuerpo del famosísimo padre Naty, quien jamás imaginó que iba a ser un personaje de múltiples anécdotas chuscas, como la del indígena que, ante la prohibición de comer carne en Semana Santa, preguntó si podía comer jígado (hígado) y el cura, con su acostumbrado léxico respondió molesto: “ni mierda, indio pendejo”. Acá en Comitán a cada rato asoma el dicho: “como dijo el padre Naty”, y se completa la oración. Así que esa placa confirma lo que dice la historiadora, pero lo que narró más adelante fue lo que más me impresionó, la historiadora escribió lo siguiente: “Comitán, como parte de esa época, también enterró a sus muertos en sus templos coloniales como son: templo de Santo Domingo de Guzmán, patrono de la ciudad, y el de San Sebastián; en ambos lugares sus atrios sirvieron de cementerios”. ¡Padre eterno! ¿Ya leíste bien? El cronista Amín Guillén me había contado lo del atrio del templo de Santo Domingo, pero no sabía lo del atrio del templo de San Sebas. La historiadora dice que encontró la fecha de 1855 como el año en que el ayuntamiento comiteco solicita licencia para edificar un campo santo, pero que el terreno ya era ocupado con anterioridad, así que estamos hablando de mediados del siglo XIX como la época en que ya los muertitos eran enterrados en el actual panteón. Quiere esto decir, más o menos, que antes de esa fecha los cuerpos eran enterrados en los atrios de ambos pueblos; esto significa, ¡Dios mío!, que donde está el parque central y el parque de San Sebastián son campos santos. Vos y yo podemos imaginar el entorno, podemos ver las fachadas de los templos y frente a ellas las amplias extensiones donde abren los huecos para los cajones. Como los enterrados eran católicos tal vez tenían misa de cuerpo presente y luego los amigos y familiares tomaban el ataúd, lo cargaban tantito, daban unos cuantos pasos y los depositaban en las tumbas. Con el repique de campanas caían las paletadas de tierra. Un día, los entierros dejaron de hacerse en los atrios, todos los difuntitos fueron llevados al panteón municipal y lo que fue campo santo dejó de serlo, ahora, en ambos lugares hay dos hermosos parques, donde los niños corren detrás de las palomas, juegan globos y comen algodones de París. La pregunta que me asoma es: ¿exhumaron los cuerpos que ahí fueron enterrados o ahí siguen sus huesos? De todas maneras, hay una cuerda invisible energética. Donde ahora caminamos tranquilamente, en el siglo XIX hubo cadáveres enterrados. Una vez, de chamaco, fui al panteón municipal y caminé sobre una lápida para pasar al otro lado, mi tía Elena me regañó, dijo que debería ser respetuoso con el que ahí estaba enterrado. ¿Qué diría mi tía Elena con el dato que la historiadora nos regaló? Donde estuvo el panteón fue construida una manzana con casas y locales comerciales, luego dicha manzana fue derribada (ya en los años setenta del siglo pasado) y ahora tenemos la ampliación del parque central. Hace dos días vi un documental donde hablaban de los trabajos de consolidación de los cimientos de la catedral metropolitana, en la Ciudad de México. El arquitecto que daba la explicación se metió por un túnel y mostró cómo debajo de la catedral existen los vestigios de las pirámides construidas por los aztecas. Todos conocemos la historia del hallazgo del Templo Mayor y de cómo también fue derruida la manzana con edificaciones del tiempo de la Colonia, para dar paso a la grandeza de la obra de la cultura prehispánica. Los conquistadores españoles construyeron sus templos católicos encima de los templos prehispánicos. En Comitán, según lo que nos legó la historiadora, construimos encima de lo que fueron campos santos. Donde ahora están los hermosísimos parques hubo pequeños montículos de tierra y cruces de madera que recordaban los nombres de quienes ahí fueron enterrados. Si esos cadáveres no fueron exhumados en su tiempo, ahí siguen sus cenizas. Quienes son comitecos de cuarta, quinta y sexta generación deben saber que, tal vez, sus tatarabuelos fueron enterrados en el subsuelo donde ahora está la fuente del parque central o donde venden taquitos y atol de granillo o donde se instalan las mujeres que venden cigarros sueltos y chicharrines. Tal vez las cenizas de los tatarabuelos comitecos están debajo de la pochota del parque de San Sebas o debajo del kiosco o donde está la escultura en metal del toro, producto de un simposio de escultura fomentado por Luis Aguilar. Los nombres no son gratuitos, todo define el universo. Si en esos espacios hubo campos santos, algo de ese misterio sigue presente. Nuestros espacios actuales de convivencia fueron usados para enterrar los cadáveres de los creyentes; fueron enterrados cerca de los templos, que eran los lugares más cercanos para que cuando llegue el día de la resurrección sean los primeros en recibir la luz del prodigio. Por supuesto que la crónica de María Trinidad es extensa y riquísima en datos. Yo sólo retomé esas líneas que llamaron mi atención. El poeta Sabines dice: “¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos! (…) es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir…”; en la India no se andan con contemplaciones. Vos y yo hemos visto fotografías donde se ve que en la orilla del río Ganges arman grandes piras donde, al aire libre, queman los cuerpos de sus difuntos. Polvo somos y al aire del polvo volvemos. Posdata: María Trinidad Pulido Solís fue una historiadora de excelencia. Al final de su crónica hace una mínima relación de personajes cuyos restos reposan en el panteón municipal de Comitán, entre ellos menciona al coronel Patricio Pulido Barahona, el famosísimo tío Ticho, de la Cueva. ¿Vos sabías que el mencionado tío Ticho participó en el sitio de Puebla y luchó contra los franceses al lado de Pantaleón Domínguez y del gran Ignacio Zaragoza? Nuestra historiadora dice que tío Ticho fue herido en una pierna en la batalla y al volver a Comitán acostumbraba ir a bañarse a la Cueva porque esos baños le procuraban alivio al dolor de su pierna y un mal día resbaló y falleció. No sabía todo esto, nadie lo reconoce como coronel. ¡Tzatz Comitán!