lunes, 8 de mayo de 2023

CARTA A MARIANA, CON LUCES PERMANENTES

Querida Mariana: vos y yo sabemos que el mundo se mueve gracias a las grandes acciones, que no necesariamente son monumentales. En nuestro bendito Comitán hay muchas muestras de siembras en pequeñas parcelas, que hacen la diferencia para bien. Mientras otros joden el mundo, hay ciudadanos que, en forma amorosa, hacen llover donde sólo había desiertos. La doctora María del Carmen Vázquez, actual directora del Campus VIII, de la UNACH, es una mujer comprometida consigo misma y con la labor que la comunidad universitaria le encomendó. Ah, encomienda de gran responsabilidad, pero que ella, alegre, consciente, entrona, decidida, comienza a encauzar. A pocos meses del inicio de su administración comienza a notarse su mano, su mano generosa, enérgica, diplomática. Su nombramiento generó muchas simpatías, ella corresponde a ese voto de confianza. Más mujeres comitecas así necesita el pueblo, Comitán merece lo mejor de lo mejor. Digo que es una labor de gran responsabilidad, porque la parcela no es pequeña; al contrario, tiene muchas veredas y cada una de ellas debe cuidarse con esmero, pero la directora ya comenzó. Está consciente del gran trabajo que le espera, pero sabe que el gran edificio exige colocar un ladrillo después de otro; es decir, se necesita trabajar con seriedad y con constancia, con el acompañamiento de cada uno de los compañeros de trabajo. El otro día tuve el privilegio de saludarla, me invitó a pasar a su oficina, yo le pedí el favor de que nos sentáramos en un espacio al lado del patio central, donde hay mesas y sillas de reciente adquisición, lugar idílico bajo la sombra de árboles. Este espacio es muy digno, ya vi a muchachos que disfrutan esas mesitas y sillas, ahí platican, comen algo, trabajan con sus computadoras. Pues en ese mismo espacio me enteré de una noticia maravillosa: el reconocimiento absoluto a docentes de la Facultad a través de un acto sencillo pero enormísimo. Te cuento, ahora las aulas han sido bautizadas con nombres de académicos (fallecidos o vivos). Después de la plática fuimos a dar una vueltita por el campus y leí los nombres de Luis Magín Gómez Chávez, José Antonio Aranda Zúñiga, Faustino Caralampio Culebro Lessieur, Adán Figueroa Mazariegos, Rocío Flores Flores, Guadalupe González Ruiz, Adolfo Altúzar Figueroa, José Antonio Aguilar Carboney, Jorge Ramón González Monjarás, Luis Adrián Pérez Trujillo, Francisco Arturo Arévalo Cancino y Constantino Mario Pacheco Rodríguez. En el pórtico de los salones están inscritos esos nombres en pequeñas laminillas donde aparece el logotipo de mi universidad (soy egresado de la Facultad de Humanidades, en la carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericana) y al lado el nombre del salón. Me emocionó en forma particular toparme con el aula que honra a mi querido amigo doctor José Antonio Aguilar Carboney. Reconozco en él a un docente comprometido, que día a día se actualiza para dar lo mejor de sí y que sus alumnos pepenen el conocimiento suficiente para ser profesionales exitosos, que es el deseo de todos los comitecos. ¡Qué acto tan mínimamente sublime! Y alío dos términos antípodas para demostrar que los grandes puentes no necesariamente son como el Golden Gate, también el breve puente une dos orillas, permite ir de un lado a otro. Esto es lo que hacen los maestros universitarios y a través de este acto así se reconoce; esto es lo que actualmente hace la directora del campus. Celebro estos actos mínimos que son grandiosos. Posdata: recuerdo que cuando el maestro Cifuentes fue presidente municipal de Comitán, en los años ochenta, su cabildo honró a muchos maestros con la imposición de sus nombres a diversas calles de Comitán, pero, ¡ah, ingratitud!, esos nombres están perdidos, algunas placas ya inexistentes o con los nombres borrados. ¿Qué vecino dice que su casa está en la calle del profesor Homero Trujillo? Todos privilegian la otra nomenclatura. Por fortuna, en el campus comiteco de la UNACH, todos los alumnos, docentes y administrativos caminan por los pasillos y pasan frente a las aulas donde están inscritos los nombres de algunos brillantes maestros. Por ahí me topé con mi querido amigo José Antonio y le pedí favor que posara frente al aula que lleva su nombre, como una manera de reconocer su talento y agradecer el afecto que, desde hace muchísimos años, me ha prodigado él en forma personal y toda su familia. Pucha, en la casa de sus papás, el respetable notario Javier Aguilar Torres y doña Blanquita Carboney, vivimos instantes sublimes en compañía de mi palomilla, gracias a las invitaciones que en forma permanente nos hacía mi querido compadre Javier, pero bueno, eso será motivo de otra carta, por el momento felicito a la comunidad universitaria de la UNACH y deseo que cada día continúen pegando ladrillitos sencillos para consolidar el gran edificio. ¡Tzatz Comitán!