jueves, 11 de mayo de 2023

CARTA A MARIANA, CON PROMOCIONES SENSACIONALES

Querida Mariana: Pau y yo caminábamos por la salida a Margaritas, cuando nos topamos con este letrero. ¡Mirá, tío, qué bobos, lo escribieron mal!, dijo Pau. Nos reímos. Luego pensé, no lo comenté con mi sobrina, que tal vez no estaba mal escrito, sino que es una novedad publicitaria, es lo que dice: pomociones; es decir, ofertas de pomos. ¡Pucha! Qué lástima que en mi juventud no hubo pomociones, mi palomilla las habría aprovechado todas. A lo más que llegamos en la adolescencia fue lo de la “hora feliz”, donde pedías una bebida y te servían dos. En un restaurante bar de la Ciudad de México, en avenida Cuauhtémoc, cerca de la Secretaría de Comercio, se acercaba el mesero y nos decía que ya faltaban cinco minutos para que terminara la hora feliz, ¿pediríamos algo más? Ah, chuchazos como éramos pedíamos otra ronda y veíamos que el mesero llegaba con lo solicitado al doble. Pero, digo, eran cubas, vasos preparados con licor; en cambio, en este anuncio veo que ahora hay pomociones exclusivas, quiero pensar que, por lo menos, la oferta es de dos pomos al precio de uno. ¡Genial! Qué maravillosas pomociones. Ahora, ya lejos de mi adolescencia, pienso en aquel poema de doña Lolita Albores, nuestra querida cronista, donde hablaba de pomitos llenos con esencias, que nada tenían que ver con el trago. Sí, tal vez convenga que los compas de mi generación, los que ya entramos a la llamada tercera edad (la vejez, pues), aprovechemos esta genial publicidad y hagamos pomociones especiales. Tomemos como ejemplo lo que dictó doña Lolita y ofrezcamos pomos al doble, pomos llenos de esencias sublimes, comenzando con los pomitos de perfumes para obsequiar a las mujeres amadas, ya mirás que las mujeres adoran los perfumes, más si son de reconocidas marcas, de esas que vienen de Francia, que son promocionadas por esas maravillosas mujeres, estilo Julia Roberts o Penélope Cruz o la lindísima Valeria Mazza. ¿Qué otras pomociones? ¿Qué ofertas de pomos? Pomitos llenos de aire limpio o pomitos con agua milagrosa, de esa agua que limpia el espíritu, que es prima hermana de la que venden en la Gruta de la Virgen de Lourdes. Pomitos llenos de ungüentos, para el dolor de rodillas, de dedos, de alma; pomitos llenos de restauradores de grietas de espíritus, esos restauradores son esenciales para la sobrevivencia. ¿No se puede llenar pomitos con caricias de madres, de padres, de abuelos? ¿No es posible pepenar ese polvito que sale cuando el abuelo se sienta en su mecedora? ¿No se puede conservar el calor tibio del fogón de las abuelas buenas? A mí me hubiera gustado guardar muchas esencias de mi infancia, aromas, sonidos, texturas. Lamento no haberlo hecho, no haber tenido la capacidad para pepenar lo más sublime de esa época, de cuando mi mundo era una burbuja afectuosa. Ah, sería tan hermoso ahora acercarse a la vitrina, abrir la puerta con cristal y sacar el pomito que conservara el aroma que tenía la cama de mi abuela Esperanza, mi abuela ya estaba vieja, pero no tenía el olor común que tienen los viejos, ¡no! Su cama olía a bosque. Era algo luminoso, porque ella, igual que todo mundo, se echaba pedos en la noche, pero cuando llegaba a abrazarla en la mañana y me metía debajo de las colchas, yo aspiraba un aroma que era como un árbol lleno de orquídeas, como esos árboles que había en el antiguo camino a Los Lagos de Montebello. Mi abuela Esperanza era como un macollo de hierbitas sanadoras. ¿Por qué no tuve la capacidad de meter ese aroma en un pomito? Ahora podría disfrutarlo, en tardes de desasosiego abriría el pomito y podría oxigenar mi día, mi vida, con esa esencia. Vimos el letrero, ambos nos reímos, Pau dijo que eran unos bobos, que lo habían escrito mal, pero yo pensé que tal vez era un término inventado por estos genios de la publicidad. Pomoción, ah, qué palabra tan ingeniosa, que engloba la promoción con los pomos. Posdata: en mi juventud sólo alcanzamos “la hora feliz”, aprovechábamos, porque pedíamos una cuba y nos servían dos. Bobos, no sabíamos que el dueño de la cantina dividía la cantidad de un trago en dos vasos. Nos habríamos sentido felices si un almacén hubiera inventado las pomociones, donde pagáramos un pomo y recibiéramos dos. Ah, qué boleras tan geniales habríamos procreado en los ranchos donde íbamos de vacaciones, en Quita Calzón o en El Salvador, Argelia o en Santa Lucía. ¡Tzatz Comitán!