miércoles, 17 de mayo de 2023

CARTA A MARIANA, CON UNA PALABRA

Querida Mariana: el líder del conglomerado dice: “denme una eme”, y la gente que llena las calles repite: “¡eme!”. Así el vocero solicita más letras y la muchedumbre responde con vigor, levanta las manos, mira hacia el cielo, sigue caminando y dan lo solicitado. Parece algo muy elemental, algo rutinario. ¿Quién sabe desde cuándo la gente comenzó a dar letras para formar palabras en las marchas? El sentido, como bien sabés, es invocar todas las letras que formarán una palabra. He escuchado estos rituales en las marchas que hacen los antorchistas el día de la Virgen de Guadalupe, pero también lo escuché en una ocasión en una marcha civil, en un desfile del Día del Trabajo. Los trabajadores solicitaban mejores salarios y el líder pidió formar la palabra ¡Salario! Al final todos los compañeros levantaron el puño y gritaron a una sola voz: ¡salario, salario, salario! La calle se llenó de sus gritos y de ecos, la palabra rebotó en las paredes y llenó de luz el espacio. Me encanta el juego donde alguien pide una letra y los demás la dicen para formar una palabra. Hay un reforzamiento en la petición. Víctor era el líder de los juegos en la calle. Yo miraba al grupo de niños desde el balcón. Ellos, los niños de la calle, me veían desde la banqueta donde se sentaban a jugar, yo, con timidez, los saludaba y él, Víctor, me respondía el saludo moviendo su mano. Eso hacía que el grupo me tolerara, porque estoy seguro que, de lo contrario, me habrían tirado piedras, para que dejara de ser un testigo indeseable. En una ocasión, después del festejo del 12 de diciembre, Víctor conminó a sus amigos a jugar ese juego. Vi, a través de los barrotes del balcón, desde arriba, cómo el líder pidió que le dieran una letra, los amigos corearon lo solicitado y luego otra y otra letra hasta formar la palabra que, así lo pensé, sólo Víctor sabía. Su juego era ese, con ello demostraba su capacidad de liderazgo, como si fuera una adivinanza. A ver, adivinen qué palabra formaré, pero el juego es importante, porque la palabra se forma a partir del colectivo. Este juego lo he visto en la calle. Digo que una vez vi que Víctor y sus amigos lo jugaron y también lo vi en un desfile del Día del Trabajo y en varias ocasiones el Día de La Virgen de Guadalupe. No más. Jamás he visto que alguien lo juegue en otro espacio. A veces he pensado que el juego debería jugarse en las oficinas de los funcionarios, a fin de fortalecer una palabra con el concurso de los demás, para retomar la fuerza de ese juego democrático donde se involucra a los otros; es decir, el juego no aparece hasta en tanto los demás no aporten su entusiasmo y energía. En realidad, los juegos tienen esta esencia: sólo aparecen cuando existe la participación de los otros. A veces vemos el balón arrinconado, cuando alguien lo toma e invita a echarse una cascarita el juego hace su aparición. Los niños, o adultos, corren de un lado a otro de la cancha y cuando los veo en el estadio o en la cancha llanera pienso que ahí se dio el juego de la palabra en silencio. A la hora que alguien tomó el balón comenzó a pedir una letra y los demás jugadores la fueron diciendo sin gritarla, pero al final formaron la palabra pelota y luego la de patada y las otras que forman el maravilloso juego. En cada acto de nuestra vida vamos pidiendo letras para formar palabras, para formar oraciones. Posdata: cada vez que te escribo una cartita, querida mía, juego este juego. Pido letras y formo palabras para decirte lo que pienso, lo que deseo, para contarte lo que veo o lo que sueño. Por ahí siempre encuentro la magia del lenguaje, si no fuera por esa mínima y milagrosa porción de la letra no podría formar palabras y sin éstas no alcanzaría a escribirte. Reconozco en este juego la maravilla de la participación de los otros. En la creación literaria el juego no es tan obvio, como sí lo es en la calle, pero cada vez que un autor escribe se para en medio de la calle y comienza a pedir letras y la multitud que lo acompaña fortalece su pedido. Así es como se da la creación. Sin el concurso de los demás seres humanos la obra literaria no crece. Es necesario que el escritor pida una eme y que los otros la griten para ir formando palabras, para ir tejiendo oraciones. ¿Mirás qué digo? ¡Oraciones! Se necesita del aliento divino para hablar con los dioses, para pedirles protección, para agradecer bendiciones. Todo debe ser el juego, el juego de la calle, de las multitudes, del grupo de amigos de Víctor banqueteando. Todo debe ser el niño que desde el balcón los ve, los escucha, los admira. ¡Tzatz Comitán!