jueves, 4 de mayo de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN PATIO

Querida Mariana: Carmina dijo que su papá es su patio consentido. Esa declaración me gustó. La fui paladeando lentamente, mientras caminaba hacia mi casa, mientras caminaba por el patio central del pueblo, con globeros, palomas sobrevolando la fuente, niños corriendo y señoras con chales rumbo al templo. Sigo usando cubrebocas. No es lo más deseable, pero esta cosa no cesa. Tan no ha parado que hasta el presidente de la república volvió a contagiarse y no sé si él contagió a otras personas. Pero veo que la vida sigue, que la vida es como un globo, una canica que sigue haciéndonos felices cuando rueda. Y esta burbuja llena de aire me alegra. En la televisión veo partidos de fútbol con estadios llenos de aficionados, volviendo a disfrutar su pasión, parándose a la hora que cae el gol, abrazándose. Veo actos culturales que, de igual manera, son disfrutados por grandes audiencias. En el pueblo también hay muchas personas que no usan cubrebocas, pero las veo felices, tranquilas. Ah, quisiera ser tan temerario como ellos, pero no lo logro, mi edad me empuja a ser cauteloso, siempre me ha costado vivir sin incertidumbres. De niño no tuve problema, porque ahí estaba la presencia siempre afectuosa de mi padre. Por eso me gustó lo que Carmina dijo, porque mi papá también era mi patio consentido. Sé lo que Carmina siente al estar con su papá, sé que en ese patio consentido encuentra todo lo que da armonía. Su papá es lo que fue el mío: una hamaca, un corredor con un butac, un arriate con begonias, una hamaca, un vaso de limonada, un durazno, un mango, una pelota, caminos para que los camiones llevaran arena y piedritas; el papá de Carmina es el lugar que recibe el sol, la lluvia, el granizo, el viento; es el sitio más amable, el lugar donde uno se reúne con los amigos para jugar el clásico de vaqueros e indios o el de policías y ladrones; es, como ella lo dijo, el patio consentido, con sentido; es decir, donde la vida encuentra su rumbo sin necesidad de buscarlo. Fui rumiando lo que Carmina dijo, mientras caminaba por las calles de Comitán. En mi infancia caminé las calles sin temor alguno, mi papá me llevaba de la mano, el patio más afectuoso del mundo; ahora camino con cierto temor, por las resbalosas lajas, por los hoyancos de las banquetas (no sólo hay baches en los arroyos donde transitan los vehículos, también hay huecos en las aceras), por la velocidad de los autos, por las carreras de los peatones que pasan a atropellar a los otros peatones. Camino con cierta inquietud, porque la mayoría de personas son desconocidas. En mi infancia todos los rostros eran conocidos, algunos los conocía por sus nombres, o por el rumbo donde vivían, por el lugar donde trabajaban, los conocía por sus apodos, todos los de entonces, hablo de los años sesenta, éramos como una familia, algunos eran amables, cariñosos, otros eran jodones, pero nos conocíamos; si alguien se pasaba podíamos avisar a los papás para que les pusieran un alto. ¿Ahora? Por fortuna, Carmina todavía tiene el patio consentido cerca de ella, a pocos pasos. Siempre que vuelve a casa lo encuentra limpio, recién barrido, oloroso a barro recién regado. Su patio consentido tiene, al estilo de las casas tradicionales comitecas, cuatro corredores, con pilares de madera de cedro, llenos de helechos y de orquídeas, algún loro que pide café todas las tardes, y colibríes que llegan a chupar la miel de las campanitas rojas y amarillas. Dichosa ella, bendita por siempre, ella y su patio consentido. Es bueno volver a casa y hallar el patio luminoso, el que se abre generoso y nos recibe con los brazos abiertos. Posdata: me gustó mucho lo que Carmina dijo. Su papá es su patio consentido, nada de espacios cerrados como salas o recámaras o sanitarios o estudios o bibliotecas, ¡no!, los mejores padres del mundo siempre son patios, espacios abiertos donde juega el aire. ¡Tzatz Comitán!