viernes, 8 de diciembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON BREVÍSIMO RECORRIDO

Querida Mariana: pura obviedad. Hay espacios donde la gente vive años. No me refiero a sus casas, ¡no! Me refiero a los espacios de trabajo. ¿Cuántos años tiene trabajando ahí el maestro mecánico que tiene su taller frente a la casa de tío Armando? Muchísimos. Lo he visto ahí desde hace años. Al fondo, sobre la pared de ladrillos, dos tableros donde cuelga las herramientas. Cada espacio tiene dibujado el perfil del martillo, de las pinzas, para que cuando las toma el chalán las regrese al lugar original. ¡Que haya orden, chingado! Doña Esperanza tiene un pequeño local donde ahora es el Eje, pero antes de que construyeran esa vialidad, ya tenía su local donde vende quesos que le traen de Ocosingo o de Pijijiapan, no lo sé. Además vende tostadas, frutas de su sitio y cacahuates. ¿Cuántos años lleva ahí? Muchos de su vida. Y así, hay miles y miles de paisanos que permanecen horas y horas en sus espacios de trabajo, espacios donde sólo algunas personas acuden, cuando necesitan un servicio. Paso a comprar un queso especial para quesadillas, saludo a Doña Esperanza, la veo abrir el refrigerador, cortar a la mitad un queso sobre una tabla, meter ese pedazo a una bolsa de plástico, le entrego el billete, me da cambio; mientras trajina me da tiempo de ver el promontorio de bolsas de cacahuates sobre una mesa, cacahuates enchilados y otros naturales. ¿Se le ofrece algo más?, pregunta, me muero de las ganas de decirle sí, de platicar con usted, pero mi carácter introvertido no lo permite, así que digo ¡no!, agrego el “gracias” que exige la decencia y me retiro. Camino y pienso en los años que la señora lleva “encerrada” ahí, ¿a qué hora llega?, ¿qué es lo primero que hace al llegar? ¿Se persigna frente al pequeño altar elevado que tiene en la pared de enfrente, donde hay una veladora de esas que se iluminan con energía eléctrica? ¿Barre el local y el pedazo de banqueta que le corresponde? Pienso que ella no puede permitir la enfermedad en su cuerpo, si no labora no come, va al día, así lo pienso. ¿Cuántas personas llegan a comprarle al día? ¿Cuántas conocidas llegan a platicar con ella? Porque al lado del mostrador hay una silla. Imagino que cuando llega una comadre se sienta ahí. Tal vez Doña Esperanza ofrece un refresco, ya sería mucho exceso que ofreciera quesadillas. Nunca he visto una pequeña parrilla. El espacio es pequeño, tiene una breve ventana en una pared lateral, siempre la tiene abierta, ahí entra un poco de luz y corre aire. Digo que el local, de ancho tiene tres metros cuando mucho, en una esquina está colocado el refrigerador, sobre éste hay una serie de cajas (deben contener mercancía). El local tiene más ancho que largo, cuando entro doy dos pasos y ya estoy frente al mostrador, ella se coloca detrás, tiene poco espacio para moverse. Todo es como asfixiante, pero ella siempre sonríe, es muy amable. Imagino que su plática debe ser amena, como todos los comerciantes debe enterarse de chismes que le cuentan los clientes. Soy un mal cliente en ese sentido, no tengo la capacidad para entablar pláticas, para llegar a decir: fijese’sté que a fulano de tal le ocurrió tal cosa. No. Llego, pido la mitad de un queso, espero que ella lo prepare, pago, recibo el cambio y doy las gracias. Hasta la próxima, pienso. Miles y miles de personas en el pueblo acuden a sus lugares de trabajo y ahí permanecen durante horas, cada día, y los días se convierten en meses y en años. Hay muchos espacios de Comitán que no conozco, así pues no conozco a quienes ahí laboran, no conozco sus vidas, la importancia de su labor. Recordá que cada persona realiza un trabajo importante, desde el que está en la puerta permitiendo o negando accesos, hasta el director general de la empresa que entra a su oficina para revisar los pendientes del día. Pienso en los choferes de taxi, en los traileros, en los que manejan autobuses de pasajeros o de carga, en las meseras, en las putitas, en los cantineros, los locutores, en los que limpian los estadios (Dios mío, ¿cuántas personas se necesitan para limpiar el Estadio Azteca?), en las enfermeras, los profesores, los estudiantes, los bibliotecarios. Algunos llegan por periodos, los estudiantes por ejemplo; pero los empleados se pasan la mitad de su vida en un espacio determinado. Doña Esperanza se ha pasado muchos años en su pequeño local, muchos años; los mismos que se ha pasado mi tío Alfredo en el Seguro Social. Siempre con la misma rutina, siempre con el mismo cansancio, haciendo una labor que se entiende para un robot, pero que es desgastante para un ser humano. Por eso, todo mundo da gracias a Dios (bueno, los creyentes, los ateos simplemente dan gracias a la nada) cuando llega el fin de semana o el periodo de vacaciones. Basta de ver las mismas paredes, las mismas caras; basta de cumplir las mismas rutinas laborales. Los maestros, año tras año, repitiendo las mismas operaciones matemáticas en el pizarrón. ¡Qué fastidio! Posdata: me encanta lo que hacés, es un trabajo creativo, siempre estás en busca de lo nunca expresado a través de imágenes. Asimismo, me encanta mi trabajo. El otro día fui a un kínder a leer cuentos a los niños; tengo una invitación para ir al asilo a hacer lo mismo: leer cuentos, pienso que habrá más de dos ancianos que ya no oyen, espero que cuando menos duerman tranquilos, mientras yo leo el cuentito; tengo una invitación para dar una plática acerca de autoras y autores comitecos. Me encanta llegar a espacios que no son mis lugares cotidianos, ver nuevas caras, conocer, aunque sea de lejos, sus afanes e inquietudes. Qué bendición, estaré con niños de kínder y luego con ancianos, toda la cuerda de la vida frente a mí. ¡Tzatz Comitán!