sábado, 30 de diciembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON LIBROS

Querida Mariana: platiqué acerca de libros escritos por autoras y autores comitecos; me invitó la licenciada Naty Figueroa, directora del Museo Arqueológico de Comitán. Fui y compartí con la poca audiencia que asistió. A mí no me sorprende que la gente no acuda a actos culturales en nuestro pueblo. Siempre ha sido así. El maestro Jorge Melgar Durán, de feliz memoria, me platicó que una vez invitaron al maestro Prudencio Moscoso Pastrana, gran cronista coleto, a dar una conferencia en el auditorio de la Casa de la Cultura. ¿Cuántas personas asistieron? Una, ¡una! Dios mío. Ah, pero eso sí, medio mundo intelectual se llena la boca e insiste en decir que Comitán es la Capital Cultural de Chiapas, nos falta pueblo, bueno, en realidad, nos falta mundo, ver qué hacen en otras partes de países altamente desarrollados. Me apena decir que un tema de gran importancia pasó de noche. Pero en el caso que comento hay otro elemento adicional: el Molinari. Uf. Veo con mucho agrado que aparecen nuevas voces en el entorno cultural y ahí sí llenan los espacios (cafeterías, sobre todo). Son nuevos tiempos. Los relevos generacionales se dan, se están dando. Los muchachos apoyan a sus amigos y esto renueva la esperanza. Me encanta ver rostros nuevos. Yo, que soy viejo, debo entender la lección, desde casa puedo hacer más. Vengo de regreso. Hoy le toca a los nuevos talentos. Espero, es mi mejor deseo, que aparezcan voces inteligentes, novedosas, innovadoras. Como mi campo es, sobre todo, el de la literatura, aspiro a que en Comitán aparezca la escritora que escriba con el mismo talento de Rosario Castellanos y que aparezca el escritor que sea orgullo de esta tierra. Espero que redacten textos limpios, que quienes se asumen como escritores tengan el mínimo conocimiento de la sintaxis y de la ortografía. Todos los que organizan eventos buscan estrategias para jalar amigos y familiares. Cuando alguna institución educativa organiza un acto cultural “obliga” a estudiantes a asistir. Es la forma que han encontrado de tener audiencia y “sembrar” gusto por el arte. ¿Será buena estrategia? ¿De verdad es la mejor forma de acercar el arte a los chicos y chicas? No lo sé. A veces pienso que puede resultar todo lo contrario, y, al final, los jóvenes terminan odiando este tipo de actos, como cuando un maestro pone a un estudiante a leer como castigo por portarse mal. El chico, en su vida, vuelve a ver con buenos ojos a la lectura. Por eso, cuando dan a conocer los resultados de la prueba PISA, que aplican a estudiantes de ochenta países, México reprueba, los estudiantes no dominan la comprensión lectora. Pero, esa tarde, fui muy animado a cumplir con mi compromiso. Claro, no vuelvo a hacerlo. Ya mandé a hacer una playera que dice el siguiente mensaje: “Gracias, pero no acepto invitaciones para presentar libros, para comentarlos, ni para dar pláticas acerca de libros”. No, ya no. Mi amigo Jorge Antonio Ruiz Mandujano ha llenado el auditorio de la Casa de la Cultura en dos ocasiones al presentar sus libros. Sí, Jorge Antonio tiene una gran capacidad de relacionarse, tiene como mil amigos, de esos mil amigos, sabe que trescientos acudirán. Yo, como soy escaso, como no ando en guateques, como se me dificulta eso de la chorcha y ya no asisto a actos culturales, pues cuando presento algo nadie acude. Nada lamento, niña mía, cosecho lo que he sembrado. Bueno, con decir que tengo tan mala suerte que cuando doy una plática ni vos asistís, vos, mi fiel amiga. Casi siempre estás fuera de la ciudad y una vez que estuviste acá se enfermó tu abuelito y debieron llevarlo al consultorio. ¿Por qué digo esto? Porque, a pesar de que estoy acostumbrado a este tipo de reacciones y nada pongo en mi corazón, siempre aparece el síndrome ñañaroso del que prepara su fiesta de cumpleaños y termina, como el clásico meme, llevándose la mano sobre la nuca para bajar la cabeza y refregar la cara sobre el pastel, porque no hay quien le haga la travesura. Siempre me canto solo las mañanitas. ¡Pucha, qué jodido! Pero, como diría el gran divo de Juárez, ¡qué necesidad! Ninguna. En estos tiempos cibernéticos prefiero escribirte sabiendo que vos me leés. ¿Necesito más? ¡No! Tu compañía virtual es mi privilegio. En tiempos donde la imagen impera (los videos, sobre todo), agradezco que vos leás lo que te escribo. Con eso estoy pagado. Entonces, ahora ya tomé un curso gratuito en línea, ofrecido por la UNAM, que se llama “Aprende a decir no”, obtuve mi reconocimiento, así que ahora, con la desfachatez del mundo, me pongo mi playera de “no acepto invitaciones para presentaciones de libros, para hacer comentarios, ni para dar pláticas acerca de libros”, a menos que apareciera algún mecenas e insistiera en tener en su semana cultural al eximio escritor chiapaneco y me pagara los honorarios que merece mi trabajo o que realmente me vea comprometido, por la empresa cultural. Hay ocasiones donde es imposible negarse. Si viene el presidente de la república y, con acento tabasqueño, dice que quiere a Molinari en la presentación de su libro más reciente, el Molinari (por la honra de Comitán) no podría negarse. Salvo en esas ocasiones memorables, no vuelvo a aceptar invitaciones para presentaciones de libros o de pláticas. Bromas aparte, y salvo casos excelsos como el de mi amigo Jorge Antonio, en este comentario hay un motivo de reflexión y una certeza: la gente acude con mucho gusto a invitaciones donde hay chupe asegurado, comida para aventar hacia arriba y música para mover el cuerpecito; pero no acude con gusto donde alguien lee poemas. No me digás que me equivoco. He asistido a actos donde la gente se fastidia en el asiento, mueve su trasero como si estuviera sentado sobre una tabla con clavos, algunos adoptan una figura de filósofo trasnochado y cierran los ojos, como si reflexionaran, cuando en realidad se echan un coyotito exprés; y una buena cantidad saca el celular, lo colocan sobre el muslo y ven tiktoks en silencio. Los he visto reír cuando el poeta se desgarra el alma en el sitio de honor y llora porque el texto que lee habla acerca de la muerte de su abuelo, pero los de la audiencia miran cómo baila la Carmen Salinas. Posdata: pero fui a cumplir. Un día antes, varios amigos escritores me preguntaron por Whats si hablaría de sus libros. ¡No! Sólo comenté algo de tres libros esenciales para la identidad comiteca. El primer libro fue “Comitán, una puerta al Sur”, que fue publicado en 1994 (el próximo año cumple treinta años); el segundo libro fue uno que no tiene título y está inédito, concluido, más o menos, en 2004 (el próximo año se cumplen veinte años), escrito por mi querido primo José Luis González Córdova, que en paz descanse; y el tercer libro fue “Comitán, mi cuaderno de apuntes”, del maestro Gustavo Alfredo Álvarez Figueroa, editado en 2022 (el próximo año se cumplirán dos de su edición). El libro de José Luis lo tengo engargolado, su hijo José Augusto me dio una copia. Es un libro interesantísimo. Los tres libros son esenciales para el conocimiento de la historia de este maravilloso pueblo. La tarde de la plática fui muy respetuoso del tiempo de los demás (pocos, pero selectos). Usé diez minutos para comentar cada libro, a fin de que la plática no se llevara más de media hora. Siempre aplico (bueno, aplicaba) lo que el maestro Jorge y el maestro Hugo me enseñaron: lo breve es placentero. Sí, cuando estoy en la audiencia me encanta oír cosas agradables, pero que no tarden mucho, porque lo más interesante del mundo se vuelve plano cuando excede un tiempo razonable. He visto a grandes conferenciantes sentarse ante la mesa de honor, quitarse el reloj de la pulsera y colocarlo sobre la mesa, con ello controlan su tiempo. Cuando ya ven que el tiempo sugerido llega comienzan a darle cierre a su conferencia. Comencé mi plática diciendo que Comitán es un pueblo de gran tradición cultural. No sé si es la capital de la cultura chiapaneca, no sé, ni es tema que sea relevante. Cada pueblo tiene sus propias riquezas, la nuestra es fértil, enorme, grandísima. Lo que nuestros mayores nos legaron es un tesoro, tesoro que las mentes más lúcidas de Comitán han incrementado. Hablé solo de tres libros, una mínima parte de cada uno de ellos, sólo para reafirmar la certeza de mi apreciación inicial que está acorde con lo que todo mundo sabe: Comitán es un pueblo de gran riqueza cultural. Los jóvenes creadores deben saber que vienen de la tradición, deben pepenar lo que los viejos hemos hecho, confrontarlo, asimilarlo y superarlo. Por eso digo, me encanta ver a voces jóvenes en encuentros, en presentaciones de libros, en recitales. Espero, de todo corazón, que ellos continúen con la tradición, pero que sus aportes sean reales, conscientes. Digo esto porque también veo a muchos escritores que no tienen el menor respeto por el público ni por el oficio, ya que no redactan en forma clara, sencilla y limpia. Ah, qué joda, sus textos tienen errores ortográficos y esto sí es penoso, porque demerita la cultura enormísima de este pueblo. ¡Tzatz Comitán!