domingo, 3 de diciembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON PALABRAS PARA UN MAESTRO

Querida Mariana: soltó la frase como si fuera un niño soltando un globo: “Tengo cáncer”, me dijo. Hace poco me enteré que falleció el maestro Tecalero, medio mundo de acá lo conoció así. Un día escuché que un amigo cercano suyo le dijo Teca. Me encantó, hay nombres y apellidos que permiten estos prodigios verbales. El maestro Carlos, en la UVG, en la Ciudad de México (Distrito Federal, en esos tiempos, años setenta), dijo a los alumnos que la palabra teca significaba “lugar en que se guarda algo”, nos dijo que era una voz náhuatl. A él le gustaba usarla, un poco para transmitirnos el valor de la identidad y un poco, o un mucho, para decirnos que en arquitectura residencial era preciso tener en cuenta la teca, la bodeguita. Yo siempre lo pensé como un lugar para el espíritu, un lugarcito limpio, donde se conservan los mejores recuerdos. Cuando me enteré del fallecimiento del maestro Tecalero, la cuerda de la pena me rodeó. Vi su fotografía en las redes sociales (una maravillosa fotografía tomada por Daniel Saborío) y al leer la nota que hablaba de su muerte sentí esa serpiente que recorre el cuerpo como si éste fuera un desierto y el animal bajara serpenteando por las dunas del alma. Un segundo después pensé en la palabra con que lo nombró su amigo: Teca, y, como tobogán, mi pensamiento llegó hasta el pozo donde estaba la cátedra del maestro Carlos. Si me ponés contra las cuerdas digo que sólo en una ocasión hablé con el maestro Tecalero, fue el día que me dijo que tenía cáncer. Si revisás bien la foto que anexo lo hallarás, es el primero de la segunda fila, detrás de la chica de lentes. Esta fotografía fue tomada en febrero de 2011, es la foto del recuerdo de los chicos y chicas que llegaron en la primera sesión del Centro Comiteco de Creación Literaria. A veces el maestro Tecalero y yo nos topábamos en algún lugar o en la calle y nos saludábamos, pero era el saludo escaso, el que no permite más intimidad, el saludo de la nube, el de la tortuga; pero sí estuve enterado de la gran labor que realizó a favor de la identidad chiapaneca (el terreno de la identidad que abonaba el maestro Carlos). El maestro Tecalero llegó a Comitán desde Puebla y acá se quedó a trabajar. Mi mamá fue la primera persona que me habló de él, con una gran sonrisa me dijo que el maestro era “muy curioso”, el término curioso lo dijo en la acepción que le aplicamos los comitecos; es decir, la facultad divina para hacer “curiosidades”, bellezas. Mi mamá tenía una tienda de estambres en el Pasaje Morales. Cada vez que el maestro Tecalero terminaba una muñeca, vestida con trajes tradicionales, pasaba a enseñarla, ponía la muñeca sobre el mostrador de madera y le explicaba a mi mamá las características del trabajo realizado. Mi mamá lo admiraba, cuando le di la noticia de su fallecimiento lo lamentó, de inmediato me dijo que pediría por su alma en sus oraciones. Sus más cercanos afectos supieron de la grandeza de su espíritu. El día que me dijo que tenía cáncer platicamos un buen rato, llegó a la universidad, nos sentamos en una banca del corredor cultural, me pidió dos de mis libros y, en la despedida, dijo que se sentía bien (tal vez ese encuentro ocurrió el año pasado), estaba un poco delgado (no era para menos), pero con el optimismo hasta la cima del Everest. Lo atendían en Veracruz, viajaba para su tratamiento, en fechas específicas. Posdata: un día, el maestro Ricardo Muñoz Tecalero llegó a Comitán, llegó desde su tierra: Puebla, Puebla de los ángeles. Él fue un ángel, un ángel morenito que dio luz a nuestra sociedad, fue uno más de esos hombres luminosos que llegan de otras partes y aportan para el sano desarrollo de nuestra sociedad. Amaba la danza, amaba las tradiciones chiapanecas, amaba la vida y, con los brazos abiertos, la recibía como lluvia. El maestro Teca fue un lugarcito donde muchos guardaron cosas bonitas; será para siempre un lugarcito donde hallaremos respeto por la vestimenta tradicional. ¡Tzatz Comitán!