lunes, 25 de diciembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON HILOS DE IDENTIDAD

Querida Mariana: comparto una foto más de grupos. Me encantan estas fotografías. Lo sabés, soy muy escaso. Es difícil que hallés una foto mía en un grupo. Por lo mismo, cuando veo fotos grupales las disfruto mucho, porque el hecho de que yo sea un ish no significa que no reconozca el valor de la convivencia. Mi timidez, mi misantropía, me llevan a disfrutar las personalidades extrovertidas. Veo el mundo desde lejos y disfruto la alegría de los otros, me encanta ver a gente feliz, que convive, que comparte, que parte y reparte. Esta foto me conmueve, porque los chicos y chicas que acá están (en un jardín lleno de luz, de verdes, de aire) pertenecen a la generación 82-85 de secundaria, de mi colegio Mariano N. Ruiz, de nuestro amado colegio. Como siempre, lo dije muy apresurado. Voy poco a poco. Esta foto se la robé a Yanet, quien fue alumna y hoy es catedrática del Colegio Mariano N. Ruiz. ¿Mirás qué privilegio? El mismo que me ilumina, porque también fui alumno de secundaria del colegio y luego (¡qué bendición!) fui maestro de este grupo. Dije que debo ir menos apresurado. Ellos son parte del grupo que inició su educación secundaria en 1982. ¿De dónde llegaron? De diversos senderos. Algunos estudiaron su primaria en el mismo colegio, pero otros llegaron de diversas instituciones educativas y ahí se conocieron. Esa convivencia los unió en un lazo indestructible, acá está la muestra. Durante tres años estuvieron juntos. En 1985 se separaron, jamás volvieron a estar unidos, como nuégados, de lunes a viernes y días “de guardar”. Vi la fotografía y los conté, como si pasara el padre Carlos y me preguntara cuántos alumnos estuvieron en el festejo decembrino (por ahí hay suéteres y gorritos navideños). ¡Veintiuno, padre, veintiún muchachos! Y traje a la memoria la presencia del padre Carlos J. Mandujano, el fundador del Colegio Mariano N. Ruiz, porque este grupo tuvo el privilegio de contar con la cátedra de ese hombre sapientísimo. Nadie, en su sano juicio, puede dudar que el fundador de nuestro colegio fue un hombre de gran cultura, el bagaje cultural que poseía le permitió ser un orador de excepción, polémico, fecundo. Esta generación gozó lo mismo que los alumnos de mi generación. No sé qué tanto fueron tocados por el espíritu luminoso del sacerdote. Paty Armendáriz, en su libro “Alpinista de sueños”, comentó (palabras más, palabras menos) que el padre narraba las clases de historia como si hubiese estado presente. Coincido. Mi gusto por la literatura se afianzó en la cátedra del padre Carlos, cuando narraba los hechos donde los infantes agreden a las hijas del Cid, en la famosa Afrenta de Corpes. ¡Sí, todo lo narraba como si hubiese estado ahí, en el campo de batalla, como si lo hubiese visto! Y no sólo sembró literatura en nuestros espíritus, también abonó el gusto por la buena música, la música selecta. Sé que estos muchachos también recibieron esa bendición. Mis compañeros y yo escuchamos música clásica en un tocadiscos portátil donde él colocaba discos de vinilo. Estos chicos y chicas recibieron el legado a través de un reproductor y un casete. No lo vayás a decir, es un secreto, inteligentes y traviesos (como todos los chavos de su edad) a uno de estos muchachos (¿muchacha?) se le ocurrió (en el momento que el padre Carlos fue a su oficina) aplastar la tecla de grabar y decir una serie de barbaridades. Cuando el padre Carlos volvió y activó la tecla Play, todo mundo se dio cuenta del acto que habían realizado. ¿Los expulsaría el padre Carlos? Por fortuna, el aparato nada grabó de lo dicho y todo quedó en una cara de incertidumbre en el maestro que no supo el porqué del silencio. Los chicos y chicas supieron que los milagros ¡existen! Y acá está una prueba más de esos prodigios de la vida, porque veintiún ex alumnos del Colegio Mariano N. Ruiz volvieron a reunirse en el 2023, treinta y ocho años después de haber terminado la educación secundaria. Algunos integrantes no estuvieron físicamente, pero, sin duda, fueron recordados en alguna anécdota que apareció en el convivio. Posdata: vi la fotografía y traté de recordar el nombre de cada uno de ellos. No lo logré. Tengo una pésima memoria. Si me aplicaran un examen ¡lo reprobaría! No recordé los nombres, pero al ver sus rostros una cinta de luz rodeó mi corazón. En algún momento conviví con ellos y alguna travesura me hicieron y algunas travesuras les hice. La vida es un boomerang que siempre regresa. A veces, el milagro es que el boomerang vuelve con estrellas en su viaje estelar. Acá hay veintiún estrellas. Dios los bendiga siempre. ¡Tzatz Comitán!