viernes, 15 de diciembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON LA PRIMERA COMUNIÓN

Querida Mariana: ¿vos hiciste tu primera comunión? Yo la hice en el templo de Guadalupe. Mi padrino fue mi tío Samuel, recientemente fallecido en la Ciudad de México. No recuerdo quién fue el sacerdote que estiró su mano y me dio la primera hostia. Este término nada tiene que ver con la forma en que la utilizan los españoles. Llama la atención que los españoles, nuestros conquistadores, los que nos trasmitieron la religión católica (injertaron) empleen el término con irreverencia. Imagino que vos estrenaste un vestido blanco, símbolo de la pureza y, como yo, como medio mundo católico, te hincaste en un reclinatorio especial y ahí presenciaste la misa y luego recibiste la hostia. Yo vestí un traje, me presenté casi impoluto ante el altar, para recibir por primera vez el cuerpo de Cristo. Recuerdo que la madre Sara, muchos años después, recomendaba a sus alumnos caminar con la vista hacia abajo en el pasillo central del templo, para que la mirada no se contaminara, para que todo fuera un proceso de respeto. Juancho, irreverente, hijo de un gran agnóstico, se burlaba de la hostia, tal vez repetía lo que su papá le decía: ¿de verdad en esa lentejuela blanca estaba el cuerpo de Cristo? ¿Por qué, entonces, lo comíamos? Era un ingrato, iba al santuario del Niñito Fundador, compraba una bolsa con retazos de hostias y la dejaba en las bancas del parque para que llegaran las chinitas a comer, decía que las chinitas se convertirían en palomas, en Espíritus Santos. Era un gran irreverente, pero a mí me encantaba su imaginación, iba un poco más allá de lo que nos permitía la religión, que siempre ha sido dogmática, es su esencia. Para llegar a esta primera vez hubo una preparación, todos asistimos a la doctrina y fuimos sometidos a un examen que debíamos aprobar, un poco como aparece en el disco malcriado de Doña Lolita, donde el sacerdote hace la clásica pregunta: ¿dónde está Dios?, y el indígena, en lugar de responder: en todas partes, respondió con otra pregunta: ¿’onde lo dejo’sté pue? Recuerdo mi primera comunión, después del acto mi mamá invitó a algunos amigos para que desayunáramos tamalitos con chocolate, en casa. Vos ¿recordás tu primer beso?, ¿la primera vez que cuchiplanchaste?, ¿la primera vez que tuviste una cámara profesional en tus manos? La primera vez de todo tiene un lugar especial en nuestra mente, son muchas las sensaciones que se acumulan en nuestra mente. Imagino lo que viven quienes conocen por primera vez la ciudad de Nueva York, la gran Ciudad de México, París, el Río Nilo, las Cataratas del Niágara; la emoción de quienes se suben por primera vez a una carreta, a un auto de carreras, a un avión supersónico, a un trasatlántico; la cuerda luminosa de quienes llegan a Comitán y prueban por primera vez un pan compuesto o una copa de comiteco. Mi abuela Esperanza me llamó un día, entré a su recámara, tenía sobre la cama una caja de zapatos, la abrió y me mostró un mechón de cabello, dijo que era un recuerdo de la primera vez que le habían cortado el cabello a mi mamá. Entendí el simbolismo de todo lo que se da por vez primera en el mundo. Hay días de festejo por todo, por las madres, por los abuelos, bueno, hasta día del taco hay ahora. ¿Por qué no hay el día de la primera vez? Así, en forma general, para que cada uno celebrara su primera vez de algo, de algo agradable, por supuesto. Es horrible recordar algún suceso donde nos ocurrió algo desagradable por vez primera. Hay muchas historias que dan cuenta de ello. Yo, igual que todo mundo, tengo algunas espinas que me pinchan cada vez que recuerdo un suceso áspero. No tengo empacho alguno en decir que la primera vez que entré con una putita mi amiguito de entrepierna se portó maleducado y no se puso de pie, se quedó dormidito. No fue algo agradable, en cambio sí puedo contarte de la primera vez que se portó a la altura de Chus Mono. Por eso dicen los sabios: hay de todo en la Viña del Señor, hay uvas dulces, otras ácidas y algunas amargas. Posdata: los españoles gritan ¡hostia! a cada rato, es una expresión de enojo o de sorpresa. Nosotros, los católicos, tenemos gran respeto por la palabra y sólo lo aplicamos a ese círculo delgadísimo hecho con harina donde creemos que está el cuerpo de Cristo, y que el cura, a la hora de misa, sopea en el vino que, ¡faltaba más!, es la sangre de Cristo. ¡Hostia! ¡Tzatz Comitán!