miércoles, 17 de enero de 2024

CARTA A MARIANA, CON AUDITORIOS

Querida Mariana: mi escuela primaria, La Matías, no tenía auditorio. Al principio estaba en una casona vieja adaptada; luego, ya en 1968, los alumnos pasamos a ¡la nueva escuela! Estrenamos el edificio donde actualmente funciona. Tampoco tuvo auditorio. Los actos culturales se realizaban en improvisados templetes. El patio se llenaba de sillas plegadizas de madera, si había necesidad los maestros colocaban manteados. Cuando llegué a mi Colegio Mariano N. Ruiz tampoco hallé un auditorio, pero como el director de la escuela, el padre Carlos, también era el mero chipotles del templo de San Sebastián, el anexo del templo nos sirvió como salón de actos, ahí hallé el primer espacio cerrado donde presencié concursos de declamación y obras de teatro, usábamos las bancas del templo. Bancas corridas les llamaban algunos, siempre llamó mi atención ese término. Algún día platicaremos acerca de ello: bancas corridas. Terminé la educación secundaria y tuve el privilegio de ser aceptado en la Prepa de Comitán (antes anduve un ratito en la Prepa de San Cristóbal, en la prepa nocturna. Tal vez otro día hablamos de ello). Y en mi escuela preparatoria ¡sí tuve auditorio! No tenía nombre, ahora ese auditorio, que es parte del Centro Cultural Rosario Castellanos, se llama Roberto Cordero Citalán, en homenaje al creador de esa bonita canción que se llama Comitán, Comitán de las Flores, donde están mis amores, donde quieren de verdad… Para mí eso significó una gran experiencia. Lo mismo sucedió cuando llegué a la UNAM y conocí cafeterías dentro de la institución (te caeré mal, pero de eso hablaremos en otra ocasión). Era maravilloso estar en el patio de la escuela o en el salón de clases y escuchar que algún maestro indicaba que debíamos trasladarnos al auditorio, caminábamos tantito, subíamos unos escalones y ya estábamos en un espacio cerrado, con un gran escenario al frente y una serie de butacas donde nos sentábamos. Por primera vez, los asientos estaban fijos. Los alumnos no debíamos cargar sillas plegadizas ni bancas corridas, los asientos eran permanentes. Mi primera idea de auditorio nació de esa certeza: ese espacio era especial para actos, del tipo que fuera. El auditorio de la prepa servía para obras de teatro, conferencias, clases especiales. No sólo lo usaban las autoridades, en más de una ocasión los alumnos lo usamos para acuerdos estudiantiles, bastaba solicitar permiso para tener el auditorio a nuestro alcance, era un espacio que nos pertenecía. Mis ex compañeros recordarán que momentos importantes del movimiento de huelga, que permitió la construcción de las nuevas instalaciones de la secundaria y de la preparatoria, se gestaron ahí, ahí se dieron los debates donde Constantino Kánter (Marco Antonio), Raúl Jiménez, Raúl Sánchez, Cándido Alfaro y demás líderes del movimiento lograron la hazaña de obligar la visita del secretario de educación de Chiapas para la firma de los convenios que lograron la construcción de los nuevos edificios (por cierto que en este año mi generación cumplirá cincuenta años de haber egresado, es la generación que propició el cambio, ¡nadita!) No existe una bitácora que dé cuenta de la multitud de actos relevantes que se celebraron en ese auditorio. Yo acudía a los mítines y a las diversas representaciones culturales, me imponía el escenario, siempre procuré ser de la audiencia (ya más tarde, cuando ya era la casa de la cultura subí como actor y luego ya en otros actos relacionados con la literatura). El auditorio Roberto Cordero Citalán fue el primer auditorio que conocí, el impacto inicial jamás me ha abandonado, saber que había espacios especiales para actos culturales me impresionó. En la primaria había jugado fútbol en el patio central; en la secundaria eché cascaritas en la calle; pero sabía que existía un campo especial para la práctica, en Comitán había un estadio, en la Ciudad de México había estadios. En mi pueblo había un auditorio, lo tenía mi escuela preparatoria. Posdata: cuando entré a la UNAM conocí muchos auditorios, en uno de ellos escuché una conferencia del gran Alexander Oparin. ¡Uf, qué privilegio! En el auditorio de mi facultad escuché un concierto de Óscar Chávez, y en los demás auditorios de la UNAM disfruté ciclos de cine de arte. La UNAM fue mi gran escuela de vida. ¡Tzatz Comitán!