miércoles, 24 de enero de 2024

CARTA A MARIANA, SIN PALABRAS

Querida Mariana: ¿dejás que hable de mi mamá? Lo haré porque el maestro César Pérez, uno de los más grandes fotógrafos de Chiapas, me regaló esta imagen. El sábado nos encontramos en el cumpleaños de doña Zoilita de Teutli y César me dijo que le haría un retrato a mi mamá. Yo guardé su cubreboca y su bolso y ella vio hacia donde estaba el maestro de la lente. Bastó un minuto, César inmortalizó el instante. Cada persona tiene su propia lengua de fuego para hablar del horno de casa, la mayoría de hijos e hijas piensa que su mamá es la mejor mamá del mundo. Es comprensible. De las madres se ha dicho todo, pero yo todavía tengo dos o tres palabras para definir a mi mamá. Ella, vos lo sabés, tiene noventa y tres años y, a Dios gracias, está muy bien, física, espiritual y anímicamente. “Hay que echarle ganas a la vejez”, repite en forma constante. Todas las mañanas, al entrar a su recámara la encuentro en su cama haciendo sus ejercicios, recostada sobre el colchón “hace bicicleta”, levanta los brazos, cierra y abre sus manos como si recogiera frutos del aire. Mi mamá no sólo le echa ganas a la vejez, lo ha hecho toda su vida. Una palabra que ella ha hincado en mi memoria es: ¡trabajo! Siempre la he visto trabajar. Mi recuerdo niño es el de mi mamá atendiendo una tienda con venta de sombreros, luego trabajó en la Casa Yaninni y cuando cerraron este negocio ella abrió su tienda de estambres. Muchas personas en el pueblo la recuerdan en el edificio de la esquina de la manzana derruida. Nadie lo ha dicho, pero yo advierto que los propietarios de esos edificios de la manzana de la discordia fueron generosos. Por supuesto, no había forma de rebelarse ante un acto expropiatorio, pero los dueños de esos edificios, de esos locales comerciales, de esas casas, abandonaron sus propiedades para que ahora los comitecos tengan un parque ampliado. En uno de los corredores del parque actual estuvo la tienda de mi mamá. Cuando el local fue derribado ella pasó su tienda a un local del Pasaje Morales. El pasaje tenía viviendas, se volvió un corredor comercial. La otra palabra que define a mi mamá es, precisamente, generosidad, siempre la he visto con la mano abierta para sanar mis heridas físicas y espirituales; siempre soltando el billete para que me fuera a estudiar literatura a la UNACH, para comprar libros, para los alimentos de casa. Generosa no sólo con los cercanos sino con el entorno. Cuando fue presidenta de las damas voluntarias de la Cruz Roja, con un grupo de amigas, destinó tiempo y gajos de su corazón para aliviar tantito el sufrimiento de otras personas, los refugiados guatemaltecos. La vi caminar por todo el pueblo, con su uniforme de dama voluntaria, solicitando una ayuda económica para el mantenimiento de esa noble institución. Mi madre ha sido una mujer trabajadora y generosa. La he visto tejer cientos de prendas, que vende o que obsequia; horneando pastelitos o roscas para llevarlos al antiguo local del Café Gloria, para pepenar algunas monedas. Con nada se ha quedado, todo lo ha destinado para la casa, para su hijo. Ella es una mujer elegante, que viste en forma modesta, pero con gran gusto. No ha necesitado joyas, porque ella es una joya insuperable. Y la tercera palabra que hoy escribo en el aire, para honra de mi mamá, es pulcritud. Aún en tiempo de pandemia, sin salir de casa, ella todas las mañanas se vestía como si fuera a salir a la calle. Todos los días realiza un ritual maravilloso donde se pinta, se aplica cremas y aceites, se consiente. Ella no saca la basura, pero si lo hiciera, estoy seguro que no lo haría sin estar como figurín. Muchas personas le preguntan cuál es el secreto de poseer un cutis lozano, como de quinceañera. Ella les dice qué hace. Ya lo dije, su generosidad no tiene límite. Posdata: acá está a sus noventa y tres años, con un broche en el suéter de color azul, un color que le va bien, porque el azul es un color que da tranquilidad al espíritu; acá está con un broche de flor con cinco pétalos, número que le va bien, porque la gente dice que no hay quinto malo; acá está, armoniosa, con sus manos entrelazadas, con sus dedos chuecos pero incansables (una maestra de yoga dice que las manos son nuestras artesanas, mi mamá es una gran artesana, sus dedos aran sobre el cielo y siembran flores). ¡Que el universo siga regando vida a quien ha dado mucha vida! Acá está mi mamá, Doña Hilda Cecilia Torres Córdova viuda de Molinari, en una fotografía que tomó el gran César Pérez. ¡Tzatz Comitán!