martes, 23 de enero de 2024

CARTA A MARIANA, CON CHUNCHES DIVERTIDOS

Querida Mariana: el mundo está lleno de objetos, de chunches maravillosos. Conforme pasa el tiempo más chunches se incorporan. En mis tiempos no hubo juguetes sexuales, hoy existe un amplísimo catálogo, el otro día Lorena me mostró muchas fotitos, ¡cuántos chunches! Quedé con la boca abierta, no, no, ¡mentira!, se presta a malas interpretaciones; lo que quiero decir es que me sorprendí con tal variedad. Hay para todos los gustos. Cuando teníamos el Centro Comiteco de Creación Literaria vino mi amigo el escritor David Tovilla y dio un taller con relación al tema: juguetes sexuales. De más está decir que el salón se llenó de gente interesada. No sé si vos tenés chunches de estos en tu habitación, ni me importa (¡otra mentira!), pero nadie dudará el uso de un dildo (bueno, ya te conté que un niño halló uno de estos chunches y lo usó para jugarlo como cohete, ¡ah, la bendita inocencia!). Los juguetes sexuales fueron creados con el objetivo preciso con el que todo mundo los emplea. En cambio, hay otros chunches que fueron creados para satisfacer otro fin y que los amantes ingeniosos emplean para juegos de cama. Un pincel le sirve al artista plástico para embarrar de pintura los lienzos, pero los amantes lo utilizan en forma sublime, porque… bueno, vos ya sabés. Casi todos los chunches habidos y por haber, con un poco de imaginación, pueden usarse como juguete sexual: plumas, plumines, plumones, tapitas, libros. ¿Libros? Sí, ¡libros! Ah, si supieras todas las cosas que pueden hacerse con los libros. Digo, aparte de lo que puede hacerse con el lenguaje. Vos sabés que la palabra es, por esencia, el mayor juguete sexual del mundo, de todos los tiempos. El amante que es ducho en el uso del lenguaje tiene mucho a su favor. ¿Recordás eso de “verbo mata carita”? Los que saben aseguran que incluso un buen verbo vence a un buen pene. No sé. A mí no me preguntés cosas de jóvenes, respetá mi vejez. El albur fino es maravilloso. Yo celebro a las amigas que tienen el gusto exquisito de “prenderse” con la flama de la palabra. Algunas chicas se molestan con un albur que consideran grosero, de baja ralea. La verdad es que el albur es pueblo y si la chica está dispuesta al juego debe “aceptar” todo, para que el juego no tenga limitantes, que joden el juego. A mí me encanta ver la multiplicidad de sentidos que toman palabras que, por supuesto, son inocentes. Una palabra inocente es “palo”, pero los chicos luego andan presumiendo que se aventaron un “buen palo”. Ay, señor, sólo porque sabemos qué vereda alcanza es que conectamos. Un chico dice que fulanita es “un buen palito”. Esto es un elogio. Por supuesto que el joven debería ser más discreto, pero al final todo el vecindario se entera de que fulanita es hábil para juegos de cama. Es un elogio, porque hay chicas que no son “un buen palito”, al contrario, “son como palo”. Uf. “Pasame el recogedor”, pidió un día Doña Chayito, y el molestoso de Andrés llevó a su hermano mayor y señalándolo dijo: “acá está el gran recogedor”. Cuando lo oí recordé que en los años setenta hubo el estreno de una película mexicana que se llamó: “La recogida”, era la historia de una chica que había sido adoptada, chica de barrio, pero una amiga siempre jugaba con eso: “La recogida, hmmm, qué rico”. La chica que se pone un poco de alcohol en la herida dice al amigo: “Soplame”, y el chico juega: “¿De verdad querés que yo te sople?”. Posdata: miles de chunches, todos, con un poco de imaginación, sirven para jugar con la pareja. Mile de palabras, todas sirven para alburear fino o grueso (ah, pues, lo dije sin albur). ¡Tzatz Comitán!