sábado, 20 de enero de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN BUENA ONDA

Querida Mariana: murió el escritor José Agustín. Los lectores nos sentimos amigos de los autores literarios, los autores se vuelven nuestros amigos, en ocasiones son más amigos que los amigos cercanos. Los amigos escritores están siempre que los necesitamos. El pueblo dice que los verdaderos amigos se conocen “en la cama y en la cárcel”. Salomón dice que es cierto, que las verdaderas amigas se conocen en la cama. Es un molestoso, el Salomón. De lo dicho, se concluye que los autores literarios son verdaderos amigos porque están en la cama, en la cárcel y, diría la Biblia, en todo lugar. Por esto, ahora que se supo del deceso del escritor José Agustín muchos lectores lamentamos su ausencia física. He leído innumerables manifestaciones de pesar. José Agustín es amigo de muchos lectores en todo el mundo. En Comitán leí, en redes sociales, un texto muy bello que escribió el maestro comunicólogo Iván Ibáñez. Iván es un gran lector. El texto donde recordó a José Agustín lo acompañó con una fotografía, donde sobre una mesa estaban ejemplares de todos los libros publicados por el escritor, ¡todos los libros! ¡Pucha! De ahí se colige que José Agustín es uno de los grandes amigos de Iván y viceversa. Los autores no saben cuántos amigos tienen en el mundo. Muchos perdimos un buen amigo. No sé si en algún momento José Agustín anduvo por Comitán. No existe registro de que alguna institución lo haya invitado. Es una pena. ¿Vino a vacacionar? ¿Pasó de incógnito por Comitán al ir a Los Lagos de Montebello? No lo sé. La visita de amigos escritores es fundamental para el conocimiento del ser humano. Cuando reflexionamos en ello toma relevancia la propuesta de Iván en el sentido de que el Festival Rosario Castellanos privilegie la literatura, que en dicho festival vengan grandes autores literarios, que Comitán se llene de grandes mazorcas literarias, que se desgrane la vida. Murió el escritor José Agustín, el amigo buena onda. He platicado que, en muchos casos, no recuerdo en qué instante fulano de tal se volvió mi amigo, pero en el caso de José Agustín sí tengo algunos datos precisos, sé quiénes me lo presentaron, amigos de él. En el Comitán de los años sesenta y setenta era difícil conseguir libros. ¿Biblioteca pública? Sólo la que existía en un viejo salón de la presidencia municipal. Cuando viajé a la Ciudad de México para estudiar en la universidad (lo he contado muchas veces) hallé el Paraíso soñado. Una mañana entré a la Biblioteca Central Universitaria, de la UNAM, y, además de admirar la belleza exterior del edificio supe que, en su interior, en su mera panza, había, no cientos, sino miles y miles de libros. No tardé en obtener mi credencial, que fue el pase para ingresar al territorio de la imaginación. Así, en la primera ocasión, revisando el inmenso catálogo mi mirada topó con un libro de Gustavo Sainz, “La princesa del Palacio de Hierro”, que estaba recién salido del horno (1974), yo ingresé a la UNAM en 1975. Como todos los usuarios teníamos la ventaja del préstamo a domicilio, me llevé a Sainz a la casa y ahí disfruté la novelilla. ¡Ah, qué maravilla! Me enteré entonces que Gustavo Sainz era uno de los integrantes de la literatura “de la onda”. Volví a repetir: ¡qué buena onda! Porque el término nos había llegado hasta Comitán en los años sesenta y setenta, no en la apreciación literaria, sino como sinónimo de lo que hoy los chavos llamarían “chido”. Cuando los jóvenes comitecos decíamos que fulanita de tal era “buena onda” abríamos un gran abanico de energía positiva. Ser buena onda significaba lo mejor. Había chicos que andaban en la onda, recordá que en los años sesenta, los chicos y chicas armaron, en todo el mundo, movimientos sociales revolucionarios, fue la época del Amor y Paz, de la sicodelia, de la mariguana, del amor libre, de las inconformidades, de los Beatles, de los pantalones acampanados, del cabello largo en hombres, de las minifaldas en chicas, de la Joan Báez, del Che Guevara, del rechazo a la guerra en Vietnam, de los hongos alucinógenos de María Sabina. Todo esto, así como de refilón, nos llegó a Comitán, los chavos de aquel tiempo ¡lo vivimos! Cuando leí a Sainz y supe que era integrante de “La onda”, supe que ahí había un camino para recorrer. Sainz me llevó a Parménides García Saldaña, otro jovenazo sensacional. Leí “El Rey Criollo” y quedé deslumbrado. Uno de los cuentos narra un desmadrito en una función cinematográfica y eso me hizo recordar lo que sucedía en el Cine Comitán y en el Cine Montebello del pueblo. Ah, qué manera de narrar tan sabrosa, tan en mangas de camisa, sin ínfulas, sin mamonerías, el lenguaje con que los chavos setenteros hablábamos estaba en esas páginas. La lectura de ambos libros fue como estar en un parque escuchando la plática de un amigo, las palabras volaban, alegraban el aire. ¡Qué buena onda! De Sainz y Parménides brinqué a José Agustín. Entregué en el mostrador el libro de Parménides y llené la ficha para solicitar “La tumba”, de José Agustín, libro que fue publicado por primera vez en 1964. “La tumba” llegó a mis manos doce años después de ser publicado. Muchos jóvenes ya lo habían leído, ya se habían hecho amigos de José Agustín. El comiteco acababa de llegar a la gran ciudad y ya se había hecho de varios amigos, amigos todos “buena onda”. Desde entonces siempre estuve pendiente del amigo José Agustín, supe que vivía en Cuautla, que estaba casado con una mujer de apellido Bermúdez (mi querido amigo Abraham Gutman diría que ella era descendiente de judíos, el apellido Bermúdez viene de Bermudo. El nombre de mi papá es Augusto Molinari Bermúdez), supe entonces que los hijos de José Agustín son Bermúdez en su apellido materno. Pero también supe que José Agustín fue amigo íntimo de la novia de México: Angélica María. Miles de fanáticos soñaban con la novia de México y el único que supo que las amigas verdaderas se conocen en la cama fue nuestro amigo José Agustín. Muchos pensaron: si yo no puedo, cuando menos que él nos represente, y el amigo buena onda ¡cumplió! No he leído todos los libros de José Agustín, como sí lo ha hecho Iván. Pero he disfrutado mucho con la lectura de sus cuentos, de sus novelas e incluso con una trilogía de ensayos que se llama “Tragicomedia mexicana”, donde hace una revisión inteligente y crítica de la situación social del país, a partir de 1940, década en la que nació. ¡Es un ejercicio intelectual muy interesante! Y ahora, un día de estos, ya muy lejos de donde lo conocí, la Ciudad de México, me enteré por los noticiarios que José Agustín había muerto. La noticia la recibimos mi mamá y yo cuando veíamos un noticiario televisivo. ¡Ah!, dije, la interjección fue de lamento. El conductor dijo que el escritor había padecido secuelas de un accidente sufrido en el Teatro de la Ciudad, de Puebla. Mi mamá me vio y dijo que una vez habíamos ido a ese teatro. Sí, una vez fuimos a una conferencia que dictó el paisano Laco Zepeda. Lamentable accidente sufrió José Agustín, en 2009. Participó en un festival y al término de su conferencia, los fans subieron al escenario a saludarlo, a pedir el autógrafo, fue tal la emoción que él no se dio cuenta del foso de una altura superior a dos metros, trastabilló y se fue al fondo, ninguno de los que estaban cerca lograron sujetarlo. La foto que circuló fue impactante, José Agustín quedó tirado en el piso. Dios mío, minutos antes todo era alegría, bastó un instante fatídico para cambiar el rostro del momento. ¿Has visto cómo los forenses pintan en el piso el contorno de un cadáver? La foto que circuló fue algo similar, el cuerpo de José Agustín quedó con una pierna flexionada, con los brazos a los lados, boca abajo. El accidente fue en 2009, nuestro amigo jamás se recuperó. En 2024, el forense final pintó el perfil de su cuerpo sobre el cemento del infinito. Posdata: estoy seguro que, como en muchas partes del mundo, en Comitán José Agustín tiene muchos amigos. Tal vez nunca vino físicamente, pero en muchas manos de lectores comitecos ha estado revoloteando irreverente, chingón, buena onda. ¡Tzatz Comitán!