lunes, 1 de enero de 2024

PARA VOLAR

¡Lo vi volar, mamita, vi volar al hombre! Esto le dije a mi mamá al regresar a casa. Mi papá me había llevado a lo alto de la montaña. Desde arriba se veía el valle, sembrado de verdes. Estábamos en lo alto de la montaña, al lado de niños y niñas que corrían, con la misma alegría que corría el viento. A la sombra de un árbol había gente comiendo, vi el mantel con cuadros rojos y blancos, tendido en el piso. Un enfermero tenía las manos sobre la silla de ruedas donde dormitaba una anciana. Miré a una niña que saltaba la cuerda y de ahí pareció salir el hombre. El hombre corrió hacia el abismo, llevaba una mochila en la espalda, como si fuese un niño de primaria. Lo vi correr, sentí que mi cuerpo era abrazado por una cuerda tachonada de clavos. ¡Se matará!, le dije a mi papá, que me tenía agarrado de la mano. Mi papá nada dijo. El hombre ya corría con rumbo al vacío. Dos segundos después ¡lo vi volar, mamita, vi volar al hombre! Voló suspendido de un gigantesco papalote. El hombre abrió sus brazos y voló. Supe que el hombre no se mataría, ¡estaba volando! Volaba, mamita, volaba. Su figura se fue haciendo más pequeña en la lejanía, pero yo la veía agigantarse, hacerse enorme. ¿Mirás lo que digo, mamita? Un hombre volaba, como si fuese un pájaro, lo hacía con un sencillo papalote enormísimo. Eso le dije a mi mamá cuando volvimos a casa. Lo dije con la misma emoción que me había atrapado en lo alto de la montaña. ¿Por qué ese hombre vuela?, le pregunté a mi papá. Él dijo algo acerca de la física, de la comba del parapente, de las corrientes de aire. Trató de explicarme algo que era inexplicable. Había visto volar a un hombre, que era igual que nosotros, que no tenía alas, como sí lo tienen los pájaros, como sí lo tienen los ángeles. El hombre había volado sin alas. Era superior a las aves, a los ángeles. Mi mamá sonrió, siguió lavando los trastes. Mi papá se sentó en la sala, dijo que el día había sido intenso. Sí, intenso había sido el vuelo del hombre. Subí a la azotea de la casa y vi el cielo. Escuché los pasos atropellados de mi papá. Él y mi mamá subían apresurados a la azotea de la casa. Mi mamá me abrazó. Mi papá se llevó las manos a la cara, estaba desfigurado. Nunca vayás a hacer lo que hizo el hombre, me dijo mi mamá y me abrazó. ¡No!, cómo creés, le dije y la retiré, me asfixiaba. Juralo, dijo ella. Juré. Tal vez por esto nunca he volado.