lunes, 8 de enero de 2024

CARTA A MARIANA, CON TRAZOS

Querida Mariana: ¿te llegan cartas? Ya no llegan como antes. El intercambio epistolar ya se extinguió. A mí me tocó todavía esa costumbre. En los años setenta compraba la revista “Mecánica Popular”, en la Proveedora Cultural. La revista tenía varias secciones, en una de ellas aparecían nombres, señas particulares y direcciones de personas que deseaban hacer amigos por correspondencia. En una ocasión escribí a una chica que vivía en Paraguay. Tiempo después recibí la respuesta. Ah, fue maravilloso. Tenía una amiga en aquel país sudamericano. Nos escribimos durante buen tiempo. Suspendí el intercambio de cartas cuando viajé a la Ciudad de México. Allá envié cartas a una chica del pueblo, a mi papá, a mi mamá, a mi abuelita Esperanza, a los amigos que habían quedado en Comitán (a Javier y, sobre todo, a Memo, en paz descanse). También le escribí a mi prima Nora, quien estuvo un rato viviendo en la casa de Comitán, pues se inscribió en la prepa. Su familia estaba en Tuxtepec, Oaxaca. Cuando regresé a Comitán, el intercambio epistolar cesó. De vez en vez me llegaban cartas. Cantaba la canción que popularizó Raphael: “a veces llegan cartas con sabor amargo, con sabor a lágrimas (…) son cartas que te dicen que al estar tan lejos todo es diferente (…) a veces llegan cartas con sabor a gloria (…) que sí son fantásticas…” Muchos paisanos cuando iban a estudiar a la Ciudad de México (Distrito Federal, en ese tiempo) mandaban cartas a sus novias que vivían en el pueblo. Conocí a una pareja que se escribía a diario, para que la relación tuviera un puente permanente. Todos los días él y ella iban al correo a dejar la carta escrita un día anterior. Ah, qué bendición. Hoy ya no llegan cartas. Bueno, con decir que en Comitán ¡ya ni siquiera llegan los famosos anónimos! Hoy, los anónimos llegan a través de mensajes en redes sociales, con identidades falsas. Pero, el otro día, Paty, editora ejecutiva de Arenilla, abrió la puerta de la oficina y halló un sobre en el piso. Gracias a Dios no era un anónimo (he recibido muchos en mi vida. Los ignoro). Un sobre con lacre y con una letra exquisita, estaba dirigido a mí. Jamás había recibido un sobre lacrado. Vos sabés lo que es un lacre. Anteriormente, la gente elegante enviaba cartas y la cerraba con lacre, que es una pasta (éste era de color rojo), con ello se garantizaba la inviolabilidad del sobre. Por primera vez recibí un sobre lacrado. Oh, qué emoción. Pronto reconocí al remitente: el maestro José Luis Santos, excelente docente en el arte de la caligrafía. Debo reconocer, entonces, que jamás había recibido una carta con letra tan bella. Ya te conté que mi abuelita Esperanza me enviaba cartas con su letra de pata de cucaracha. A mí me costaba descifrar sus mensajes. Claro, cuando lo lograba lloraba de emoción por la bondad de sus palabras. Ambas cartas, la de mi abuela Esperanza y la del maestro Santos, las conservo ya en mi memoria, como actos sublimes, las de mi abuelita porque ahí transmitía todo su amor, y la del maestro, por la belleza del trazo y por la generosidad de sus conceptos, donde reconoce la labor que hacemos con la revista Arenilla. Hoy, ya muy pocas personas escriben cartas; es una pena, porque este ejercicio tiene muchísimas bondades, permite enviar mensajes íntimos, imposibles de lograr mediante otros chunches; y, además, desarrolla la capacidad de movimiento de las manos y del cerebro. Hoy, ya muy pocas personas escriben a mano, y poquísimas practican el hermoso arte de la caligrafía. El maestro Santos lo hace y trasmite su conocimiento en las clases que da a niños y niñas de la ciudad y de la región. Labor maravillosa. Posdata: los papás y mamás deberían inscribir a sus niñas y niños para que desarrollen este arte. Vimos el sobre y reconocimos la belleza original. ¡Tzatz Comitán!