viernes, 5 de enero de 2024

E DE EXCELENCIA

Me tocó. Lo viví. El maestro, a la hora del examen, siempre decía: “el diez es para el maestro”. Lo decía como si vistiera la ropa de Sócrates, caminando de un lado a otro del salón. Lo decía como advertencia para los compañeros estudiosos e inteligentes. ¡Que ni soñaran con obtener el diez! ¡El diez era para el maestro; es decir, para él! ¡Pedante! Como, sin duda, jamás alcanzó el diez cuando fue estudiante ¡se vengaba! Qué estúpido. Utilizaba su minúsculo poder de maestro para remendar su frustración. Frustración que llevaría cargada, como fardo maldito, por el resto de su vida. Porque, ¿cómo decírselo?, nunca obtendría el tan anhelado diez. Nosotros, sus alumnos, siempre lo reprobamos. En ese tiempo no existía la dinámica que luego se empleó. La de que los alumnos calificaran el desempeño del maestro. Pero nosotros, sus alumnos, siempre le pusimos tache. Era un maestro soberbio. Una vez, un compañero le demostró que se había equivocado en la operación. Él borró lo que estaba en el pizarrón y corrió al compañero. Pobre, pobre el maestro. Hoy sé que el diez no se alcanza jamás. Ni siquiera es para el maestro. En literatura no existe el libro perfecto, el de diez. Este ejemplo puede emplearse para las demás actividades de la vida, ¡todas! El diez en belleza ¡no existe! Los santos, aseguran los creyentes, son las personas que han logrado un espíritu excepcional. Está bien, lo creemos. Pero, cuando nos acercamos a sus vidas terrenales observamos que nunca alcanzaron el diez, que sus acciones tuvieron fallas. Si San Agustín no obtuvo el diez; si Gabriel García Márquez, no obtuvo el diez; si Diana no obtuvo el diez como reina, ¿cómo el bobo de nuestro maestro se creía merecedor del diez todopoderoso? Me tocó. Lo viví. El maestro subía al estrado y desde su mínima altura él pontificaba como si estuviera en la cima del Everest. ¡El diez es para el maestro!, sentenciaba. Así que los alumnos más destacados sabían que nunca podrían aspirar a más. La calificación máxima, en ese tiempo de números, era nueve. Cuando fui alumno de la UNAM las calificaciones no eran con números sino con letras. Un MB significaba Muy Bien. Una E significaba Excelente. Sabemos, asimismo, que no existe la excelencia, pero en la UNAM de los setenta premiaban con una E a todos los alumnos aplicados. Con la E universitaria se reconocía el esfuerzo supremo. Cuando me tocó ser catedrático, en una ocasión repetí lo del maestro bobo. ¡El diez es para el maestro! Pero, un segundo después, entendí que, en realidad, los maestros eran quienes estaban sentados y hacían el papel de alumnos. De ellos aprendí mucho. Así que, cuando lo dije, lo hice sin la arrogancia de aquel maestro bobo. Muchos de mis alumnos obtuvieron la E. A los de nueve les faltó una escalerita para llegar al tan anhelado Olimpo.