martes, 30 de enero de 2024

CARTA A MARIANA, EN TONO SEPIA

Querida Mariana: todo se ve con este color, incluso el sonido que sale de la imagen es ¡en sepia! ¿Por qué lo antiguo tiene este color? Lo viejo viene en blanco y negro o en color sepia. Cuando le preguntaba a Aurelia la razón por la cual lo antiguo era sepia, ella, bromista, ponía las manos abiertas al lado de las orejas y decía: “¡sepa la bola, sepia la bolia!”, se hacía la graciosa, jugaba con las palabras. Vos sabés que en Comitán, cuando algo se ignora se dice: ¡sepa la bola!; es decir, la bola te puede decir. No sé si esto se refiere a tiempos de la revolución, de la bola. Recordá que nuestro escritor chiapaneco Emilio Rabasa escribió “La bola y la gran ciencia”, el término bola es sinónimo de revolución, de revolufia. Pero no parece algo afortunado, porque el grupo de revolucionarios no sabía mucho de vida práctica. En fin, lo cierto es que Aurelia, mientras hacía tortillas con sus manos y las ponía sobre el comal, decía ¡sepa la bola, sepia la bolia!, en plan de broma. ¿Por qué las fotografías antiguas tenían ese color de polvo arenoso? No sé a vos, pero a mí me encanta ver este tipo de imágenes, me da la posibilidad de estar en tiempos pasados. Acá escucho el rumor de la multitud que está en las tribunas. ¿Sabés qué espacio es? Es el Hipódromo de las Américas, en el Distrito Federal. No sé quién diseñó el hipódromo, pero el volado que se ve es ejemplo del genio de la arquitectura mexicana, porque la foto fue tomada en la década del cuarenta del siglo XX. La foto fue tomada en un receso del rebumbio de las carreras de caballos, no obstante, se escucha el rumor de las personas, comentan, checan las estadísticas en los periódicos, toman cerveza, la gente de caché (los dueños de caballos campeones) toman güisqui. Quienes están en la foto son mi sangre. De izquierda a derecha, en segundo lugar, está mi bisabuela Casimira (ella prohibió a sus hijos que bautizaran a una niña con su nombre, no le gustaba, pero la familia la llamaba Nanamía, de cariño). Mi mamá es la que está en la sexta posición, al final. En ese tiempo (años sepia) la familia iba domingo a domingo al hipódromo. Mi mamá cuenta que en una ocasión le atinó a su corazonada y el caballo al que le apostó entró en primer lugar, mientras los jockeys alentaban a los caballos, mi mamá se ponía de pie en la tribuna, gritaba en forma desaforada, movía los brazos, como si con ello le diera fuerza al caballo elegido. En una ocasión ganó. No me contó el número de veces que no ganó. Tal vez apostaba por el mero gusto de sentir la emoción de la posibilidad de la victoria, siempre es así, los seres humanos apostamos por el triunfo cada día a todas horas, vemos tan cercana la victoria y sin embargo es tan escurridiza que, burlona, pasa frente a nosotros y nos pinta un violín. Por desgracia, la fotografía es borrosa. ¡Bonita historia! No sólo la imagen está empolvada, también tiene una nata que impide ver los rostros en forma clara. Todo es como un juego de sombras, de sombras en sepia. No obstante, a mí me gusta. Me paso minutos viendo esta imagen, porque ahí está mi madre y porque, ¡albricias!, está mi bisabuela, la gran Nanamía. Te presento a una de las mujeres que, sin conocerme, me injertó el gen de la lectura. ¿Se transmite ese gen? Mi mamá recuerda a su abuela, severa, estricta, formadora de gente de bien; la recuerda leyendo en Huixtla. En las tardes, después del trabajo diario, la abuela sacaba una silla al patio, la ponía al lado de un platanar y ahí leía, se pasaba horas leyendo; mi mamá dice que su rostro se transformaba, el rostro severo se reblandecía y, de vez en vez, se pintaba con una sonrisa o, blando, retomaba la máscara de la desdicha. Mi bisabuela, igual que yo, llenó su vida con cientos de historias, pepenadas en los libros. Claro, cuando llegó a la Ciudad de México ¡se echó a perder! Todos los domingos iba al hipódromo a apostar, a botar su dinero. Posdata: mi mamá se ve alta, todavía no tiene quince años de edad, era esbelta, lindísima. Ah, ya imagino a la bola de perros detrás de ella. ¡Tzatz Comitán!