viernes, 30 de noviembre de 2007

El río inagotable

El miércoles pasado el Licenciado Efraín Albores me habló por teléfono. Me comentó, entre otras cosas, que en los primeros días de diciembre se celebra la reunión anual del grupo de comitecos radicados en el Distrito Federal. El grupo "Recuerdos y Amistad" procura la integración de los comitecos que viven dispersos en esa dispersa ciudad. ¿Cómo, en una ciudad de tantos millones, los comitecos logran identificarse? (a veces, en un suburbio perdido, se oye el mítico grito de ¡Cotz!, pero, por encima de todo, se oye un rumor de tenocté). Es hermoso pensar que en una ciudad tan grande, los comitecos caminen y se reúnan en torno a una palabra que es más que una simple palabra: Comitán. Tal vez en el exilio es donde esta palabra toma su significado más preciso, el más real.
Los comitecos que tienen la fortuna de continuar viviendo en el pueblo no tienen esta necesidad de añoranza. Al comiteco que radica en el pueblo le basta caminar diez cuadras o treparse a su camioneta todo terreno para llegar con "Tío Jul" y pedir dos panes compuestos y un hueso. Para el comiteco que está en el exilio esta imagen es todo una procesión de imágenes y recuerdos.
Es bello saber que en el Distrito Federal uno de estos días muchos hombres y mujeres se reunirán en torno al corazón que se llama Comitán. Los une el nombre de un pueblo, el faro de un concepto, de una idea, de un mundo. Los une el lazo más sencillo del universo: la identidad.

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (14)
Luego el motor de un camión y, de nuevo, la piedra pesada del silencio. Azucena estaba repegada a un extremo de la cama, yo estaba debajo de la cama, y sus manos cubrían mis manos. Nuestros corazones eran como oleajes en tarde de tormenta.
Cuando salimos del escondite, subí a la cama y me asomé por encima de la pila de cajas. No había nadie, la mesa del fondo estaba patas para arriba y sólo un rastro de sangre que se perdía en la puerta delataba que esa tarde un hombre había muerto. Dios es quien da la vida y la sangre es el río de la vida, ¿estaba Dios en ese charco de sangre que ya comenzaba a secarse?
"La desgracia" cambió muchas vidas: la de don Artemio, la de Azucena, la de "La sin par", la mía y, ya no se diga, la de "El cara podrida". Esa noche anoté en mi diario: "Dios está presente en lo que cambia y en lo que no cambia".
Don Artemio contó que fue apenas un parpadeo, "El cara podrida" vio hacia la ventana y su rival aprovechó. Le hundió el cuchillo en medio del pecho. Fue una cuchillada tan fuerte que el cuerpo de "El cara podrida" quedó colgado. El rival tuvo que empujarlo para que se desprendiera el cuchillo. El disparo salió cuando "El cara podrida" caía hacia atrás, ya moribundo.

Con el cierre definitivo de "La sin par", a don Artemio no le quedó más que sacar una silla y ponerla al lado de la de Azucena. Hasta ahí llevaba la bolsa de frijoles para separar los buenos de los que tenían gorgojos; luego entraba al local y preparaba la comida.

(Continuará)