domingo, 13 de diciembre de 2009

CADA MAÑANA


A veces despierto cerca de un río. Como no sé nadar me mantengo alejado, trepado sobre un montículo. Desde ahí veo los niños que se descuelgan de lianas; mujeres -con el torso desnudo- que lavan ropa; hombres que -completamente desnudos- nadan y tratan de impresionar a las mujeres que sonríen y "cuchuchean" entre sí; garrobos tirados al sol; alguno que otro cocodrilo que duerme; y el agua que no cesa de fluir.
¡Es la vida! -pienso- por eso estoy acá. Desde mi atalaya observo la vida, mientras las hormigas llevan su carga verde por un camino bien trazado; mientras las mariposas revolotean a mi alrededor; mientras el sol cae a plomo.
En otras ocasiones despierto al lado de una carretera amplia, como una autopista. Los carros fluyen como si fueran un borbotón de agua incansable. A orillas de la carretera hay puestos con artesanías, con fruta, con frascos de encurtidos; hombres y mujeres que persiguen a los carros ofreciendo dulces típicos. Adentro de los carros los niños se fastidian, piden refresco y a cada rato preguntan si ya van a llegar. Los niños no entienden -nunca lo entenderán- que el viaje de la vida no es el destino sino el trayecto. Se aburren en el trayecto y cuando llegan a ser viejos se preguntan si ese aburrimiento fue la vida. ¿Esto fue todo?, preguntan y no hallan respuesta.
A veces despierto en mi casa. Entonces me levanto y disfruto de la vida sosegada, sin carros y sin ríos.