viernes, 11 de diciembre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA CALLE ES TERRITORIO LIBRE



Querida Mariana: Alfonso fue un niño diferente. Mientras sus amigos soñaban con ser toreros, bomberos o sacerdotes, él soñaba con ser perro. Por esto, cuando su mamá le compró una mochila para que llevara sus cuadernos y libros a la escuela, él la usó para cargar las cartas.
Alfonso quería ser un perro, pero como era humano pensó que su oficio debía ser el de cartero, porque (así lo pensó) los carteros son tan libres como los perros.
Para lograr su deseo comenzó a practicar desde pequeño. Durante las noches escribía cartas y las guardaba en su mochila para repartirlas al día siguiente, en el camino de regreso de la escuela a casa; asimismo, justo a las diez de la noche, abría la ventana de su cuarto, buscaba la luna y, como si fuera un lobezno, aullaba en diversas escalas musicales.
Lo que Alfonso deseaba más en la vida era estar en la calle. Le parecía absurdo el sueño de sus compas. Los toreros, bomberos y sacerdotes se encuevan para ejercer su oficio. ¿Hay algo más claustrofóbico que encerrarse en una plaza de toros o adentro de un confesionario? A Alfonso le llamaba la atención el aire, las nubes y la plática con la gente de cara al Sol.
La gente del vecindario vio con afecto el oficio de Alfonso. Cuando don Pancracio -dueño de la panadería- debía enviarle un recado a don Moisés -dueño del molino- lo hacía a través de Alfonso, quien cumplía el encargo como si fuese la encomienda más importante del mundo.
Alfonso ejerció su vocación con gran responsabilidad. Jamás dejó de entregar una carta. Los chubascos y el viento huracanado nunca fueron pretexto para incumplir.
“¡Ese mi cartero!”, fue el grito que comenzó a escucharse por todo el vecindario. Alfonso levantaba la mano y sonreía. Pero, ya se sabe que en la vida nada es fácil. Los compañeros de la escuela sintieron envidia y comenzaron a gritarle: “¡Cartero, culero, culero!”. Alfonso se enojó.
Ya para este tiempo, el cartero había potencializado su capacidad de ser perro (se había especializado en ser doberman). Una noche peleó con un rottweiller rabioso y lo dejó ciego.
La gente no lo sabía, pero Alfonso lo tenía muy claro. Él ejercía el oficio de cartero para acercarse a ser lo que en realidad deseaba: ¡un perro!
Cuando la gente lo saludaba él movía la cola, y cuando recibía un hueso él se paraba en dos patas y movía las manitas. Cuando debió delimitar su territorio de entrega él alzó la pata con gran alegría. Asimismo cuando entregaba una carta él aullaba en un tono tan agudo que parecía un silbato; y cuando él se enojaba ¡brincaba el perro rabioso que llevaba adentro! (omito contarte qué hacía cuando se topaba con una perra bonita).
Sus compañeros de la escuela lo molestaron tanto que, una mañana, el perro afloró. Un grupo de niños le gritó “¡Cartero, culero, culero!”, desde una banca del jardín de la escuela. Alfonso tiró su mochila y brincó hasta quedar al frente del grupo. Con las manos al frente, les mostró los colmillos y la baba (como sé que sos amante de los perritos, omito los detalles de los destrozos).
La policía llegó a la escuela, pero cuando vio el problema se declaró incompetente y llamó al Antirrábico. Cuatro guardias debieron usar dos redes para controlar al rabioso animal.
Por fortuna, querida Mariana, esta historia no tuvo un final dramático. Dos especialistas trataron a Alfonso y, aún cuando no lograron eliminar el deseo de ser perro, lograron que cambiara de doberman a french poodle. Sus compañeros de trabajo dicen que Alfonso es gay, porque gasta su dinero en la estética y usa trajes blancos y cintas rojas.
Hace dos meses el Circo Atayde estuvo en el pueblo. Una tarde, el domador del circo llegó a la casa de Alfonso y le ofreció un contrato millonario. Alfonso no aceptó. Ayer me dijo que sería traicionar a sus principios; sería como meterse adentro de un confesionario. ¡No, no! Él ama la calle, la libertad. Es, por así decirlo, un perro callejero.
P.d. Ayer, mientras me servía una taza de té, me confió un secreto: “Me ven con trajecitos blancos y moños rojos, pero vieras qué divertidas me pego con todas las french del pueblo”. Alfonso es un perrito travieso.