lunes, 21 de diciembre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA CALLE ES UNA MONTAÑA



Querida Mariana: sucede a menudo. Caminás por las calles de Comitán y de pronto, sin que exista un motivo, entrás a una calle poco transitada, casi silenciosa. Cuando te das cuenta, tratás de regresar por tus pasos, pero mirás a una mujer sentada en la banqueta que vende cacahuates recién dorados en comal (¡te gustan tanto los cacahuates, que la tentación te vence y continúas de frente!).
La mujer tiene los cacahuates adentro de un canasto. Una lata de tamaño mediano y otra lata pequeña le sirven como “medidas”. La medida grande a diez y la chica a cinco. Las bolsas pequeñas donde tiene cacahuates ya pelados, listos para comer, las vende a diez. A su lado dormita un perro.
La mujer carga un bulto detrás de la espalda. Pensás que es su hijo, pero luego desechás el pensamiento porque la mujer tiene más de setenta años. La delatan sus arrugas de surco de estío. Tal vez es su nieto, corregís. Casi casi podés oír la respiración del crío, debe estar enfermo porque suena como un venado perseguido; suena como si algo le apretara el cogote. Algo te aprieta también a vos. Quisieras sentarte a platicar con la mujer, preguntarle si la podés ayudar en algo. Te acordás que tenés amigos en la Cruz Roja, pero no le decís nada, porque el silencio de la mujer ¡impone! Además, la mujer tiene un tufo de muela podrida. Pero algo más fuerte que tu asco te hace seguir ahí.
Te agachás para tomar un cacahuate y probar si está bien dorado (comprobás lo que siempre has pensado: ¡los cacahuates de Comitán son mil veces más ricos que los Mafer! Los cacahuates de Comitán son los más ricos del mundo. ¡Ah, si en Comitán existiera un James Carter ya hubiera hecho una gran industria!). Le pedís una medida de diez pesos. No comprás de los que están pelados, porque te da asco pensar que la mujer peló los cacahuates con esas manos sucias que son como ramas secas llenas de moho.
Nunca sabés por qué entrás a esas calles que son como cajas misteriosas. Es como si una mano superior te guiara. Esto no tiene nada que ver con Dios –lo sabés-, más bien tiene que ver con eso que llamamos azar. Son calles alejadas del bullicio de las plazas, de los parques, de los mercados; calles ajenas a las carreras y risas de los niños; túneles sin las prisas de los adultos, sin aparadores ni puestos de tacos de barbacoa.
En esas calles, digamos casi tristes, nunca se miran globos trabados en los postes o en los alambres, ni se escuchan cantos de pájaros. Son calles canarios con enfisema.
La mujer te da la bolsa con los cacahuates y a la hora que te parás ¡ves el bulto de su espalda y descubrís una cola peluda en un pliegue del chal! ¡No es un niño, es un animal! La mujer descubre que la descubriste y se acomoda el bulto para que no mirés de qué animal se trata. Pagás y salís huyendo, casi casi como si te alejaras de una selva llena de bestias malignas. El perro despierta y hace el intento de ladrar, mientras el animal de la espalda se remueve como si despertara de un sueño de siglos. Sabés entonces que el olor nauseabundo viene de ese engendro.
Cuando llegás al parque central buscás un basurero, tirás los cacahuates y te prometés no entrar jamás a esas calles que huelen a bosque podrido. Aunque no estás segura si cumplirás.
P.d. ¿Qué sería de nosotros si no entráramos a esos espacios que parecen vedados al sol y a la luz de lo apacible? Estoy seguro que si Julio Cortázar caminara por Comitán se metería en todos esos lugares increíbles a donde vos te jala eso que llamamos Caos. Por esto a veces creo que tus desvíos son algo como un homenaje al Cronopio y a esos callejones patafísicos?