domingo, 20 de diciembre de 2009

EN EL TREN DE LAS SEIS


Supe que algo andaba mal cuando me pidió que la acompañara a comprar un boleto de tren. Acá entre nos, en Comitán no hay vías de tren. Nos pasa lo mismo que con el mar, sabemos de él sólo de oídas. Esto es un decir porque tampoco logramos escuchar el sonido del mar (aunque a veces no falta el compa que nos trae una concha de mar y nos dice que la peguemos al oído para escuchar cómo "bufa" el mar).
Pero como no me gusta contradecir a la gente acepté acompañarla. Abrió un viejo mueble y -de una caja metálica, también matizada por los años- sacó un fajo de billetes. Se puso una chalina sobre sus hombros, se arregló tantito la blusa frente al espejo, se puso un poco de saliva en los dedos, se alisó las cejas y dijo: "¡Listo!".
Caminamos con rumbo a La Pila. Me dijo que le gusta esta temporada donde hay muchos foquitos, listones dorados e imágenes de renos. Como si adivinara mi pensamiento me dijo que en Comitán a los renos sólo los conocemos de oídas (es un decir).
De pronto parece que en este pueblo todo lo conocemos a través de fotos.
Llegamos a la farmacia de don Manuelito y entramos. La farmacia de don Manuelito tiene muchos años de funcionamiento. Su estantería todavía muestra muebles de madera y pomos franceses de cristal. Sobre el mostrador aún existe un mortero con el que don Manuelito preparaba los mejunjes.
Mi tía colocó su monedero sobre el mostrador y pidió dos boletos para Arriaga. La dependiente (de bata blanca y lentes que colgaban de su cuello y estaban colocados sobre su pecho como si éste necesitara aumento para leer) le dijo que ya no tenía boletos. "Ahorita se fue doña Carmelita con los dos últimos que teníamos". Y explicó que en esta temporada se agotan todos los pasajes. "Tendrá que ser hasta el próximo año doña Milita", dijo. Mi tía guardó su monedero en medio de su seno y dijo que era una lástima, que -otra vez- se quedaría sin ir al mar ahora en diciembre. "Cada vez mis huesos resienten más el frío", dijo. La dependiente abrió una puerta abatible y abrazó a mi tía, a mí me dio la mano y nos deseó un feliz año.
Salimos. En la calle de enfrente estaba el sastre planchando. Sobre el mostrador de madera tenía un "burro" chaparrito y una plancha de esas antiguas de carbón. Planchaba un pantalón. Mi tía levantó la mano y saludó al sastre. Éste dejó la plancha sobre una base de metal y corrió hasta la banqueta donde estábamos y abrazó a mi tía. "¿Vas a viajar este año, Milita?", le preguntó y mi tía explicó que los boletos estaban agotados. Sí, dijo el sastre, y agregó que era una pena que en Comitán sólo tuviéramos tren. Algún día (puso cara de esperanza) habrá camiones y barcos, mientras tanto nos tenemos que acostumbrar a viajar en tren o en carreta.
Entonces mi tía dijo que ella sí no viaja en carreta. Con el traqueteo se le desacomodan sus huesos y la reuma se hace más intensa.
Se despidieron con un abrazo. El sastre me sonrió y me dio una palmada en el hombro.
De regreso a casa le pregunté a mi tía por qué no viajaba en camión. "Dichoso vos -dijo- ¿cuál camión?". Ya no dije nada.
Sólo para no quedarme con la duda le pregunté cada que tiempo salía "la corrida" del tren hacia Arriaga. Ella me señaló que me callara y se llevó un dedo a la boca. Por encima de los tejados de las casas y de los ruidos de la calle oí el silbato de un tren. "¿Oíste? Esta es la corrida de las seis".
Supe que algo andaba mal, pero no sabía bien a bien ¡qué!
Nunca lo sabré.