lunes, 7 de diciembre de 2009

PALABRAS DESCOMPUESTAS



Todo como juego. Arcadio era un niño con ojos color de menta; cabellos negros, ensortijados. Era un niño como cualquier otro. Pero un día, en clase de español, escribió la palabra que la maestra dictó y ¡apareció la primera señal!
Arcadio, con su mejor letra, escribió: Ll-ave. La chicharra sonó. Arcadio no tuvo tiempo para reflexionar por qué había escrito la palabra con un guión. Minutos después comenzaría a entender. Los alumnos cerraron sus libretas, tomaron su lonchera y salieron al patio. Arcadio (cosa rara) sintió necesidad de ir al baño. Caminó por el pasillo, en medio de lockers y alumnos que chanceaban. Se paró frente al espejo del lavabo y abrió la ll-ave del grifo. Como si éste fuese una cueva llena de murciélagos, en lugar de agua brotó de él una “cascada” de aves, pequeñas, como amuletos. Las aves hacían ligeras piruetas, patinaban sobre la superficie cóncava y luego se iban por el desagüe. Arcadio -por la sorpresa- tardó varios segundos en reaccionar. Cerró el grifo y se hizo para atrás, justo a la hora que entró Mariano. Arcadio iba a decirle que no abriera el grifo, pero Mariano ya lo había hecho y se lavaba la cara con el agua limpia.
Los meses pasaron y Arcadio olvidó el incidente. Creyó que había sido algo como un sueño. Recordó que un día antes del suceso se había desvelado. ¡Eso era, había sido una alucinación!
Pero una mañana, muchos años después, otra señal apareció. Arcadio entró a la biblioteca y buscó a Alicia. La vio en una mesa del fondo. Se acercó a Alicia y la saludó de beso, jaló una silla, se sentó y -en voz baja- le preguntó qué leía. Alicia se llevó un dedo a la boca y le enseñó el título del libro: “La vent-ana del alma”. Algo como un alfiler le pinchó en la sien. Supo que, en la portada, la palabra vent-ana no llevaba el guión que su mente insistió en colocar. Sus manos se llenaron de un sudor frío. Jaló a Alicia, le dio un beso en la mejilla y le dijo que acababa de recordar un compromiso. Caminó rápido sobre el frío piso de mármol de la nave de la biblioteca. Al llegar a su casa apenas saludó a sus papás, quienes ya estaban sentados en el comedor. Arcadio subió los escalones de dos en dos; cerró la puerta de su cuarto, con seguro; y, con un temblor como de aleteo de mariposa, abrió la vent-ana de su cuarto. La vent-ana que, desde siempre, abría al jardín de la casa, ahora abrió a una estancia en donde Ana estaba recostada sobre un sofá con un tapete bordado. Ella estaba desnuda. Dormía. La luz que se colaba por el vitral se posaba sobre el cuerpo de Ana, como si quisiera anidar ahí, para siempre.
A partir de ahí, Arcadio comprendió que poseía un don y, después de intentarlo mil veces, también descubrió que no podía controlarlo a voluntad. El don aparecía, quién sabe por qué prodigio, sin que él interviniera.
Se puso en ánimo a esperar con emoción la tercera señal. A veces sentía el piquete en la sien, pero la palabra aparecía sin fracturas de por medio.
Una mañana despertó con una sensación rara. Algo le oprimía el pecho dificultándole la respiración. Se levantó, abrió la cortina y vio el jardín. Arcadio apenas vio los árboles porque el jardín estaba lleno de niebla. En medio de esa nata apareció uno de los dos venados que Arcadio recién había adquirido. El animal oteó hacia uno y otro lado, alzó la cabeza con su magnífica cornamenta, vio a Arcadio y le habló. Arcadio lo oyó como si el animal estuviese a su lado y no detrás de la ventana a cuarenta o cincuenta metros: “Soy un fant-asma”.
Arcadio se alejó de la ventana y fue hacia el espejo, se vio y ¡su imagen no se reflejó! ¿Estaba alucinando? Era una sensación rarísima, sentía su cuerpo, pero no podía verlo ni tocarlo. Algo le oprimía el pecho, como si sus pulmones estuvieran sujetos a la presión de una prensa. Respiraba con dificultad.