jueves, 24 de diciembre de 2009

LIMONADA SIN AGUA


Los árboles secos tienen su magia. Son como apergaminadas actas de nacimiento. Cada vez que voy a la Universidad paso por una casa que tiene un árbol seco. La dueña (imagino que es la mujer de la casa) lo tiene lleno de macetas. ¡Es un árbol seco lleno de vida!
Ayer fui a la casa de Carlos Rojas. Él vive en una casa hermosa, de esas casonas comitecas de los años cincuentas. La casa tiene un corredor con arcos y pilares de madera, un patio central y un "sitio" en la parte trasera.
En el sitio de su casa, Carlos tiene un árbol seco. Es como un cristo con muchos brazos que se recorta sobre el blanco de la pared. Carlos dijo: "Es un árbol de limón". Lo imaginé lleno de limones. Sólo como broma comenté que lo había agotado por tantas cervezas tecate que se había empujado.
¿Por qué se secan los árboles? ¿Sus ramas sabias olvidan beber la savia?
La verdad es que nunca había estado tan cerca de un árbol seco. Son como viejos que siguen estando sin estar. Ya están muertos y sin embargo siguen cumpliendo ciclos "vitales". Es cierto que el limonero de Carlos ya no da limones, pero en compensación sigue recordando algo a los habitantes de esa casa y a los visitantes ocasionales.
Sé que no todo mundo tiene el privilegio que yo tuve ayer. En la vida sólo se nos está permitido entrar a ciertas casas y a ciertos espacios. Carlos -generoso- me permitió ir hasta el "sitio" y acercarme a ese árbol de limones sin limones. Cualquiera puede pensar: ¿Para qué sirve un limonero que no da limones? ¿Para qué sirve un duraznero que no da duraznos? Tal vez para lo mismo que sirve un terreno que no da milpa porque está lleno de piedras; tal vez para lo mismo que sirve un arroyo que ya no lleva agua.
Los árboles secos no viven y sin embargo dan vida a los otros. Algunos hombres viejos son así, ¡árboles secos maravillosos!